Flotamos en un medio entre estos dos extremos, como entre el ser y la nada

La certeza absoluta, de que la muerte es un completo y definitivo e irrevocable anonadamiento de la conciencia personal, del castigo eterno. Y en un repliegue del alma del creyente que guarde más fe en la vida futura hay una voz tapada, incertidumbre, ¿cómo podríamos vivir, si no, sin esa incertidumbre?

Acaso haya racionalista que nunca haya vacilado en su convicción de la mortalidad del alma, y vitalista que no haya vacilado su fe en la inmortalidad; pero esto sólo querrá decir a lo sumo que, así como hay monstruos, hay también estúpidos efectivos o de sentimiento, por mucha inteligencia que tengan, y estúpidos intelectuales, por mucha que su virtud sea. Más en lo normal no puedo creer a los que me aseguren que nunca, ni en un parpadeo el más fugaz, ni en las horas de mayor soledad y tribulación, se les ha aflorado a la conciencia ese rumor de la incertidumbre. No comprendo que me dicen que nunca les atormentó la perspectiva del allende la muerte, ni el anonadamiento propio les inquieta; y por mi parte no quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón; quiero más bien que se peleen entre sí.

Y nada hemos de decir de aquella frase adyecta e innoble de "si no hubiera Dios habría que inventarlo". Esta es la expresión del inmundo escepticismo de los conservadores, de los que estiman que la religión es un resorte de gobierno, y cuyo interés es que haya en la otra vida infierno para los que aquí se oponen a sus intereses mundanos. Esa repugnante frase de saduceo es digna del incrédulo adulador de poderosos a quien se atribuye.

No, no es ése el hondo sentido vital. No se trata de un policía transcendente, no de asegurar el orden en la Tierra con amenazas de castigo y halagos de premios eternos después de la muerte. Todo esto es muy bajo; es decir, no más que política, o, si se quiere, ética. Se trata de vivir.

Y la más fuerte base de la incertidumbre, lo que más hace vacilar nuestro deseo vital, lo que más eficacia da al obra disolvente de la razón, es el ponernos a considerar lo que podría ser una vida del alma después de la muerte. Porque, aun venciendo, por un poderoso esfuerzo de la fe, a la razón que nos dice y enseña que el alma no es sino una función del cuerpo organizado, queda luego el imaginarnos que pueda ser una vida inmortal y eterna del alma. En esta imaginación las contradicciones y los absurdos se multiplican y se llega, acaso, a la conclusión de Kierkegaard, y es que si es terrible la mortalidad del alma, no menos terrible es su inmortalidad.

Aunque sólo sea para que se irriten algunos y vean que eso no ha muerto, que eso, mientras haya hombres y mujeres, no pueden morir; para que se convenzan de que subsisten hoy, en el siglo XXI, todos los siglos pasados y todos ellos vivos. Cuando hasta un supuesto error vuelve, es, creerlo, que no ha dejado de ser verdad en parte, como cuando uno reaparece es que no murió del todo.

—Los más locos ensueños de la fantasía tienen algún fondo de razón, y quien sabe si todo cuanto puede imaginar un hombre no ha sucedido, sucede o sucederá alguna vez en uno o en otro mundo. Las combinaciones posibles son acaso infinitas. Sólo falta saber si todo lo imaginable es posible. Pero el que pueda volver la misma eterna queja saliendo de otra boca, sólo quiere decir que el dolor persiste.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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