La Venezuela que no quiero

La Venezuela que no quiero es una nueva entrega que hoy publicamos ante la opinión pública, en pleno rechazo a lo que hoy vivimos los venezolanos. Quienes hemos apoyado desde un principio la revolución bolivariana, inspirada en el deseo del Padre de la Patria, Simón Bolívar, cuyo principio fundamental dice: “el gobierno que se merece una nación es aquel que le brinda la mayor suma de felicidad posible al pueblo”, nos hace reflexionar sobre todo lo que hoy acontece y nos agobia.

Negar que la crisis que arropa al país es consecuencia de las políticas que impone el imperio a todas aquellas naciones que le son adversas, es pretender hacer creer que el sol no sale para todos.

El comandante Hugo Chávez Frías lo advirtió desde un principio, que el gran enemigo del proceso revolucionario, en el fondo, no era la oposición venezolana, que se dejó arrastrar por la soberbia, el odio, los encantos y las dádivas que venían del norte, sino que el verdadero enemigo que había que enfrentar era Estados Unidos, que todo lo quiere, altera y lo consigue, así sea empleando la fuerza.

Así pues que todo lo demás que se ha suscitado, posterior a este endemoniado precepto, es consecuencia clara de la mano férrea del impero. Incluso, la corrupción, el vandalismo, las trampas, el contrabando, el saqueo, el “bachaqueo”, y los altos índices de criminalidad, todo es consecuencia  de la intromisión.

Si algo hay que refutarle a Chávez es el haber dado semejante paso, pretendiendo una libertad plena, sin que el país estuviese preparado para ello. Es decir, la intención de buscar nuevos horizontes fue muy buena y la apoyamos apasionadamente, pero la realidad nos ha hecho ver que no estábamos conscientes, plenamente, de lo que se nos venía encima.

Chávez desde un principio que llegó al gobierno se mostró indeciso, incluso temeroso, porque en el fondo le sorprendió el triunfo y además de ello no sabía sobre que balanza inclinar su gestión: bien hacia el comunismo, al socialismo o al capitalismo. Lo cierto de todo es que el intrépido militar sentía la necesidad de estructurar un cambio en el país, pues sabía de sobra que la riqueza de la nación no estaba siendo distribuida equitativamente como ocurrió en la cuarta república.

Chávez llegó a decir, incluso, ante tantas dudas que le asaltaron, que no teníamos que ceñirlos a un modelo único, pues perfectamente podíamos crear uno mixto, a nuestra semejanza y necesidades, pero por el contrario se asumió el rol de atacar el modelo que el  imperio defiende tenazmente, así tenga que acabar con sociedades enteras y con países, como de hecho  lo viene haciendo en todo el mundo.

Si bien Chávez ganó la presidencia de “rabo alzado”,  en ningún momento exhortó al país a que escogiera el modelo que desearía para ser gobernados. Es decir, los venezolanos que votamos por su candidatura fuimos execrados en cuanto a esta materia, de allí que se impuso el modelo socialista, que nunca ha llegado a concretarse, bien por culpa del imperio,  bien  por culpa del propio gobierno revolucionario, que se ha dedicado, más bien, a proteger y brindar oportunidades a reducidos grupos  que lo coadyuvan a sustentarlo en el poder.

No obstante a lo antes indicado  las misiones, por ejemplo, fueron un paso acertado en favor del pueblo, pero a lo largo del tiempo han dejado de cumplir con el rol para el cual fueron creadas, quizás por la falta de ingresos, que muchas veces vemos dilapidados impunemente en promover otras actividades para buscar la permanencia del gobierno o cubriendo favores a otras naciones.

Lo cierto de todo es que estamos mal, y de mal estamos pasando a peor. Nadie niega que Chávez amara apasionadamente al pueblo venezolano. Incluso, al igual que el Libertador Simón Bolívar, rindió su último aliento a favor de su causa, de allí que desde nuestra trinchera seguimos firmes en pedir, en exigir, que se respete la voluntad y la autodeterminación de los pueblos.

Pero hay una realidad que está la vista de todos ante el asedio del imperio. El país ya no se sustenta por sí solo. Ya somos una nación conformada de mendigos, corruptos y choros, y lo peor es que no pasa nada. A diario vemos que muchas de las autoridades del país, ante estas realidades,  son indiferentes. Pareciera que han asumido aquel dicho que dice: “sálvese el que pueda”. Vivimos, irremediablemente, bajo la Ley de la Jungla: “sobrevivirán los más fuertes”, y es lo que está pasando, mientras el país se desmorona  como un pedazo de pan tostado.

El hambre, sin ánimo de ser alarmista, trastoca a diario las puertas de cada hogar, los pacientes están falleciendo de mengua por falta de medicamentos, y en todo caso por carencia de dinero, pues los índices inflacionarios impiden que los venezolanos, de regular estatus, pueda tener acceso a sus alimentos y a todo aquello que necesitan en su hogar.

El hombre desde que es hombre ha tenido que trabajar para producir. Si la producción en exceso, o la plusvalía nos permite cumplir con intercambios comerciales  con otras naciones o pueblos, estamos generando riqueza, ganancias, que bien pudiéramos llamar actividad capitalista. Es decir el capitalismo está intrínseco en nuestras vidas,  por ello no hay que verlo como una actividad meramente nefasta.

Creemos que todo radica en la forma o manera  de dirigir el gobierno. Si un presidente desea hacer bien social en favor de las familias más vulnerables, perfectamente lo puede hacer, sin tener que caer en el extremismo, en el pleito, o en la diatriba, como ha ocurrido a todo lo largo del proceso revolucionario.

Es hora de cambiar el esquema del gobierno, el modelo económico, el enfrentamiento con los países vecinos y con los más alejados también, pero sobre todo con el bendito imperio, que no razona ni respeta la autodeterminación de los pueblos. Venezuela es un país libre y eso nadie lo va a poder alterar. Lo que requerimos, en estos momentos, es moderar el lenguaje, llamar a un diálogo sincero y respetuoso que nos permita recobrar la senda perdida. Las ofensas constantes deben cesar de inmediato, de lo contrario seguiremos perdidos sin hallar el rumbo deseado. No se trata de hincarnos de rodillas ante los países más fuertes, solo de buscar soluciones satisfactorias que a todos satisfagan. Eso sí, las reglas del juego se deben imponer y respetar, pero el hecho de que sedamos en algunos puntos económicos no implica  que estemos entregando el país, como muchos lo desean.

Las cartas están echadas. El país, el pueblo no resiste más la presión, y el estado de deterioro en que ha caído. Lo peor está por venir, y sería triste ver al país sumido en una guerra civil solo porque nos faltó la sindéresis, el raciocinio y la cordura. Es hora de revisarnos, pero además de ellos estamos llamados a ser severos y contundes con quienes apuestan al fracaso y a la ruina de la república.

*Periodista

italourdaneta@gmail.com
 



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Ítalo Urdaneta

Periodista, historiador y profesor universitario

 italourdaneta@gmail.com

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