Hablemos de macroeconomía, Parte III. Por qué la propiedad privada

Hablar de Economía Política es hacerlo de Macroeconomía, mientras la Microeconomía corre a cargo de la empresa privada y a cada empresa sólo interesa su particular ganancia, su cuota de mercado,  de allí que le resulta extraño tratar asuntos macroeconómicos. Por supuesto, maneja estadísticos demográficos,  población económicamente activa, estratos etarios, pero ninguna empresa tiene interés en el conjunto económico, sino en su parcela comercial.

La explotación, como característica precipua de todo régimen de producción clasista, es explotación  social o macroeconómica. En cada rincón del campo y la ciudad se halla presente y con carácter dominante.

En su negativa para reconocerse como explotador, el capitalista esgrime su "propiedad privada sobre los medios de producción" de los que carece el asalariado.

Si un asalariado logra dotarse de algunos medios de trabajo y materia prima de su propiedad personal, empezaría a trabajar por su cuenta, libre de explotadores en la fábrica. Sin embargo, le faltaría penetrar el mercado que generalmente se halla controlado por capitalistas comerciales de vieja experiencia. Es el caso de los   trabajadores a domicilio quienes reciben materias primas de un explotador para que ellos operan con sus máquinas, su casa y sus  fuerzas de trabajo. En el mercado virtual es frecuenta este tipo de explotación.  

Entonces, observamos que si los medios de producción son privados, en manos de no trabajadores o empleadores de asalariados, pareciera que estos se ven obligados a contraer  alguna deuda con aquellos porque no habría otra forma de que estos asalariados creen valor alguno ni siquiera el equivalente a su menguado salario o no podrían vender libremente su pequeña producción. Sábese que el trabajo informal es controlado por comerciantes ya establecidos; estos comerciantes explotan al consumidor final. Los buhoneros de mercancía seca,  como vestidos y calzados, representan una  ampliación de los almacenes de sus proveedores  sin costo alguno   para estos.

Hay, pues, una clara semejanza entre un capitalista que "alquila" sus medios de producción al asalariado, y un terrateniente o dueño de un edificio que ceda  su inmueble en alquiler. El asalariado paga una "plusvalía", y el inquilino un canon de arrendamiento. Aun así, todo terrateniente y todo capitalista termina siendo un explotador, el uno de sus inquilinos, y el otro de sus trabajadores.

 No obstante, la explotación social no puede justificarse porque sin inquilinos y sin asalariados ningún inmueble y ningún medio de producción pueden crear valor que le permita al terrateniente o al capitalista vivir de esa propiedad. Durante el Medioevo fisiocrático la nueva producción se atribuía a la Naturaleza; lo hacían los propios terratenientes para negar así la creatividad de sus siervos.

Es una perogrullada decir que, eliminada la propiedad privada, los trabajadores trabajarían sin tener que alimentar ni enriquecer a sus actuales explotadores o personas parasitarias apoyadas sólo por la tenencia privada de esos medios de producción. Una ley de corte socialista podría perfectamente prohibir el arrendamiento de inmuebles para dar paso así a la compraventa pacífica de aquellos inmuebles  no ocupados directa y personalmente  por sus actuales dueños. Sobre esto ya hay normas jurídicas adelantadas en materia inmobiliaria; bastaría reforzarlas. Otra ley podría disponer la venta del patrimonio de las empresas privadas, de manera que progresivamente pasen en bloques escalonados  a poder de los trabajadores en funciones de asalariados. Los contratos colectivos de trabajo podrían solicitar estas ventas y sus correspondientes facilidades de compra. (Continuará).



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Manuel C. Martínez


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