Soy: “anarquista-pacifista-socialista”

En uno de los días pasados, en un canal de televisión colombiano, estaban promocionando a distinguidos artistas y sus opiniones. Entre ellos, me alegró muchísimo, ver la figura de ese legendario combatiente-cantautor o cantautor-combatiente, don Paco Ibañez, quien tuvo la osadía o atrevimiento de popularizar con música, en momentos crueles de dominio del falangismo español, esa maravillosa obra artística que se conoce como “La poesía es un arma cargada de futuro” de don Gabriel Celaya. Baste recordar un solo verso para saber la dimesión combatiente de la poesía de don Gabriel Celeya y el canto de don Paco Ibañez: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta marcharse.”.

 Pero no es de don Paco Ibañez ni de su canto a lo que quiero referirme en esta reflexión. Se trata de un cantautor muy reconocido internacionalmente pero que, lamentable, no se me grabó su nombre, quien con una gracia admirable se definió como “anarquista-pacifista-socialista”. Si un político o un ideólogo así se definieran, seguro, recibirían unas cuantas críticas tratándolos como unos desfasados de la sociología, dignos de ser internados en un siquiátrico para locos incurables. Pero en boca de un artista eso suena, además de gracioso, sociológicamente respetable y entendible.

 Para Marx los artistas eran seres especiales aunque, a veces, trató con mucha dureza a ese gran poeta y revolucionario alemán, don Ferdinand Freiligrath, quien fue uno de los acusados en el famoso y triste proceso de Colonia donde la burguesía pretendió condenar al ostracismo a las ideas comunistas. Ostrovski veía en un artista lo profundo de sus pensamiento, lo intenso de sus sentimientos y, además, porque reparte generosamete las riquezas que conquista entre los demás, haciéndolos copartícipes de sus actos de creación.

 Vivimos en un mundo donde el hombre y la mujer, especialmente los explotados y explotadas por el capitalismo, son, en gran medida, esclavos de las necesidades. Por eso era que Engels decía que el comunismo se caracteriza por el triunfo definitivo del reino de la libertad sobre el reino de la necesidad.

 “Soy: anarquista…”, dijo el cantautor. Solemos entender por anarquía el desorden, lo no planificado. Y eso es correcto aplicado a la política. Pero para un artista como para un Estado proletario, en el campo de las artes, anarquía no tiene ese significado sino, más bien, ausencia de poder o de directrices políticas que no entuben a los artistas a ser fieles exponentes de lo que sólo dicta o le conviene a la autoridad política gobernante. Es decir, a los artistas hay que respetarle sus creaciones, su trabajo y dejar que entre ellos resuelvan sus diferencias o contradicciones sin la intervención del Estado, salvo para ayudarlos en todo lo que se pueda al desarrollo de sus actividades en la más completa libertad posible mientras haya necesidad de lucha de clases. Claro eso no significa otorgarles la potestad a los artistas de conspirar para derrocar por las armas a una revolución proletaria.

 “Soy: pacifista…”, dijo el cantautor. Los romanos –como materialistas- solían decir: “Primero vivir, y después filosofar”  mientras que Descartes –como idealista-primero pensaba y luego existía. Pues, el artista necesita vivir para poder escribir sus poesías, cantar sus canciones o realizar sus obras de arte. Antes que pensar es necesario el alimento, el techo, la salud, es decir, la vida material y eso lo descubrió Marx. El artista no es un ser abstracto sino concreto, no vive en un mundo alimentando el estómago con carnes o vegetales de fantasías sino su conciencia con realidades. En fin, se desenvuelve en un mundo de lucha de clases donde no puede ser totalmente indiferennte a la política, a las objetividades que le rodean o al medio ambiente donde debe moverse y existir. En su comportamiento político puede, sin duda, ser un pacifista pero en el contenido de sus obras toma partido por una determinada idea de clase social. Por eso es también capaz de decir: “Soy: socialista”.

 Un artista, no importa que sea pacifista, pero al decir que es socialista sabe que una revolución le entrega un alma al arte y éste aporta a aquella su voz. Lunacharski sostiene que “La revolución, como fenómeno de enorme y múltiple importancia, se halla unida al arte de numerosas formas”. Y el socialismo es la gran revolución que puede liberar al ser humano y brindarle todas las oportunidades para el desarrollo de la creación de un arte universal y no de clase social. Quienes agitan sus manos llenos de ira porque un artista no vaya en las filas que miden sus fuerzas en los escenarios de la guerra abrazan una especie de infatilismo de izquierda que termina condenando, por chabacanas y reaccionarias, las poesías y canciones que alimentan el espíritu combativo de los guerreros por un ideal. ¿Cuánto hubiese querido Allende salvar a Jara de la ira de los verdugos para que su guitarra no dejase de emitir sonidos y su voz de cantar haciendo el camino de la resistencia andándolo? ¿Cuánto hubiera protegido Lenin las “locuras” de las poesías críticas de Esenin y salvarlo de los maltratos de quienes creen que en una revolución todos los artistas deben entrar, incluso obligados, por el túnel más restrictivo de la dictadura del proletariado? ¿Qué hubiese sido de Alí Primera si hubiera cambiado su guitarra por el fusil para irse a las montañas en los primeros meses de la rebeldía de los años sesenta del siglo XX? No son pocas las veces en que una pluma o un canto hacen más daño que mil fusiles disparando balas.

 Si algo grande, a pesar de las adversidades a las cuales se enfrente fundamentalmente en sus inicios, tiene una revolución socialista es que su dirigencia sabe que la creación espiritual necesita de la libertad como el recién nacido de las buenas atenciones de sus padres. La revolución se propone liberar las cualidades creadoras de los seres humanos eliminándoles todas las trabas que sean posibles desde su comienzo, aunque se vea en la necesidad de aplicar algunas restricciones a variadas actividades sin excluir la espiritual.

 Si Marx, por ejemplo, se hubiese definido como “anárquista-pacifista-socialista”, simplemente, la doctrina marxista no sería más que un manual de precios para el buhonerismo comercial y, personalmente, ni siquiera hubiera sido un buen discípulo de Proudhon. Pero esa definición en boca de un artista es como un fiax lux que ilumina los espacios para la creación espiritual.



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Freddy Yépez


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