¿Es posible que avance una revolución que no hace de la crítica el principal de sus motores?

En enero de 2008 fue proclamado por el Presidente la necesidad de aplicar las 3R (revisión, rectificación y reimpulso de las acciones revolucionarias) como consecuencia de la pérdida electoral en el proceso refrendario que buscaba la reforma de nuestra Constitución. En octubre de 2010 se relanzan las 3R ahora al cuadrado, con el fin de atender la disminución de la fuerza electoral detectada en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre del 2010. Ha sido las 3R y 3R² una política reactiva postelectoral, que me hace pensar si será necesario otro trauma electoral para elevar las 3R al cubo o en lugar de ser una política reactiva se convierta en proactiva y observe los errores cometidos y anticipe los errores que se estén por cometer para su asertiva corrección.

Las 3R nacen en el marco de la autocrítica necesaria, que sin embargo ha tenido precedentes ampliamente cuestionados por voceros del gobierno y en ocasiones por el mismo Presidente. Para la reconstrucción parcial de algunos episodios autocríticos quisiera mencionar a tres personajes y un evento.

Cuando hablamos de autocrítica revolucionaria tres personajes me saltan a la mente de manera inmediata: Luis Tascón (expulsado del PSUV), Müller Rojas (quien renunció al PSUV) y Lina Ron (fundadora y retirada del PSUV), personajes hoy lamentablemente fallecidos pero que cada uno en su momento fueron clara expresión de descontento, de posturas críticas, de advertencia ante hechos que se desarrollaron (y aún se desarrollan con sus matices) dentro del proceso revolucionario ¿Quién a estas alturas olvida al “Nido de alacranes” descrito por el viejo Müller, como asiento del Presidente Chávez?

Por otra parte, el evento más emblemático de los procesos autocríticos fue el realizado el 2 y 3 de junio del 2009, ya hace casi dos años, por el Centro Internacional Miranda (CIM), denominado “Intelectuales, democracia y socialismo: callejones sin salida y caminos por recorrer” donde nos reunimos más de 30 intelectuales, académicos y analistas venezolanos entre otros, comprometidos con el proceso de cambio revolucionario. El objetivo era examinar y discutir en torno a los principales nudos problemáticos que enfrentaba nuestro proceso en aquel momento. Vladimir Acosta, Eva Golinger, Luis Britto, Marta Harnecker, Juan Carlos Monedero, Luis Damiani, Iraida Vargas, Emir Sader, Michael Lebowitz, Ernesto Villegas, Santiago Arconada, Rigoberto Lanz, Miguel Ángel Pérez, Carmen Bohórquez, Víctor Álvarez, Luis Bonilla Molina, Roberto Hernández Montoya, Fausto Fernández, Daniel Hernández, Filinto Durán, Mario Sanoja, Javier Biardeau, José Luis Pacheco, Arístides Medina Rubio, Aram Aharoniam, Miguel Angel Contreras, Gonzalo Gómez, Vladimir Lazo, Roberto López, Rubén Reinoso, Nieves Tamaroni, Rubén Alayón Montserrat, Elio Sayago, José Carlos Carcione, Rafael Gustavo González, Roland Denis, Paulino Núñez y mi persona estuvimos presentes en un espacio ampliamente cuestionado en su momento (que sometió al CIM a la incertidumbre de si sería cerrado) y que creo hoy ampliamente reivindicado por la historia.

Una de las discusiones centrales del debate giró en torno a lo que es el PSUV, dando así origen a una serie de interrogantes: ¿En qué se diferencia el PSUV de los partidos políticos tradicionales? ¿Los partidos siguen teniendo sentido en una sociedad compleja? El PSUV ¿Es un partido que debe tener una dirección única o una dirección colegiada? ¿Es conveniente que una persona pueda tomar decisiones al margen de las bases o contra la voluntad de las mismas? ¿Qué futuro tiene un partido donde las bases raramente tienen la oportunidad de expresarse? ¿Deben las bases elegir a los miembros de la dirección o se trata de una decisión no participada en aras de otras razones? ¿No debilita al propio partido que la dirección sea elegida al margen de las bases? ¿Cómo participan las bases en la elaboración de las grandes líneas programáticas, de las directrices del Gobierno y del contenido del socialismo del siglo XXI? ¿No es un problema para el partido que algunos de los funcionarios que están al frente de áreas fundamentales del gobierno sean al mismo tiempo los dirigentes del partido? ¿No conduce a la ineficiencia la acumulación de responsabilidades? ¿Y no es repetir un problema del socialismo del siglo XX el confundir el partido con el Estado?

Parte de las coincidencias sobre este tema para aquel momento (juzgue usted la vigencia de lo planteado hace dos años) se centraron en asumir que el PSUV debería contar con una dirección colectiva. Que articule efectivamente con los movimientos sociales de base (no que los utilice en tareas electorales o como correa de transmisión del Gobierno), que derrote el mal del clientelismo partidista y que instituya las bases de un verdadero partido revolucionario reconociendo la libertad de crítica y profundizando la democracia dentro del partido.

Otro aspecto medular que se analizó en el evento fue al Estado, los dilemas planteados sobre este aspecto fueron los siguientes: Si el Estado ha sido el instrumento que utilizó el neoliberalismo para imponer sus propuestas ¿Tiene que ser también el instrumento para liberarnos del neoliberalismo? ¿Es el Estado una herencia colonial que hay que superar, en otras palabras, no es continuar un debate colonizado el hablar del Estado? ¿El Estado nos devora cuando lo utilizamos o puede ser un instrumento válido para la emancipación? ¿Es posible refundar el Estado? ¿Hay un Estado simbólicamente débil en Venezuela? En caso de que el Estado sea débil ¿es eso una debilidad o una fortaleza en Venezuela? ¿Este Estado puede conducirnos rumbo al socialismo o por el contrario es un freno para ello? ¿Se trata de debilitar el Estado actual o de fortalecerlo? ¿Se trata de inventar un nuevo Estado que puede llamarse comunal o socialista? ¿Cuáles son los rasgos del Estado comunal?

De igual manera hoy podríamos preguntarnos cuánto hemos avanzado en la transformación de un Estado heredado que después de 12 años lo hemos hecho más grande y por ende más ineficaz, a pesar de los avances legislativos de la estructura formal del Poder Popular y el Estado Comunal.


El último elemento de dicho evento, apuntó a los modos y formas en que se debe articular la crítica. En el evento se asumió que incluso entre los intelectuales comprometidos con el proceso, la crítica ha perdido parte del espacio que le corresponde, especialmente entre aquellos con alguna responsabilidad institucional. No es difícil encontrar en los medios del proceso comportamientos del socialismo del siglo XX en los que se acusa de “contrarrevolucionario”, de “agente de la CIA” o “quinta columnas” a cualquier persona, incluidas personas con una incuestionable semblanza revolucionaria que formula críticas en voz alta. Esto debilita fuertemente al proceso, pues el Gobierno deja de recibir insumos para su ajuste, al tiempo que se va construyendo una verdad “oficial”, que se repite aun sin creer en ella, y una verdad popular silenciada pero más real.

Esta pregunta se repitió con frecuencia en el encuentro: ¿Es posible que avance una revolución que no hace de la crítica el principal de sus motores?

Después de dos años, casi la totalidad de las interrogantes y conclusiones de este evento están vigentes, e incluso han pasado a formar parte del discurso de algunos voceros oficiales o como parte de los reclamos del mismo Presidente sobre el proceso, sin embargo, algunos de los ponentes del encuentro fueron estigmatizados y en la actualidad han sido desplazados, así como lo fueron Tascón, Lina o Müller en su momentos.

El proceso revolucionario, hoy más que nunca necesita una corriente crítica, que formule propuestas, que esté comprometida con los ideales revolucionarios, pero no atada a la reproducción del discurso oficial, que permita generar los alertas sobre posibles desvíos y acciones que corrijan el rumbo. Sin embargo, la arrogancia de nuestro proceso a veces sólo permite que se hable de las 3R y 3R² o de la crítica necesaria cuando el líder las menciona, para después reposar en un estado de letargo que va allanando el camino al fracaso, como consecuencia de la miseria de aquellos que ven la crítica propositiva y comprometida como un obstáculo para alcanzar o mantener su cuota de poder.

Me permito aclarar que, a sabiendas que toda crítica debe proponer rutas resolutivas, sin embargo me veo en la obligación de ser tautológico al hablar de una “crítica propositiva” y además “comprometida” para que no quepa duda alguna sobre la postura política de quien escribe.

Estamos a tiempo de resignificar la crítica dentro del proceso y crear reales canales que permitan no sólo tener espacios de catarsis para la reflexión, sino espacios concretos de acción para la rectificación del camino hacia el socialismo.


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Nicmer N. Evans

Director de Visor 360 Consultores, una piedrita en el zapato, "Guerrero del Teclado", Politólogo, M.Sc. en Psicología Social.

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