¿Los trabajadores no entienden el socialismo o el socialismo no entiende a los trabajadores?

Mis estimados y nunca suficientemente bien ponderados lectores, el título con que encabezo este artículo, un título con un dejo shakesperiano de “to be or not to be”, surge de la constatación de un fenómeno que parece extenderse a lo largo y ancho de la República Bolivariana de Venezuela, y no es otro, que las constantes noticias de reclamos por reivindicaciones salariales de distintos sectores de trabajadores. Un día son las enfermeras, otro los médicos, otro los empleados públicos, otro los empleados de alcaldías y gobernaciones, otro los trabajadores de Guayana y así sigue la cosa. Y a eso agréguele usted, los cientos de damnificados por las lluvias.

¿Qué está pasando? Por qué los trabajadores reclaman y reclaman mejores condiciones laborales a un gobierno que se ha declarado amigo del pueblo y los trabajadores, representante genuino de los oprimidos frente a la oligarquía criolla y el imperialismo yanqui. ¿Por qué los trabajadores son tan desagradecidos con un gobierno revolucionario? Un gobierno que ha venido incrementando el salario mínimo, que ha invertido millones de dólares en educación y salud para el pueblo. Debo decir que tantas manifestaciones y protestas de distintos sectores de trabajadores me ha traído a la mente el gobierno de Carlos Andrés Pérez, sacudido hasta las bases por la inconformidad de los trabajadores frente al paquete económico implantado.

Para aquellos revolucionarios ortodoxos, marxistas leninistas hasta la médula y más allá, me dirán con desprecio y mirándome sobre el hombro “elemental mi querido Watson? La razón no puede ser más simple, porque son masas sin conciencia política y revolucionaria, con mentalidad pequeño burguesa que sólo ven hasta la punta de su nariz y hasta donde llegan sus reivindicaciones personales y egoístas. Algunos quizás vayan más lejos y lo despacharán con una acusación despectiva de ser “lumpen proletariado”.

Sin embargo, como a mí me gusta buscarle las cinco patas al gato, creo que es necesario hacer un análisis más exhaustivo del asunto. Incluso vincular este fenómeno venezolano actual con experiencias habidas en otras latitudes y en otros tiempos y amenizarlo quizás con una anécdota personal.

Comenzando por lo anecdótico, recuerdo que en la época de Salvador Allende, llegó a mi casa de visita, una muchacha que había trabajado para mis padres durante muchos años y que se había ido para casarse. La muchacha muy acongojada le relató a mi madre, que su esposo, un obrero textil si mal no recuerdo, había roto su carnet del Partido Socialista y había maldecido al gobierno de Allende debido a la frustración que le produjo no poder comprar una nevera para su hogar, después de mucho esfuerzo había logrado reunir el dinero, pero el día que fue a comprar el aparato, se encontró con la desagradable sorpresa que la línea blanca había subido un 50%. Estoy seguro que a muchos lectores les habrá sucedido algo similar, por lo menos a mí, si me ha pasado, y por lo menos una palabrota he soltado.

Ahora, tratando de vincular este fenómeno de inconformidad de los asalariados con el gobierno bolivariano y desde una perspectiva histórica, nos encontramos que no es nada nuevo que los trabajadores se enfrenten a gobiernos llamados socialistas, sólo hay que recordar que la caída del gobierno socialista polaco comenzó con una revuelta en los astilleros de gdanks, encabezada por un obrero, no un oligarca, Lech Walesa, quien incluso llegó a la presidencia de Polonia. No podemos olvidar que el muro de Berlín fue derribado por trabajadores alemanes que al grito de “Yo soy el pueblo”, abatieron la ominosa muralla a mandarriazos, para irse a la zona oeste de Berlín a tomar un café y recrear la vista en las iluminadas y bien surtidas vitrinas de la zona comercial. No podemos olvidar que las masas trabajadoras no movieron un dedo para salir en defensa de la Unión Soviética. Y no podemos olvidar que durante décadas, los trabajadores del este de Europa no pudieron manifestar libremente, y por lo tanto, la paz laboral que se observaba en la superficie, escondía las tormentosas aguas profundas del descontento. Y todo esto ocurría a pesar de que esos países presentaban indicadores muy buenos en lo que se refiere a salud y educación y esperanza de vida, en países donde no existía una miseria tan indignante como la que aún vemos en América Latina, y sin embargo, los trabajadores no estaban conformes.

En este punto recurriremos a Lenin, el insigne revolucionario, quien tengo entendido, alguna vez habría manifestado que la forma en que el socialismo podía derrotar el capitalismo era a través de una explosión de productividad socialista que superara con creces a la que exhibía el sistema capitalista. Quien también dijera alguna vez, “Comunismo es todo el poder para los soviets más la electrificación de todo el país." Resulta obvio que Lenin tenía claro que el incremento de la producción de bienes y servicios y la modernización tecnológica en la sociedad socialista era un imperativo para que ésta sobreviviera a largo plazo. Sin embargo, tal revolución productiva no se dio y las condiciones de vida en los países socialistas no mantuvieron un ritmo de mejoría constante. Pero además, existió el problema de la restricción de la libertad política llevada a cabo de forma brutal por Stalin y sus marionetas en toda Europa del Este, lo que impidió que existiera una válvula de escape para el descontento de los trabajadores, la olla soviética acumuló presión y terminó por explotar. Ahora bien, este cercenamiento sistemático y deliberado de las libertades políticas de los trabajadores y del pueblo en general ¿fue el delirio de un tirano como Stalin o hay algo más? Mi opinión es que hay algo más, y en este sentido, encontré unas frases atribuidas a Lenin, que exonerarían en cierto grado a Stalin como autor intelectual. Una de ellas sería la siguiente: "La libertad es un bien tan valioso que hay que racionarlo". Y la otra, "Libertad ¿para qué?". Preguntarse el para qué de la libertad o simplemente plantear la necesidad de racionarla, nos debe llevar ineludiblemente a un socialismo autoritario y policiaco.

Volviendo a la realidad venezolana, aquí nos encontramos con un proceso de construcción del socialismo en libertad y bajo el manto de la democracia, lo que para mí tiene un valor supremo. Sin embargo, este proceso presenta dificultades que los regímenes socialistas represivos y autoritarios del siglo XX no tuvieron, y es la libertad de los trabajadores para expresar sus críticas al proceso y la exigencia de sus reivindicaciones laborales.

El discurso socialista enfocado al hecho de que estamos construyendo una sociedad mejor, pero en el futuro, no logra convencer a los trabajadores de que deben dejar de lado sus reivindicaciones laborales de hoy, como su cuota de sacrificio para la construcción del paraíso en la tierra por venir. Pareciera ser que los trabajadores son movidos más bien por ese viejo dicho que dice “más vale pájaro en mano que cien volando”.

Los trabajadores aquí y en la Cochinchina quieren vivienda digna, trabajo, un buen ingreso y lo quieren en el aquí y ahora; cabe destacar que cuando la izquierda está en la oposición, esos son los lemas que enarbolan frente a los gobiernos burgueses, pero al parecer, cuando la izquierda accede al poder y los problemas reales que esto conlleva, cuando se ven ante el problema que significa elaborar un presupuesto para atender necesidades múltiples y jerarquizables con recursos siempre escasos y de uso alternativo, entonces el discurso cambia y los trabajadores deben renunciar a sus reivindicaciones inmediatas en función de la construcción de la futura sociedad socialista.

Entonces los trabajadores que siguen reclamando sus derechos pasan a ser individuos sin conciencia de clase. Pero, no es la clase trabajadora la que cambia el discurso cuando la izquierda accede al poder, es la clase política de izquierda en el poder la que cambia su discurso, y los hay que cambian de carro y casa, y que dejan de veranear en Choroní para pasarlo en Disneyworld.

Debemos agregar que los trabajadores ven reforzada su posición en demanda de sus reivindicaciones cuando son testigos de actos de corrupción en las esferas del gobierno, o de actos de derroche, despilfarro y ostentación. Por supuesto, el argumento que he escuchado de muchos trabajadores ha sido - “para eso si hay plata, pero para aumentarnos la miseria de sueldo que ganamos no la hay”. Anecdóticamente, puedo decirles que me tocó presenciar como un recién nombrado director de una institución pública con escasas horas de tomar posesión del cargo, andaba consultando si había dinero para comprar una camioneta de lujo Four Runner, por supuesto, se autoproclamaba un revolucionario a tiempo completo. El mismo que posteriormente, frente a las demandas de los trabajadores, argumentaría que no había real para satisfacer las mismas. Estoy seguro que muchos de quienes están leyendo estas líneas podrán echar cuentos similares.

Ahora bien, ¿podemos culpar a los trabajadores de una supuesta falta de conciencia política por su “excesivo realismo, materialismo y pragmatismo”?. En mi opinión, no podemos culparlos, debido a los grandes recursos provenientes del petróleo que podrían haber sido usados para cancelar las deudas que mantiene el Estado con los trabajadores.

No podemos negar que el gobierno ha venido incrementando nominalmente el salario mínimo y las pensiones, y digo nominalmente, porque la inflación crónica de dos dígitos rápidamente se come los incrementos de salarios. Por lo tanto, en el mejor de los casos, el ingreso real de los trabajadores se mantiene igual, aunque todos sabemos que no es así, porque la inflación, sobre todo la que se da en los alimentos, supera dichos incrementos con creces. Por lo tanto, estamos frente a un proceso diabólico que corroe el ingreso real de los trabajadores.

Pero hay más, este proceso también corroe al gobierno, cada aumento nominal del ingreso de los trabajadores se devuelve como bumerang contra el gobierno como empleador, exigiéndole mayores recursos para atender LOS INCREMENTOS SALARIALES Y PASIVOS LABORALES. Esto a su vez, ha llevado al gobierno a recurrir al mefistofélico mecanismo cuarto republicano de la devaluación para obtener más recursos en bolívares en base a la misma cantidad de dólares, lo que refuerza la inflación de los productos importados, que para desgracia de Venezuela, representan un porcentaje muy alto de la oferta de bienes en el mercado venezolano. Obviamente, estamos en un círculo vicioso del cual no hemos sabido escapar.

Volviendo a citar a Lenin, en lo que respecta a la necesidad de que el socialismo supere en productividad al capitalismo para su supervivencia, podemos decir que en el caso venezolano no lo estamos logrando. De hecho, llevamos 6 trimestres con una disminución del PIB, según nos han dicho, como producto de la crisis mundial.

Crisis frente a la cual, en un primer momento, se nos tranquilizó diciendo que estábamos blindados, para después decirnos que era lógico que fuéramos afectados por la misma (que alguien me explique). Sin embargo, no hay explicación creíble cuando vemos que en A. Latina los demás países están creciendo económicamente y que todos los países petroleros también lo están haciendo. Frente a todo esto, hay tímidas aseveraciones en el sentido de que estamos al final del túnel, que ya se ven tendencias positivas y que la inflación podría ser reducida en tres años a un dígito.

La verdad económica ineludible es que sólo es posible frenar la inflación con una expansión continuada de la producción de bienes y servicios para incrementar la oferta y con un reemplazo de productos importados por nacionales. Lamentablemente, estas tendencias no se ven por ninguna parte. En virtud de la realidad económica existente, y tomando como válida la aseveración de Lenin sobre la productividad en el socialismo, podríamos decir que el socialismo en Venezuela está en riesgo.

En este orden de ideas, de que la revolución bolivariana está en riesgo, me ha llamado la atención el artículo muy crítico, por cierto, de Heinz Dietrich, reconocido ideólogo y propulsor del socialismo del siglo XXI, titulado “Venezuela: cambia el modelo o colapsará como el modelo cubano” (http://www.aporrea.org/ideologia/a108893.html). En este artículo, Dietrich dice respecto de esa población que se ha llamado Nini cosas como ésta: “Desde el 2003 en adelante, el gobierno ha ganado su lealtad - (la de los Ninis) - mediante los enormes subsidios estatales. Pero, los bajos precios del petróleo, la ineficiencia económica y la alta inflación, no permitirán que este método de cooptación y atracción de clientelas, podrá mantenerse tal cual hasta las elecciones del 2012. Y sin las mieles del subsidio y de las ganancias estatales, ese sector probablemente caerá víctima de los cantos de sirena de la oposición”.

Como se puede observar, Dietrich también apunta como Lenin, y claro como lo hago yo también (no me puedo quedar afuera), a la ineficiencia económica y a la inflación como factores capaces de dar al traste con el proceso bolivariano.

En ese mismo artículo Dietrich lanza una estrofa final lapidaria y muy dura, durísima diría yo, diciendo lo siguiente: “En Cuba se perdieron cinco valiosos años antes de emprenderse la necesaria rectificación de un modelo estructuralmente agotado. A Hugo Chávez le quedan para la misma tarea menos que ocho meses. Ese tiempo es objetivamente suficiente, bajo una condición: que el pueblo imponga la rectificación, porque los líderes de la nueva clase política “bolivariana” son tan arrastrados ante el poder que no pueden atender el supremo destino de la nación, cambiando el rumbo del Titanic”.

Tal vez esa solicitud de rectificación de la que habla Dietrich es la que se expresa en las protestas de los trabajadores por mejores condiciones laborales, más empleo, más viviendas, más seguridad, más electricidad, más agua, un metro y en general, un transporte público que funcione como Dios manda, y sería un grave error ignorarlas, minimizar su importancia o verlas de una manera simplista, como la expresión de grupos manipulados por la oligarquía y el imperio.

Amanecerá y veremos, pero la masa no está para bollos, la distancia en votos entre la oposición y el chavismo tiende a estrecharse, y a no ser que nos venga una dosis de realismo político, de pragmatismo, de pensar que la política es el arte de lo posible, algo que al parecer, aprendió muy bien un ex trabajador metalúrgico llamado Lula, que para tirios y troyanos, es un gran presidente, que sin mucha fanfarria, ha logrado encauzar a Brasil por la senda del crecimiento y la eficiencia en lo económico, mejorando el nivel de vida de los más desposeídos, nos veremos en serios problemas y con la posibilidad cierta de que regrese el capitalismo salvaje. Parafraseando a Dietrich nuestro Titanic sigue avanzado directo al iceberg y no queda mucho tiempo para dar un giro al timón, sobre todo en el aspecto económico. El problema es que un giro del timón tiene sus costos, y éstos se miden en votos que se ganan o se pierden, seguir con el mismo rumbo también tiene los suyos, en materia de política económica los cambios requieren tiempo, y nunca podemos estar seguros que las medidas a implementar darán los resultados esperados, estamos al parecer ante un dilema ¿seguir con el mismo rumbo o cambiarlo? He ahí la cuestión.


htorresn@gmail.com


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Hernán Luis Torres Núñez


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