Al camarada Carlos Hermida

Mitos y verdades sobre la Revolución Rusa y el programa bolchevique

“Ningún comunista ha negado que la expresión República Socialista de los Soviets traduce la voluntad del poder de los soviets de asegurar la transición al socialismo, pero de ninguna manera quiere significar que el nuevo orden económico sea socialista” 

Lenin 
 

Primer mito: Hasta ese momento el socialismo había estado en los libros que habían escrito Marx y Engels: en El Manifiesto Comunista; en El Capital (por supuesto); en La Sagrada Familia; en los fundamentos de la Crítica a la Economía Política; en las teorías de la plus-valía... digamos que en todo el aparato teórico de Marx y Engels, y de posteriores marxistas: Rosa Luxemburgo; Lenin; etc. Pero no se había llevado a la práctica. (…) Bien, el 25 de Octubre del año 1917 dejó de estar en los libros, y se convirtió en algo real”. (Carlos Hermida). 

Primera verdad: Si resumiéramos el programa socialista como la constitución del proletariado en clase dominante para abolir la propiedad privada de los medios de producción y por tanto el trabajo asalariado, tal como lo concebía  Marx, es claro, que el socialismo correctamente entendido continúa hoy en los libros. Un análisis verdaderamente crítico, más allá de las posiciones ideológicas, pondría en evidencia que el programa leninista inaugurado en 1917 en realidad no tenía nada que ver con Marx. Se trataba cómo bien lo afirmaba el propio Lenin, de un “monopolio capitalista de Estado puesto al servicio del pueblo”, donde los trabajadores no tenían en sus manos el dominio y la dirección de la producción. Programa de acción, por cierto, sorprendentemente opuesto a la “asociación de productores libres e iguales” que planteaba Marx.  

En este sentido, afirmar que: “el 25 de Octubre del año 1917 dejó de estar en los libros, y se convirtió en algo real” , no es más que una vulgar manera de escamotear el análisis crítico del régimen soviético bajo Lenin, hasta el punto de convertir sus falsificaciones teóricas en el referente único de la transición universal al socialismo. Cuando se estudia la economía durante ese período, uno se pregunta como se podía llamar socialismo a un programa de acción en el que permanecían las categorías efectivas del capital (trabajo asalariado, extracción plusvalía, ley del valor, etc). No importa si el plusvalor va a parar a los capitalistas privados o al “Estado obrero” como propietarios de los medios de producción; si no hay abolición del trabajo asalariado (enajenado), no se puede hablar de socialismo. 
 

Segundo mito: “Cuando le llegó la noticia de que una clase dominada, una clase explotada, como es la clase obrera, y con la ayuda de los campesinos pobres había tomado el poder; nacionalizado las fábricas; realizado la reforma agraria... fue la peor de las pesadillas. El peor mal sueño que tuvo la burguesía. Era el mundo al revés: digamos que eran los de abajo, los que en ese momento estaban arriba. (Carlos Hermida). 

Segunda verdad: Precisamente, el desconocimiento por parte de los bolcheviques del proyecto social revolucionario (de destrucción del capital, del trabajo asalariado), junto a la idea de la necesidad de una dictadura revolucionaria, condujo al proletariado ruso a una situación enormemente trágica: imponerse como dirección de una sociedad sin ser capaz de dirigirla en concordancia con sus propios intereses. Es claro, que esto tuvo un peso contrarrevolucionario decisivo en la supresión de la autogestión obrera real en las fábricas de la mano de los administradores impuestos por Lenin (“especialistas” burgueses u obreros seleccionados por sus “actitudes y capacidad”). De hecho, no fueron las masas trabajadoras las que en ese momento estaban arriba, fueron los dirigentes del Partido quienes llevaron la fracasada producción capitalista en Rusia, al glorioso “socialismo”, es decir, a un vulgar capitalismo de Estado, según palabras del propio Lenin.  

Eran estos dirigentes del Partido quienes poseían el saber, por lo tanto, eran los que pensaban, organizaban, ordenaban y dirigían. Las masas debían solamente aceptar lo que la sabiduría de ellos decidía. Todo esto, a sabiendas que Marx sostenía la necesidad de la “asociación de productores libres e iguales”, pero ya sabemos, que esta posición teórica entra en contraposición con los ideales socialdemócratas y el programa bolchevique. 

Por otro lado, los objetivos transitorios propuestos por el programa leninista “nacionalización”, “reforma agraria”, “comités de fábricas”, etc son objetivos que perfectamente pueden realizarse en el marco de la producción capitalista desde el punto de vista técnico y, por consiguiente, no sirven para clarificar a las masas las medidas necesarias para establecer el socialismo. 

 ¿No ha demostrado la experiencia histórica la nocividad de las reivindicaciones transitorias –tanto socialdemócratas, como las propias bolcheviques- que pretenden hacerse pasar por realizaciones socialistas cuando en realidad son simples reformas capitalistas?  

Verdaderamente, los primeros años de la “revolución bolchevique” han sido mal estudiados por muchos camaradas, lo que ha mantenido el mítico “pasaje al socialismo” impulsado por el programa leninista como la vía expedita a una transformación revolucionaría. Sin embargo, si analizamos críticamente ese período encontraremos que lejos de impulsar un programa verdaderamente revolucionario, los bolcheviques sólo se limitaron a promover un conjunto de medidas democrático-burguesas (“la paz inmediata y democrática”, “la expropiación de tierras y su entrega a los comités de campesinos”, “los derechos de los soldados y la democratización del ejército”, “el control obrero de la producción”, “la convocación a una Asamblea Constituyente”), que nada tenían que ver con una transformación socialista inmediata.  

Salta a la vista, que dicho programa, en el mejor de los casos, nunca puso en cuestión el carácter capitalista de la sociedad rusa. Esto se debía a que Lenin pensaba que la burguesía rusa era incapaz de realizar su propia revolución democrático-burguesa como la burguesía de Europa occidental, por lo que le correspondía a la clase trabajadora rusa realizar tanto la revolución “burguesa” como la “proletaria” en una serie de cambios sociales que constituirían una “revolución permanente”. No obstante, los aspectos burgueses de la revolución rusa no tardaron en descubrirse en el seno mismo del partido bolchevique: el programa leninista era parte integrante de la socialdemocracia-reformista internacional, diferenciándose de esta última sólo en sus aspectos tácticos. 

 ¿En qué coinciden ambos programas? 

1) En que entre capitalismo y socialismo no hay destrucción revolucionaria del Estado burgués y sus instituciones. 

2) No hay liquidación inmediata del trabajo asalariado. 

3) Prevalece el valor de cambio hasta su conversión en capital.  

4) Ambos piensan que el desarrollo del capitalismo conducirá a alguna forma de capitalismo de Estado, que podría entonces ser transformado en socialismo mediante las instituciones democráticas existentes. 

Contrario, a lo planteado por Marx, el programa bolchevique olvida que toda sociedad donde predomine el valor de cambio será siempre una sociedad capitalista, por tanto, allí donde prevalezca el valor de cambio habrá siempre trabajo asalariado, es decir, explotación del hombre por el hombre. Es por ello que, para Marx: “aunque alguna forma de trabajo asalariado pueda eliminar los inconvenientes de otra, ninguna puede eliminar los inconvenientes del trabajo asalariado mismo” (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política).  

Es claro pues, que la “ortodoxia marxista” del programa bolchevique sólo existía en forma ideológica, como falsa conciencia de una práctica no-socialista.  
 

Tercer mito: “Todos abordan el tema de la Revolución nos dicen que fue un golpe de estado”. (Carlos Hermida). 

Tercera verdad: No pretendemos abordar este problema en los términos de preguntarnos si se puede considerar la revolución rusa en la categoría de las revoluciones proletarias anteriores a ella (como la Comuna de París, por ejemplo). Sin embargo, si se considera que la “toma del poder” en octubre de 1917 fue organizada y dirigida por el partido bolchevique, que desde el primer día, asumió de hecho el poder: ¿En qué sentido se podría afirmar que la revolución de octubre fue una revolución proletaria, considerando que fue dirigida por un partido, que una vez que logró asegurarse el apoyo del proletariado, instauró su propia dictadura? 

Más allá de las implicaciones de la “teoría del golpe”, pareciera pertinente preguntarse:  

“¿Jugó la clase obrera rusa un papel histórico propio durante aquel período, o bien fue simplemente la infantería movilizada al servicio de otras fuerzas ya establecidas?  

¿Apareció como un polo relativamente autónomo en la lucha, en el torbellino de las acciones, de las formas de organización, de las reivindicaciones, de las ideas, o por el contrario fue un mero catalizador de impulsos venidos de otra parte, un instrumento manejado sin grandes riesgos ni dificultades?”. (Castoriadis). 
 

Cuarto mito: “Los campesinos votaron a los eseritas porque ellos consideraban de alguna manera fueron ellos quienes les entregaron la tierra, pero no era así. El campesinado había votado a favor de la Revolución. Lo que ocurría es que no tenía una preparación política, y prácticamente no sabía distinguir en los primeros momentos quienes eran los bolcheviques, los eseritas, o los eseritas de izquierda (que por cierto formaron gobierno con los bolcheviques). Esas elecciones no fueron representativas”. (Carlos Hermida). 

Cuarta verdad: Algunos parecen olvidar, que el “apoyo táctico” dado por los campesinos al partido bolchevique, no significaba para nada que el campesinado estuviese dispuesto a embarcarse con el proletariado ruso en la construcción del socialismo. La revolución en la que los campesinos pensaban y que deseaban realizar, era la revolución democrático-burguesa. Por eso conceden su respaldo a los bolcheviques cuando estos son los únicos en defender consecuentemente la reforma agraria y por eso se lo retira después y boicotea de mil maneras la acción del nuevo Estado soviético cuando pretende, en el campo, ir más allá de un reparto de tierras. 

Sin embargo, a pesar de  quela inmensa mayoría de la población estaba con ellos” (Hermida), “los bolcheviques formaban el segundo partido más votado. Los primeros eran los eseritas, que tenían bastante influencia entre el campesinado”. (Hermida). 

Sobre la base de las propias argumentaciones expuestas por el camarada Hermida, es fácil que muchos historiadores (no es nuestro caso) pudieran extraer la siguiente conclusión: 

A unos golpistas les da igual si tienen detrás de ellos a las masas o no las tienen”. (Carlos Hermida). 

Por lo tanto, "como los bolcheviques perdieron las elecciones, disolvieron la asamblea constituyente." (Carlos Hermida). 
 

Quinto mito: “Stalin es una figura absolutamente calumniada desde la izquierda, y desde la derecha (cosa que es sospechosa)”. 

Quinta verdad: ¿En qué consisten tales “difamaciones” o “calumnias”? Que para muchos revolucionarios el estalinismo es visto, no como una especie de “contrarrevolución” que privó a la revolución de octubre de sus frutos; sino como el fruto mismo de esta revolución que abrió la puerta para el capitalismo en Rusia. Lenin y Stalin estaban convencidos de que lo que estaban construyendo en Rusia era, si no el socialismo, por lo menos lo segundo mejor que el socialismo, porque estaban completando el proceso que en las naciones occidentales todavía era sólo la tendencia principal del desarrollo. Habían abolido la economía de mercado y habían expropiado a la burguesía; también habían adquirido el control completo sobre el gobierno. Para los obreros rusos, sin embargo, nada había cambiado; simplemente se encontraban frente a otro grupo de jefes, políticos y adoctrinadores (Mattick). De hecho, su posición no se diferenciaba a la de los obreros de todos los países capitalistas en tiempos de guerra. El ideal marxista de: “transformar los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son medios de esclavización  de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”, donde “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” terminó degenerando en un Estado basado en el trabajo forzado (alienado) como no se había conocido hasta entonces. 
 

Sexto mito: “Durante años se ha estado repitiendo que Stalin asesinó a millones y millones de ciudadanos soviéticos”. (…) “Pero esas calumnias y esa difamación vienen también del campo de la izquierda: trotskistas, y anarquistas; de tal manera que hay un extraño lazo que es a veces difícil de comprender. ¿Cómo es posible que un trotskista, y un anarquista coincidan con las tesis de la burguesía?. (Carlos Hermida). 

Sexta verdad: Veamos, según las cifras del camarada Hermida, “del año 1936 al 1938, que fueron los años peores de la represión, el número de personas ejecutadas en la Unión Soviética asciende a 700 000 (estoy redondeando las cifras). El número el de presos en los campos de trabajo y colonias penitenciarias era de 2 millones y medio”. 

Sin embargo, para el camarada, considerar a Stalin como un asesino son sólo “calumnias y difamación”, pues “700 000 personas fusiladas, y 2 millones y medio condenadas (y muchas de ellas eran delincuentes comunes), no dan ni siquiera un 3% de la población”. Claro, “pero después hay que añadir que una parte de la represión estaba justificada”. 

¡Definitivamente, se ha perdido la capacidad de asombro! 
 

Séptimo mito: Por tanto hay que decir que el estalinismo tiene zonas de sombra. Pero también tiene zonas de luz, y muy brillantes. No solamente hubo represión en los años 30. También hubo un gigantesco avance industrial”. (Carlos Hermida). 

Séptima verdad: Ciertamente, pero  ¿a costa de qué, se produjo ese gigantesco avance industrial? A costa de una  administración centralizada cuya preocupación fundamental era la expansión de la producción y por lo tanto de la formación de capital. La destrucción de las relaciones de mercado en la antigua URSS, trajo como consecuencia que tanto la producción como el consumo fueran determinados por decisiones gubernamentales la mayoría de las veces sin el consentimiento de los productores. Los recursos eran distribuidos por decreto y ejecutados dictatorialmente. El trabajo asalariado se convirtió en trabajo forzado y, para bien o para mal de los trabajadores, las condiciones de producción y distribución eran determinadas mediante deliberaciones de los individuos que ocupaban posiciones de poder social (“especialistas” burgueses). De esta manera, “la asociación de los productores libres e iguales” anunciada por Marx se transformó, para desdicha de los trabajadores, en un Estado basado en trabajo forzado (enajenado) como nunca se había visto. Así, lo planteaba el propio Trotsky, cuando afirmaba: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado. El Estado Obrero se considera autorizado para enviar a cada trabajador al lugar donde su trabajo es necesario. Y ningún socialista serio empezará a negar al Estado Obrero el derecho de castigar al trabajador que se niegue a ejecutar su tarea” (Dictadura versus Democracia). Igualmente, ilustrativas y “muy brillantes” resultan las siguientes palabras de Lenin: “La fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de millares de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno”  (Cuestiones sobre la organización socialista de la economía). De esto se deduce que, “toda interferencia  de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible”. (Ibid). 

 ¿Puede negarse, después de lo antes planteado -por estos insignes bolcheviques-, que el estalinismo representaba la fase superior del bolchevismo? 
 

Octavo mito: Lo que está claro es que el cliché que han acuñado la burguesía y los trotskistas sobre Stalin, no sirve absolutamente de nada si queremos analizar a fondo lo que pasó en la Rusia de los años 30. Es un cliché del cual los trotskistas y los anarquistas no salen. Da igual las pruebas documentales que aparezcan, ellos siguen pensando que Stalin era un asesino que traicionó a la Revolución”. (Carlos Hermida). 

Octava verdad: Acá tomamos las propias palabras del camarada Hermida: Hay que decir que hay puntos oscuros en esa represión, como el juicio de grandes dirigentes bolcheviques Zinoviev, Kamenev y Bujarin. Fueron acusados de los peores crímenes; de ser enemigos de la Revolución; de ser agentes de los países capitalistas...  Con esos argumentos, que a mi juicio son débiles, se les fusiló”. (Carlos Hermida).   

En este sentido, ¿quién traicionó a quién? 
 

Noveno mito: Una de las cosas que odiaba Lenin era la burocracia”. (Carlos Hermida). 

Novena verdad: Ciertamente, y si no hubiera habido una determinada burocracia desde el comienzo, ésta no hubiera podido adueñarse del poder del Estado. Y, si no hubiera habido un Estado, éste no hubiera podido degenerar en burocracia. En todo caso, el punto acá es preguntarse cómo una “revolución proletaria” pudo hacer nacer una burocracia. Si en la revolución rusa “eran los de abajo, los que en ese momento estaban arriba” (Hermida), si eran los obreros rusos los que estaban al frente de la dirección de la sociedad, la gestión de la producción, la regulación de la economía, la orientación de la política (eso, si sería socialismo), ¿Cómo surgió la burocracia? La experiencia soviética simplemente demostró que los obreros no son siempre los que escriben la historia, sino los otros. La Oposición obrera de Kollontai, por ejemplo, mostraba para 1919 que una amplia fracción de la base obrera del partido bolchevique tenía conciencia del proceso de burocratización que se había puesto en marcha, y que se alzaba contra el propio partido. Los militantes de la Oposición Obrera ponían en cuestionamiento el bajo papel que se le había reservado a los obreros en la gestión de la industria, de donde resultaba según ellos una perdida de contacto entre las masas obreras y los burócratas del partido. El nombramiento de “especialistas burgueses” –muchos de ellos antiguos empresarios-, en puestos responsables o de dirección al frente de las empresas, se convirtió en el caballo de batalla de este movimiento. Al punto, que para 1920, las reivindicaciones del movimiento se volvieron más radicales. Lutoninov, por ejemplo, le declara la guerra a la “peste burocrática”, exigiendo la recuperación en el menor lapso de tiempo posible de los derechos plenos y enteros de la democracia obrera. ¿Cuál fue la reacción de Lenin, al respecto? En el X Congreso del PCR (B), de 1921 declara que “la desviación sindicalista debe ser corregida y lo será puesto que se aparta manifiestamente del partido y del comunismo”. La respuesta de Chliapnikov, no se hizo esperar y no agrado mucho al Comité Central: “…en Rusia los comunistas son una cosa, las masas otra diferente”. Antes que terminara el Congreso se aprueban dos resoluciones. La primera sobre “La desviación sindicalista y anarquista” que iba dirigida de hecho a la Oposición Obrera. Y la segunda sobre “La unidad del partido”, destinada a prevenir cualquier tentativa de oposición. El proyecto de la primera resolución, aprobado después, le permitió luego a Lenin desarrollar sus tesis en ¿Qué hacer? sobre la cuestión sindical: “El marxismo enseña que sólo el partido político de la clase obrera, es decir, el partido comunista, está capacitado para agrupar, educar y organizar la vanguardia del proletariado y de todas las masas laboriosas; dicha vanguardia es la única con capacidad para resistir las inevitables colaciones pequeño-burguesas de estas masas y sus prejuicios corporativistas”. Es decir, todo lo contrario a lo expuesto por Marx, cuando afirmaba: “Desde la creación de la internacional, hemos formulado nuestra divisa de combate: la emancipación de la clase obrera será obra de la propia clase obrera. En consecuencia, no podemos hacer causa común con quienes declaran abiertamente que los obreros son demasiados incultos para liberarse a sí mismos, y que deben ser liberados desde arriba, es decir, por grandes y pequeños burgueses filántropos” (Circular dirigida por Marx y Engels a los jefes de la Social Democracia alemana el 17 de septiembre de 1879). 

Es claro, que lo que preocupaba al partido bolchevique no era cómo pasar la gestión de la producción a los obreros, sino cómo formar lo más rápido posible una capa de directores y administradores de la industria y la economía. Si se hace una revisión exhaustiva de los textos oficiales de la época, se podrá constatar que desde el principio los dirigentes bolcheviques dirigieron su programa de acción a la conformación de una capa de directores que se encargarían de dirigir la producción (y que gozarían de importantes privilegios). Un programa de acción que los dirigentes bolcheviques consideraban una “política socialista”, dado que esta capa de directores y administradores de la producción (burócratas) estaría bajo el control de la clase obrera, claro está, personificada por su partido comunista.  

En este sentido, ¿No es claro que ya estaba presente en el programa leninista la conformación de una burocracia? 

Si se tiene por un lado, el poder de los directores en las fábricas bajo el “control” único del partido. Y, por el otro, el poder indiscutido del partido sobre la sociedad, sin control alguno. 

 ¿Cómo evitar la fusión de ambos poderes? 

El momento en que se planteó por primera vez una oposición a esta amenaza (orientación inherente al programa bolchevique) fue la discusión sobre la “Cuestión Sindical” (1920-1921) que precedió al décimo Congreso del partido.  

Sin embargo, ¿No reafirmó la dirección del partido con Lenin a la cabeza su postura de que la gestión de la producción debía confiarse a los administradores individuales (“especialistas” burgueses)? 

¿De dónde sacan entonces, eso de que: “Lenin odiaba la burocracia”? 
 

Décimo mito: “Una cosa es ésa, y otra pintar a Stalin como si fuera poco menos que un pueblerino, un patán, que prácticamente no sabía marxismo. (Carlos Hermida). 

Décima verdad: Creo que el camarada Hermida, es claro al respecto: Es verdad que Stalin no brillaba a la altura de Lenin, Rosa Luxemburgo, o el mismo Trotsky”. (Carlos Hermida). Y, de hecho, su conocimiento sobre marxismo era algo limitado. 
 

Décimo primer mito: A la burguesía le sirve, claro, para eliminar una parte fundamental de la Unión Soviética, de 1929 a 1953, que precisamente es cuando se construye el socialismo”. (Carlos Hermida). 

Décima primera verdad: Se comete un gravísimo error en tratar de hablar del “fenómeno estalinista” designando a la URSS como un país socialista. El carácter revisionista del régimen estalinista en relación a la teoría marxista ha sido demostrado en infinidad de veces. El “economicismo” propiamente dicho, en el que se presenta al desarrollo de las fuerzas productivas como el verdadero motor de la historia y no la lucha de clases; es uno de los aspectos centrales del revisionismo estalinista. Se identifica al socialismo con la supresión  de la propiedad privada de los medios de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas y no con la abolición del trabajo asalariado y la libre asociación de los trabajadores. En este sentido, <>, <<>, <>, etc; son fenómenos que no se pueden considerar como parte del universo interno socialista. Por el contrario, deben ser vistos como el resultado de un conjunto de relaciones sociales y de relaciones de producción que se caracterizan por:  

a) Una ausencia de autogestión de los trabajadores: “toda interferencia  de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible” (Lenin).  

b) Ausencia de autoadministración de los ciudadanos y de control de éstos sobre la administración política y económica: “la fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de miles de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno” (Lenin).  

c) Planificación centralizada burocráticamente: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución centralizada de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado” (Trotsky).  

d) Apropiación y distribución del sobreproducto social por el Estado, al margen de todo control de los productores: “es necesario formular las cosas de manera absolutamente clara y categórica a los efectos de que los trabajadores de cada empresa no tengan la impresión de que la empresa les pertenece” (Lozovski). 

e) Régimen del director único y todopoderoso en el seno de la empresa: “el partido proletario debería designarlos para dirigir el proceso del trabajo y la organización  de la producción, pues no existe otra gente que tenga experiencia práctica en esta materia, los obreros (…) marchan hacia el socialismo precisamente a través de la dirección capitalista de los trusts, a través de la gran producción maquinizada, a través de empresas de varios millones de rublos de circulación por año, sólo a través de tal sistema de producción y de tales empresas” (Lenin). 

e) Mantenimiento en ésta de la estructura jerárquica.  

f) Sistema de remuneración que proporciona grandes privilegios a los altos funcionarios y que somete a buena parte del proletariado a la angustia del trabajo a destajo: “Bajo el régimen capitalista, el trabajo a destajo y por unidades, la puesta en vigor del sistema Taylor, etc., tenían por finalidad amentar la explotación de los obreros, y arrebatarles la plusvalía. Después de la socialización de los medios de producción, el trabajo a destajo, por unidades, etc., tiene como finalidad el incremento de la producción socialista y por consiguiente el aumento del bienestar común. Los trabajadores que aportan más que los otros al bienestar común adquieren derecho a recibir una parte del producto social superior a la de los haraganes, los indolentes y los desorganizadores”, etc.  

Por cierto, quien plantea esto último, no es Stalin en 1939, sino Trotsky en 1919. 

¿Puede un marxista considerar esto socialismo?  

Esta fue la estrategia que impulsó el partido bolchevique desde 1917 hasta 1953. Es claro que no hubo ninguna diferencia fundamental con la época estalinista, los bolcheviques, antes y después de Lenin, tenían como objetivo primordial el desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia: “Cuando la clase obrera haya aprendido a defender el orden del Estado contra el espíritu anárquico de la pequeña propiedad, cuando haya aprendido a organizar la gran producción a la escala del Estado sobre la base del capitalismo de Estado, ella habrá entonces (…) concentrado todos los requisitos en sus manos y la consolidación del socialismo será asegurada” (Lenin). 

 Por tanto, ¿cómo puede afirmarse que hubo una transformación revolucionaria socialista en Rusia? Lenin y los bolcheviques, al suprimir las tentativas de autogestión y perpetuar el trabajo asalariado en las empresas nacionalizadas estaban, de hecho, implantando un régimen de capitalismo de Estado, solamente diferenciado de sus formas occidentales por el grado extremo y totalitario al que llevaron la propiedad, el control y la planificación estatales, que alcanzaron su máximo apogeo con Stalin (Ferreiro).  

Si los bolcheviques creían que no había otra forma más eficaz de desarrollar la producción sino mediante la implementación de mecanismos de producción capitalistas, era porque estaban convencidos de que el capitalismo era el único sistema de producción racional y eficaz. Querían suprimir la propiedad privada de los medios de producción, la anarquía del mercado, pero no la organización de la producción llevada a cabo por el capitalismo. En otras palabras, querían modificar la economía, pero no las relaciones de trabajo, ni el trabajo mismo.  

Ya Marx había explicado claramente, que el punto de partida y el punto de llegada de todo mecanismo de explotación es la gestión o dirección del trabajo de los otros. El programa leninista, entendió desde el primer momento la “necesidad” de imponer una categoría social específica que dirigiera el trabajo de los otros en la producción, la actividad de los otros en la política y en la sociedad, y que dirigiera la dirección separada de la empresa, es decir, un partido que dominará y controlará todo.  

El estalinismo, sólo puede entenderse como la extensión perversa de ésta lógica. 
 

Décimo segundo mito: “En realidad, ¿por qué se ataca a Stalin? ¿Qué es lo que no se le perdona? Haber convertido a la Unión Soviética en una potencia gigantesca en los planes quinquenales. Una potencia mundial que le hizo sombra a Estados Unidos. Y como no se le perdona, se le ataca por todas partes. Da igual si lo ataques son ciertos o no”. (Carlos Hermida). 

Décima segunda verdad: Lo que no se le perdona a Stalin, entre otras cosas, fue el terror masivo que utilizó como medio de resolución de las contradicciones sociales y políticas en el seno de la sociedad soviética, así como las purgas y exterminios a gran escala, generalizados durante su régimen. Por otro lado, el alto grado de desarrollo que alcanzaron las fuerzas productivas, gracias a los “planes quinquenales”, no permitieron por ello el tránsito de la URSS a una sociedad socialista, sino todo lo contrario. Partiendo de ese único punto de vista, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas: ¿No debió la extinta URSS haber pasado a una sociedad socialista? La propia experiencia soviética pareciera demostrar que para pasar al socialismo no es suficiente reconvertir ciertos aspectos del Estado burgués, sino destruirlo revolucionariamente. El propio Lenin parecía preverlo, cuando afirmaba, por ejemplo: “Pues bien, ha pasado un año, el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha actuado en la nueva política económica a nuestra voluntad? NO Y NO LO QUEREMOS RECONOCER ASÍ. ¿Y cómo ha actuado? Se escapa el automóvil de entre las manos, al parecer hay sentada en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guían, sino donde lo conduce alguien, algo clandestino o algo que está fuera de la ley, o que dios sabe dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, tal vez unos capitalistas privados o tal vez unos y otros, pero el automóvil no marcha como se lo imaginaba el que va sentado en el volante, y muy a menudo marcha de manera completamente distinta”. (Informe político del Comité Central al IX Congreso del PC (B) en Rusia, Marzo de 1921).  

¡Una clara anticipación de lo que sería la época de Stalin! 
 

Décimo tercer mito: Lo que pasa es que se suelen hacer juicios desde la actualidad, desde el año 2006. Hay que situarse en los años 30. (Carlos Hermida). 

Décima tercera verdad: Ciertamente, tomando las propias palabras del camarada Hermida: “Si nos situamos allí, vemos que la figura de Stalin estaba mitificada por los trabajadores. (Carlos Hermida). A nuestro modo de ver, el estalinismo tendría que considerarse como una ideología en el sentido marxista del término, es decir, la cristalización teórica de una forma de falsa conciencia. Una ideología que para finales del reinado de Stalin había alcanzado una coloración cuasi-religiosa cubierta por un matiz, muchas veces, delirante (¿Culto a la personalidad?). Hecho que, por cierto, escapa muchas veces a las consideraciones de quienes se obcecan en considerar al estalinismo como una forma acabada de socialismo. Un ejemplo, más allá de las consideraciones teóricas, que permiten mostrar lo importante de entender los peligros de la falsa-conciencia de los estalinistas, serían las siguientes argumentaciones: “Ahora que los archivos se han abierto, que se están ordenando (lo cuál tardará tiempo, porque tienen una documentación inmensa), ya se ha trabajado con los archivos. Y lo que nos dicen es que la represión fue mucho menor de lo que aparecía en aquellos libros. Por ejemplo del año 1936 al 1938, que fueron los años peores de la represión, el número de personas ejecutadas en la Unión Soviética asciende a 700 000 (estoy redondeando las cifras). El número el de presos en los campos de trabajo y colonias penitenciarias era de 2 millones y medio.

 
Eso parecen cifras enormes. Yo no digo que no sean cifras importantes. Pero la Unión Soviética en aquel entonces tenía 170 millones de habitantes. Por tanto hay que relativizar las cifras. 700 000 personas fusiladas, y 2 millones y medio condenadas (y muchas de ellas eran delincuentes comunes), no dan ni siquiera un 3% de la población”.
(Carlos Hermida). 

No ha de extrañarnos pues, que para 1930 ese conjunto coherente de falsa conciencia que fue el estalinismo, terminará convirtiéndose en un reificado fenómeno religioso. 
 
 
 

Rijchiro7@yahoo.com



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