Venezuela posee riquezas que muchas naciones envidiarían. El subsuelo rebosa de petróleo, los campos fertilizan con abundancia, los minerales descansan en montañas que tocan el cielo. Y sin embargo, el país está hundido en la miseria.
No es una contradicción sin explicación. Es el retrato más cruel de lo que sucede cuando la riqueza material se convierte en maldición en manos de quienes carecen de lo más fundamental: educación, cultura, inteligencia para administrar.
Tener dinero no es tener riqueza verdadera. La riqueza auténtica reside en la capacidad de entender, de pensar, de gobernar con criterio. Un país puede nadar en petróleo y morir de hambre si quienes lo administran no saben qué hacer con lo que tienen entre las manos. Venezuela es la prueba viva de esta verdad que duele: los recursos naturales sin la inteligencia para gestionarlos no valen absolutamente nada. Peor aún, se convierten en instrumento de corrupción, de mediocridad, de decadencia.
La pregunta que debe formularse todo venezolano es simple pero devastadora: ¿de qué sirve tener millones si no se sabe administrarlos? ¿De qué vale la abundancia si se desperdicia, se roba, se dilapida por ignorancia y falta de capacidad? La respuesta es aterradora: de nada. Absolutamente de nada.
Venezuela ha descuidado deliberadamente, durante décadas, la formación de su gente. No es un accidente. Es una elección. Un país que no invierte en educación, que no cultiva a sus ciudadanos, que no promueve el pensamiento crítico, se condena a sí mismo a la mediocridad perpetua. Si levantas tu voz lo más probable es que te castiguen por ello.
Los pasillos del poder están repletos de personas que llegaron a ocupar cargos de inmensa responsabilidad sin poseer la formación necesaria. Hombres y mujeres sin preparación, sin estudios, sin la menor noción de cómo se administra un patrimonio o se gobierna una nación. Se sientan en despachos de alto nivel, con acceso a recursos millonarios, sin tener idea de lo que hacen. Es como poner a un niño a pilotar un avión de pasajeros. El desastre es inevitable.
La Asamblea Nacional se ha convertido en un retablo de la incompetencia. Asambleístas (no todos, no pretendo generalizar) sin formación académica sólida, sin experiencia, sin visión, o graduados en universidades, pero vulgarmente mediocres. Toman decisiones que afectan la vida de millones basándose en ignorancia, en conveniencia política, en intereses personales. Y nadie los detiene. Nadie exige que estén preparados para los cargos que ocupan.
Lo más peligroso no es un funcionario corrupto que roba. Lo más peligroso es un funcionario ignorante que roba y ni siquiera entiende el daño que causa. La incultura en los espacios de poder no es solo un problema administrativo. Es una catástrofe moral.
Un hombre sin formación que maneja millones es un desastre en potencia. Puede destrozar industrias, empobrecer regiones enteras, arrastrar a familias a la miseria, todo sin entender realmente las consecuencias de sus actos. La ignorancia es el mejor aliado de la corrupción. Se refuerzan mutuamente. El que no sabe cómo funciona la economía será incapaz de detectar sus propios desvíos. El que no ha estudiado ética ni filosofía justificará sus robos con cualquier sofisma.
Venezuela ha vivido este ciclo durante más de un siglo. En la época de Gómez, hombres sin preparación, caudillos sin cultura, gobernaban con el puño. Saqueaban, enriquecían sus bolsillos, y el país se emporecía. Los años pasaron. Llegaron nuevos líderes, nuevas promesas, nuevas esperanzas. Pero el patrón se repitió. Y se sigue repitiendo.
Porque mientras no exista un compromiso real con la educación, mientras no se exija que quienes ocupen cargos públicos de responsabilidad sean personas preparadas, cultas, capaces de pensar, Venezuela seguirá siendo un país pobre. Seguirá siendo un país miserable. La riqueza del suelo no salvará a sus habitantes. Solo la riqueza de la mente puede hacerlo.
Es difícil decirlo con claridad, pero debe decirse: Venezuela es pobre. No porque sus tierras sean áridas o sus recursos escasos. Es pobre porque quienes la gobiernan, quienes toman decisiones, quienes manejan su dinero, no tienen la formación, la cultura ni la capacidad intelectual para hacerlo bien. Y mientras esto siga siendo así, mientras se tolere que personas sin preparación ocupen posiciones de poder, mientras se celebre la mediocridad en lugar de exigir excelencia, Venezuela seguirá siendo un país miserable.
La solución no está en la riqueza. La solución está en transformar la mente colectiva. En valorar la educación. En exigir que quienes nos gobiernen sean personas preparadas, cultas, capaces. Hasta que eso no suceda, hasta que Venezuela decida invertir en la formación de su gente, el petróleo seguirá siendo solo una maldición.
NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE