Conmoverse por Gaza

Conmover es una palabra que proviene del latín commŏvēre, y significa «poner en movimiento», «suscitar», «impulsar», «excitar», «quitar», «mover con violencia», «agitar».

La capacidad de conmoverse denota cuán intensa y verdadera es nuestra conexión con el mundo (éste último entendido como la totalidad de significados y relaciones en la que existe el ser humano y no solo la suma de los objetos físicos).

La belleza, la bondad, la generosidad, el triunfo de la verdad y la justicia, así como la lealtad, poseen la capacidad de conmovernos. También lo hacen el sufrimiento ajeno, la resistencia ante la adversidad y el esfuerzo por superarse. La conmoción surge, por ejemplo, al ser testigos del daño infligido a un ser que despierta nuestra empatía ─incluso si se trata de seres inanimados─ como ocurriría si alguien destruyera «La noche estrellada» de Van Gogh.

En el Holocausto del pueblo palestino somos testigos del sufrimiento humano en su forma más dura y brutal. La incapacidad de conmoverse ante este horror, particularmente cuando afecta a cientos de miles de niños, es signo de perversa impasibilidad; a esta gente no parece conmoverlas el sufrimiento de ciertos grupos humanos, ya sea por prejuicios raciales o de clase, o por una animadversión culturalmente inculcada.

En cuanto a los criminales que infligen ese sufrimiento, su monstruosidad radica en haber erradicado por completo la capacidad de conmoverse. Su monstruosa condición recuerda al «xenomorfo» de la película Alien, el octavo pasajero. La siniestra criatura se incuba en el interior de los seres humanos sin que estos lo sepan; cuando el parásito alcanza la madurez, emerge violentamente, destruyendo el cuerpo que lo albergaba, lo humano muere al nacer el monstruo. Los «xenomorfos», no está demás decirlo, son depredadores terribles, carecen de empatía, están dotados de estructuras y habilidades que les permiten aniquilar todo a su paso; es decir, son capaces de arrasar con todo, tal como ocurre en Gaza.

En el otro lado del espectro se encuentran las personas conmocionadas por el sufrimiento infligido a los palestinos. En ellos se generan diversas reacciones, principalmente de carácter emocional y conativo. La mera respuesta emotiva, al circunscribirse al ámbito individual, resulta socialmente estéril, sin incidencia sobre la causa o las víctimas del daño. Por el contrario, cuando la conmoción logra traspasar el umbral de lo emocional para traducirse en acción («poner en movimiento»), se despliegan conductas concretas dirigidas a aliviar, detener o reparar dicho sufrimiento.

¿Qué determina ese paso de lo puramente emotivo a lo conativo? Lo condicionan varios factores: la fuerza de la empatía con el estímulo que generó la conmoción; la evaluación de la eficacia y del riesgo que implica la acción prevista; el contexto social, que determina si la acción tiene oportunidad de desplegarse; y, finalmente, factores individuales como los conocimientos, valores, creencias y capacidades operativas del sujeto conmovido.

Las acciones impulsadas por la conmoción colectiva ante el Holocausto palestino han adoptado formas diversas, pero todas tienen un objetivo común: generar una masa crítica de opinión pública que obligue a los gobiernos e Israel a detener el genocidio. El concepto de «masa crítica», originado en la física nuclear, se emplea en las ciencias sociales para designar el punto de inflexión o el umbral mínimo de adhesión dentro de un grupo humano para que se produzca un cambio social significativo y autosostenido.

Ese punto de inflexión para la propagación de una postura en defensa de los palestinos ya se esté alcanzando; esto como resultado de la perseverancia de las víctimas al denunciar las graves violaciones que se cometen contra ellas, de su tenaz resistencia para sobrevivir al holocausto y de la inquebrantable voluntad de sus defensores en todo el planeta.

Efectivamente, la defensa de la causa palestina se ha convertido en un fenómeno mundial: el silencio y la complicidad con Israel se resquebrajan, los apoyos titubean. La ola de solidaridad crece sin cesar y se convierte en un tsunami. En el Zócalo de la Ciudad de México, 180 mil personas gritaron al unísono « ¡PALESTINA LIBRE!». En las cárceles de Londres hay cerca de 900 detenidos, entre ellos decenas de ancianos, por denunciar el genocidio y la complicidad del gobierno británico. En Sídney, Australia, 300 mil personas salieron a protestar en apoyo al pueblo palestino. En Alemania, las manifestaciones no cesan pese a la brutal represión policial. En Bilbao, las protestas lograron que la Causa Palestina se convirtiera en la gran triunfadora de la Vuelta Ciclística a España.

Miles de artistas, poetas, escritores y músicos de renombre mundial han expresado públicamente su repudio a los actos genocidas de Israel. Por las redes sociales circulan millones de mensajes que denuncian la horrenda obra del monstruo sionista. Una flota de barcos (Global Sumud) con decenas de activistas de 44 países se aproxima a Gaza desafiando el bloqueo genocida y sus aguerridos tripulantes afirman que no cejarán en su empeño a pesar de los ataques y las amenazas de Israel. Los gobiernos de España e Italia han enviado buques de sus armadas para asistir a esta Flotilla. En decenas de ciudades italianas estallaron fuertes protestas y una huelga general en solidaridad con Palestina. En los países árabes, particularmente en Yemen, millones de personas han salido a protestar en contra del genocidio.

La comunidad internacional dio también un paso significativo con el reconocimiento del Estado de Palestina por parte de más de ciento cuarenta países, entre los que se incluyen naciones que mantenían un apoyo incondicional a Israel. Durante la más reciente Asamblea General de la ONU, este respaldo se manifestó con claridad: la mayoría de los mandatarios exigieron el cese inmediato del genocidio. Incluso se llegó a plantear la posibilidad de una intervención armada para garantizar corredores humanitarios. Un momento emblemático del creciente aislamiento de Israel fue la casi total deserción del salón de sesiones cuando el criminal de guerra, Benjamín Netanyahu, iniciaba su intervención.

La demora de la humanidad en conmoverse y alcanzar esa masa crítica de opinión ha tenido un costo devastador: decenas de miles de vidas palestinas y la destrucción total de sus ciudades. La escala de la devastación causada por el infame ejército israelí y la consecuente ocupación de buena parte del territorio palestino probablemente ha hecho inviable la formación de un Estado palestino. No obstante, aún queda más de un millón y medio de personas en la Franja de Gaza que apenas sobrevive al asedio.

Es imperativo hacer todo lo posible por salvarlas y hacer realidad su sueño de una vida normal. Una vida en la que los niños nazcan en la tierra de sus padres para ser amados, no diezmados; una vida donde el sol y la brisa vuelvan a las playas de Gaza, y el té y el pan a las mesas.

Una vida donde renazca el bullicio de los comercios y las charlas animadas en las calles de las nuevas ciudades; donde los hombres rían juntos, discutan de fútbol y de trabajo; oren en los templos, cultiven olivos y pesquen en el mar. Una vida en la que nadie tenga que destrozarse los dedos escarbando entre escombros, ni gritar desesperado por sus familias masacradas.

Una vida donde las muchachas canten en las terrazas, se engalanen para las fiestas, estudien, escriban diarios, tesis y poesías, y en su vientre alberguen con alegría las promesas de futuro. Una vida sin madres acunando cuerpecitos enfundados en mortajas; libre del espantoso ruido de las explosiones y el zumbido de drones asesinos.

Una vida sin temor a ser despojados de lo suyo por colonos violentos y enloquecidos; en la que la gente pueda dormir tranquila y andar en paz por los caminos. Porque serán libres al fin, desde el Jordán hasta el Mar, y su sed de justicia habrá sido saciada.



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Akbar Fuenmayor

Médico Pediatra


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