Aquí el mundo ha terminado y sólo caminan los cadáveres

Aquí los niños nacen ya condenados,

su primer aliento es una deuda con la muerte.

Ni siquiera el infierno podría imaginar esto.

[…] la ausencia de Dios grita más fuerte que todas las bombas.

Ezzideen Shehab, Médico y poeta, testigo directo del genocidio.

Los gazatíes experimentan un apocalipsis: todo su mundo fue destruido y su sufrimiento es inconcebible. Los rodea la muerte, la putrefacción, la destrucción, la pena, el hambre, el dolor, la enfermedad, la crueldad y la total orfandad. Muchos ya no piensan en sobrevivir, sino en cuánto les resta para el martirio. Algunos ven la muerte como liberación y reencuentro con sus seres queridos. Ese sentir queda plasmado en las palabras de algunos niños de Gaza, recopiladas por el personal del Centro de Atención del Trauma de Palestina (Reino Unido):

1) ¿Cuándo ellos bombardeen la tienda nos quemaremos?

2) Después de que muera, ¿oiré tu voz?

3) Cuándo yo muera, ¿me podrán enterrar con mi mamá y mi papá?

4) Si un misil nos golpea, ¿sentiremos dolor o nos moriremos inmediatamente?

5) Quiero ir al cielo porque no hay miedo ni guerra, y lo tiene todo

6) ¿A los niños a quienes les amputan las piernas les crecen piernas nuevas?

7) ¿Cuándo moriremos y nos desharemos de los bombardeos y de los israelíes?

8) ¿Se convertirán en humanos los perros que comieron los cadáveres de los mártires?

Cuando alguien ofrenda la vida por una causa, la muerte tiene cierto sentido y razón, pero este horror no lo escogieron ellos. Los palestinos no se sacrifican por ideas políticas o creencias religiosas. Sus vidas no son el precio de la libertad o la justicia. La realidad es más cruda y horrenda: más de dos millones de personas, en su mayoría mujeres y niños indefensos, fueron encerrados por Israel en una prisión a cielo abierto con el fin de someterlos a las formas más crueles de violencia y degradación. Durante dos años no han tenido sosiego en ese tormento colectivo aplicado con despiadado sadismo.

Israel ha masacrado a cientos de miles de civiles indefensos, ha cometido infanticidio masivo y, a los que aún sobreviven, les niega el alimento, el agua y la atención médica. Toda esta barbarie tiene un objetivo: despojar a los gazatíes del último pedazo de tierra que les queda, borrar su nombre, sus costumbres y su herencia. Los asesinos quieren usar las tierras de Palestina para formar el «Gran Israel». El rescate de los rehenes de Hamas es solo un pretexto; es evidente que al criminal de guerra de Netanyahu y a su gobierno de psicópatas no les importa la vida de esas personas; si fuese así, no habrían lanzado sobre Gaza el equivalente explosivo de ocho bombas atómicas.

El proyecto del nacionalismo etnorreligioso sionista del «Gran Israel» se asemeja notablemente a la idea del Lebensraum («espacio vital») del nacionalismo étnico-racial del nazismo. Ambas visiones apelan al derecho superior y exclusivo que tiene un grupo étnico/religioso sobre un territorio y a la deshumanización de "los otros" que lo habitan, justificando así la limpieza étnica para la ocupación.

Las ideas supremacistas, independientemente del grupo que las profese, acarrean consecuencias catastróficas para todos los involucrados. Por supuesto, los efectos más terribles los sufren las víctimas de la violencia sistemática y atroz que tiene un claro propósito genocida. Pero los grupos supremacistas también resultan afectados. Se estancan culturalmente al rechazar todo sincretismo con otros grupos humanos, adoptan una mentalidad de asedio permanente, recurren a formas totalitarias para controlar a su propia población, y corrompen la enseñanza de la historia y la cultura de su pueblo para adecuarla a la ideología.

Al igual que en su momento lo hizo el nazismo, el nacionalismo etnorreligioso sionista y su proyecto del «Gran Israel» también constituye una grave amenaza para los países de su entorno, la evidencia son los ataques que Israel ha perpetrado en los últimos meses contra Yemen, Siria, Catar, Líbano e Irán.

El supremacismo sionista no sólo tiene impacto regional, atenta contra la humanidad en su conjunto. El gobierno de Israel y sus aliados ─entre ellos varios países árabes, Estados Unidos y la Unión Europea─ han instituido como norma la violación del derecho y el orden internacionales, han promulgado la ley del más fuerte y han primado el uso de la violencia indiscriminada como medio de dominación.

El nazismo fue detenido a un gran costo, pero es bueno recordar que el principal motor de aquel enfrentamiento fue la expansión de la Alemania nazi, lo que representó una amenaza directa para los intereses de las potencias aliadas. En el holocausto palestino no hay potencias enfrentadas. Los palestinos carecen de relevancia geopolítica para las grandes potencias, de modo que no cuentan con aliados poderosos que aboguen por ellos. En tales circunstancias, los palestinos han servido como víctima propiciatoria para una demostración brutal del destino que espera a los pueblos sin poderío bélico que se atrevan a desobedecer los mandatos de las potencias imperiales. Hoy son los palestinos; mañana será cualquier pueblo vulnerable.

Los ciudadanos de los países de altos ingresos tampoco saldrán exentos de este genocidio. Los gobiernos europeos (con algunas dignas excepciones) y de EE.UU. han enfrentado las protestas multitudinarias contra el genocidio aplicando formas de represión y control comunicacional que han desnudado su deriva autoritaria y el total desprecio por los derechos humanos y los valores que decían defender. Además, las atrocidades de Israel en Palestina y otros países árabes y persas pronto generará nuevos ciclos de venganza y migraciones masivas que más pronto que tarde tocarán sus puertas.

Los palestinos sólo intentan sobrevivir en su tierra. ¿No querría lo mismo cualquier alemán, japonés, catarí, etíope o colombiano si fuesen asediados y exterminados por un cruel ejército invasor? ¿Por qué cuesta tanto entender esa simple realidad?

O nos oponemos al genocidio y enfrentamos a los sátrapas que gobiernan el mundo o el mundo habrá terminado y sólo caminarán los cadáveres.



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Akbar Fuenmayor

Médico Pediatra


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