El sol agrietaba la tierra en La Tacarigua de Margarita. No era el calor típico, sino uno que se sentía agrio, mezquino, como si el astro rey estuviera enojado. Las lluvias, esas que eran el bálsamo del campo, se habían negado a caer, dejando el conuco de Juancho Marcano sediento y resquebrajado.
La mata de mango, con sus hojas mustias, lucía como un cuadro a la tristeza. Ya no era aquella sombra generosa. Ahora era un testigo silencioso de la sequía, y su voz, que antes era un murmullo de hojas, ahora era un suspiro ronco y cansado.
—¡Ay, Juancho!— gemía la mata. —Esto no es vida. No se siente ese aire fresquito, esa humedad que me hace cosquillas en las raíces. Aunque hago todo lo posible para que mis frutos tengan el mismo sabor de antes.
Juancho, con su sombrero en la mano, meditaba. Miraba la tierra cuarteada, el rastrojo que apenas se atrevía a crecer y al pobre Pipo, su perro leal, que jadeaba bajo el escaso resquicio de sombra.
—Esto es un desastre. La gente no entiende que los árboles no son un estorbo, ¡son la vida!— le dijo Juancho a la mata de mango.
—Es que la gente cree que somos una simple leña. No nos ven como lo que somos: el pulmón de la Tierra, el hogar de los pájaros— dijo la mata de mango con voz de tristeza.
—¡La gente no tiene consciencia! Asesina a los árboles sin piedad — dijo el periodista.
La mata de mango susurró: —Es la ambición. Creen que pueden arrancar la vida sin consecuencias. Esto es un delito, un asesinato. ¡Debería ser castigado con todo el peso de la ley!
Juancho la miró, pensativo. Era un crimen contra la naturaleza.
Pipo, levantó el hocico y dijo:
—Sí, Juancho. Triste y lamentable. Aunque hablando de otra cosa te indico: "La muerte no llega con la vejez, si no con el olvido. El autor de eso fue Gabriel García Márquez.
Juancho, con una sonrisa triste, pensó en la frase , entendiendo que el olvido era el camino directo a una muerte definitiva.
Luego, llevándose la tristeza de la mata de mango en la mente, se regresó con Pipo a la casa.