El jardín de Juancho Marcano era un oasis de brisa y paz. Un aguacatero se extendía sobre un rincón, con ramas generosas que ofrecían una sombra fresca, salpicada por el sol que se colaba entre las hojas. El aire se sentía suave y las flores de las ixoras mostraban su color rojo, mientras un par de colibríes zumbaban de flor en flor. En medio de todo ese sosiego, el periodista Juancho Marcano, se sentó en un banco de madera desgastada. A sus pies, su perro Pipo, observaba el ir y venir de las hormigas.
"Pipo, ¿sabes qué es la fe?", le preguntó Juancho, acariciando la cabeza del can. Pipo solo levantó una oreja, como si entendiera la profunda pregunta. "En Margarita y todo el oriente, la fe tiene un nombre: la Virgen del Valle. Ella es la madre, la que nos cuida en el mar y en la tierra. Miles de personas van a su basílica, le piden favores y le dan gracias. Es una devoción que se lleva en la sangre, una tradición que se hereda", dijo el periodista.
Pipo, con un suspiro leve, pareció asentir. "Muchos, Juancho, creen que la suerte es un favor que se pide, un regalo que se ruega. Pero yo he visto con mis propios ojos cómo la suerte es caprichosa, cómo le llega a la persona que menos la espera, a quien no la busca con desesperación. La Virgen, para muchos, es esa ancla de fe, no una lotería".
El periodista, sorprendido por la sabiduría de su perro, soltó una carcajada. "Pipo, has aprendido demasiado con nuestras conversas".
El perro se estiró perezosamente y, con voz serena, como el viento que mecía las hojas, dijo: "La suerte viene a quien menos la aguarda, Juancho, como dijo Federico García Lorca. Y la fe, en verdad, es saber que la madre siempre está, sin necesidad de pedirle nada a cambio, solo por estar presente, sin esperar a que nos llegue la suerte".
Juancho asombrado con las palabras de su perro, le acarició su cabeza y optó por atender su celular que repicaba.
