Navidad, fiesta familiar

La navidad es esencialmente una fiesta familiar. Por ello, aunque vivimos días muy inciertos y difíciles, con numerosas familias separadas y rotas, y se aviva en estos días el dolor de la ausencia, y aunque la penosa situación económica, con la inflación otra vez desatada, hace que pensiones, salarios y bonos pierdan cada día valor, todos deberíamos esforzarnos por cultivar con esmero el cariño y la ternura, para convertir nuestro hogar en una escuela y comunidad de amor, refugio y seguridad como lo fue la familia de Nazaret.

Jesús aprendió de José un oficio y, como todos los niños, antes aprendió en el hogar a caminar, a hablar, a rezar, y las costumbres, historias y cultura de su pueblo. Podemos suponer que ayudaba a su madre María en las tareas del hogar, a moler el trigo, a amasar la harina, a traer agua del pozo del pueblo. Y como todo niño normal que "iba creciendo en sabiduría, en edad y gracia", jugó con los otros niños, se cayó e hirió numerosas veces, lloró y rió, se disgustó y se puso bravo en ocasiones, se enfermó y aprendió a leer, escribir y a conocer la Ley, en la escuela de Nazaret.

Pero sin duda alguna, la verdadera escuela de Jesús fue el hogar; y sus padres, José y María, sus principales maestros. Lo mejor que le pasó a Jesús en toda su vida fueron José y María. De ellos no sólo aprendió un oficio y los aspectos religiosos y culturales del pueblo judío de su época, sino que experimentó tal confianza, seguridad, y cariño, que de ellos aprendió a sentir y llamar a Dios como Abbá: Papito-Mamita querido.

Los escasos relatos en los evangelios de la infancia de Jesús, son más que suficientes para ver en José y María unos modelos de padres, entregados por completo a la voluntad de Dios y al servicio de su hijo y de los demás. José es presentado como un hombre piadoso, justo, diligente y siempre preocupado por proteger y salvar a la familia. Mateo comenzará definiéndolo como un hombre "bueno" (Mateo 1, 19), conocedor de la ley, pero con la libertad suficiente para reinterpretarla misericordiosamente. Por ello, cuando descubre que María estaba embarazada y no precisamente de él, no la denuncia, como lo establecía la ley, para que fuera apedreada hasta morir, sino que decide apartarse discretamente. Esta fue la primera de varias veces que salvó de la muerte a María y a Jesús.

Volverá a salvarlos cuando tienen que huir precipitadamente al destierro de Egipto al enterarse de que Herodes andaba buscando al niño para matarlo. Podemos imaginar la firmeza y el valor de José, un artesano pobre, al tener que abandonar de repente la seguridad del hogar y del trabajo, para salir a enfrentar los mil problemas y dificultades de un destierro repentino y forzado. Serían largos días de hambre, de dormir a la intemperie, de sortear cientos de amenazas y peligros y, luego, de todos los inconvenientes que supone establecerse en un país desconocido. Lo podemos imaginar siempre diligente, preocupado para que no les faltara nada al niño ni a su madre, como ya antes lo había sido cuando en Belén no consiguieron posada y tuvo que acomodar un corral para que María diera a luz a su hijo. O cuando, lleno de angustia, durante tres días estuvo buscando con María al niño que se había quedado en Jerusalén, en vez de regresar con ellos a la casa.

En María encontramos un modelo perfecto de entrega a Dios, que es también servicio a los demás. Su sí confiado y total en la Anunciación "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra" (Lucas 1, 38), hicieron posible la encarnación. De inmediato, al enterarse de que su prima Isabel también estaba embarazada partió en su ayuda. Sabía bien que sería un embarazo difícil, pues Isabel era una mujer de muy avanzada edad y, sin pensarlo dos veces, partió presurosa en su ayuda (Ver Lucas 1, 39 y ss).

María, mujer de fe inquebrantable, siempre se fió de Dios a pesar de los graves problemas y dificultades que tuvo que enfrentar y a pesar de que no terminaba de comprender muchas cosas. Como la respuesta de Jesús, cuando por fin lo encontró en el templo después de tres interminables días de búsqueda angustiosa, cuando tuvieron que regresar a Jerusalén al descubrir que no estaba en la caravana con los que volvían a Nazaret: "Al tercer día lo hallaron en el templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos". Él les contestó: "¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?". Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente, siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lucas 2, 46-51).

Guardaba todas esas cosas en el corazón, las pensaba y meditaba, para ser enteramente fiel a los planes de Dios, aunque supusieran que una aguda espada de dolor atravesaría su corazón como le había anunciado Simeón cuando presentaron al niño en el templo.

Nunca nadie estuvo tan cercano a Jesús como María, su madre: durante nueve meses se estuvo formando en su vientre, lo alimentó con su propia vida, lo arrulló con los latidos de du corazón. Cuando nació, lo acunó en sus brazos, calmó sus rabietas y su llanto, lo alimentó con la leche de sus pechos, lo besó miles de veces, lo limpió, pasó noches en vela junto a su cama cuando estaba enfermo, le enseñó a caminar, comer, hablar…Fue guiando y apuntalando su crecimiento corporal y espiritual, lo acompañó en su misión y en sus proyectos, respetó por entero sus decisiones aunque no las comprendiera, y bebió hasta el borde la copa del sufrimiento cuando acompañó su muerte cruenta y especialmente dolorosa en la cruz, en medio de las risas y burlas de muchos de los que antes lo habían seguido y admirado.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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