Alfredo Tarre Murzi (1919-2002) El Estado y la Cultura en Venezuela

El propósito de la presente comunicación es valoración de una obra del abogado, diplomático, político, parlamentario y escritor venezolano Alfredo Tarre Murzi (Maracaibo, 1919-Caracas, 2002), conocido como "Sanín", un seudónimo ruso que usaba para su crónica periodística de El Nacional de Caracas y ciertos libros de tipo ensayístico que versan sobre lo que se podría llamar el entorno político venezolano en el tiempo de la corta duración, la historia actual o inmediata; también publicó algunas biográficas de figuras relevantes del cotarro político epocal. Su pasión fue, según confesión suya, el periodismo y la escritura como creador literario frustrado de ficciones, por influencia de los maestros rusos que leyera en su niñez y juventud. La obra en cuestión destaca lo anterior dicho. Se trata de una compilación de textos cuyo eje articulador es el hecho cultural como expresión de una sociedad, en tanto que sistema humano complejo, y la voluntad del Estado-Nación por promover a los creadores artísticos, de lo cual rinde cuentas de la gestión institucional; ello bajo la tesis de que la democracia ha de promover la cultura como elemento fundamental, en cambio las dictaduras no, ("El arte y la cultura suponen y exige libertad"). En todos los XVIII capítulos de la obra analizada va desgranando críticas y reflexiones de alcance filosófico sobre el hombre y la cultura desde la perspectiva socialcristiana, todo lo cual nos parece de sorprendente relevancia y pertinencia actual aun en las primeras décadas que corren en el siglo XXI.

Introducción

El Estado y la Cultura, La política Cultural en Venezuela (Colección Documentos, Monte Ávila Editores. Caracas. 1972) viene a ser una obra caleidoscópica donde su autor analiza diversos tópicos referidos a asuntos del hecho cultural, su definición, proceso de creación artística, difusión y aportes de los creadores. Una especie de muestrario variopinto de aristas diversas acerca de cuestiones atinentes de la identidad nacional, latinoamericana y caribeña; donde destaca la perspectiva personal de ver el mundo, según las obras, corriente artística-filosófica y área particular asumida en su labor ciertos creadores en contextos de libertad y acuerdos consensuados de convivencia social democráticos-constitucionales.

Igualmente, la obra de Alfredo Tarre Murzi que se analiza, como tal, ha sido construida desde su visión del mundo, a saber, la del liberalismo, que en Venezuela representara en su época la organización política Unión Republicana Democrática y luego se haría muy cercano del socialcristianismo, de cuya primera experiencia de gobierno de 1969-1974, presidido por el Dr. Rafael Caldera (San Felipe, estado Yaracauy, 1916-Caracas, 2009) formaría parte como Ministro del Trabajo y cuya Oficina de Cultura ya había dirigido antes, hacia la década de 1940 aproximadamente.

La obra El Estado y la Cultura…, permite a su autor desplegar un enfoque personal, aunque pretende ser una descripción objetiva de la gestión como Ministro de Cultura en el primer gobierno del Dr. Rafael Caldera, (el llamado por la doxa periodística Caldera I). Es como esas obras cinematográficas llamadas "Cine de Autor", donde como recuerda el actor García Bernal (2014, abril, 06), aunque el director desarrolle una "película por encargo", dicho así groseramente, agrega que: "No puede existir esa palabra tonta (encargo) cuando Buñuel, porque en cuanto decida un encuadre, ya estaba marcando su propia impronta", (p. a 1); en consecuencia, también la obra que se recensiona postula unas tesis para la defensa de la gestión gubernamental que, en general, Tarre Murci sustenta racionalmente pero, sin embargo, deja abiertas posibilidades de otras interpretaciones y/o también señala determinadas contradicciones en la práctica y en los términos teóricos, cuyas nociones son el sustrato bajo las cuales actúan los actores sociales y las instituciones del Estado Nación.

En breve, la obra ante dicha no sólo es un compendio de eventos más o menos casuales sino un análisis y una reflexión de la distancia de lo proclamado o verbalizado y lo practicado en el marco de la acción del Estado en el campo de la cultura, de tal suerte que esta obra representa una especie de registro fenomenológico y/o etnográfico realizado bajo el método de la observación participante en el área de la que se ocupa. Esto es, y valga la redundancia, sobre el Estado del Arte de las políticas públicas del Estado venezolano en la cultura en la medianía del siglo XX.

Ocurre, por otra parte, que esta especie de "mélange" o mézcla de Tarre Murzi parece haber sido construida, en tanto que corpus textual, desde el entorno de las instituciones estadales a los inicios del segundo ensayo venezolano con prácticas de un gobierno democrático, el de la llamada República Civil, liberal y de la denominada Democracia Representativa, 1959-1999; donde los creadores artísticos en literatura, artes plásticas, teatro, entre otras, con diversas sensibilidades y búsquedas intelectuales y/o filosóficas, muestran su talante heurístico, tipo de búsqueda, modelo axiológico o perspectiva antropológica e intención epistemológica y, en atención a ello, presentan una cierta lectura de la realidad socio histórica y antología de lo actual; concernidos de ello los artistas otorgan al país sus obras o productos culturales que, eventualmente, representan un análisis de la realidad en clave descriptiva de la dimensión más crasa del comportamiento societal; huelga decir, con una geografía de voces plurales, tanto por la procedencia social de los artistas como por la perspectiva teorética que asumen; porque sus discursos, únicos por su originalidad, además llegan a constituirse en una excepcionalidad de la libertad creadora, que se entronca con las raíces de la tradición europea, norteamericana y criolla o hispánica y de los aborígenes regionales y africanos, cuyas cosmogonías subsisten tras terradas in hilo tempore.

Igualmente, Tarre Murzi en el texto en cuestión recurre al método histórico-crítico, regresivo y comparativo, ya que suele describir procesos civilizatorios y hacer relación a cómo se vinculan tales aspectos generales de otros continentes con la cultura venezolana, para arribar luego a definiciones conceptuales en torno a qué es la cultura y sus procesos conformantes; pero abarca, asimismo, la lógica jurídica bajo la cual el Estado, como representación de la voluntad general, desarrolla sus responsabilidades, ello en actuación concreta en la promoción de la cultura o su protección; que dicho sea de paso debe ir junto a la ciencia y la técnica, a través de medios propios con organismos institucionales para su despliegue o a través del aparato escolar; así el abogado Gustavo Tarre Murci, Sanín, sostiene:

"No se puede disociar la educación de la cultura, ni la política educacional de la política cultual. Tampoco se puede separar la política de fomento de la ciencia y de la técnica de la política cultural. Es necesario integrar la ciencia en la cultura y estudiar la transformación de la cultura bajo la influencia de la ciencia y de la moderna tecnología", (ob cit., p. 3).

Así, el tono general del libro de marras denota una opción racional (¿y racionalizante?) de su autor y el objeto de su deliberación (la cultura) que es elusivo, maleable y poco estructurado, aún con la presencia de la institucionalidad del Estado-Nación; de donde se tiene que comprender ese proceso social e institucional resulta arduo desde el punto de vista estrictamente descriptivo y nominal y más que con indicadores cuantitativos convendría abordarlo en atención a los significados y los imaginarios sociales desplegados por los creadores.

Otra opción es, pero que Tarre Murzi desecha aparentemente, vendría a ser abordar los estudios culturales desde la subjetividad y la teoría sociológica del interaccionismo simbólico, propio de la acción del acto de comunicar, y ello probablemente porque entonces en el campo de las Ciencias Sociales dominaba otro enfoque: el estructural funcionalista y no se permitía hacer un discurso desde la denominada "razón sensible". Al respecto, por cierto, el joven actor, director y dramaturgo mexicano Gael García Bernal (Guadalajara, 1978), citado ya anteriormente acota que: "Pero en México (antes ha dicho que, en Hollywood y Europa, donde acude por su oficio, tiene constantemente que explicar cómo es su país, su historia, costumbres y tradiciones, hasta la gastronomía…, por eso su entrada: "Pero en México" …) yo me siento relajado a la hora de comprender. ¿Por qué estructurar todo aquello que somos? Es mejor que no nos pueda abarcar la retórica, ni la descripción cartesiana, escapar de la razón", (ob cit., p. a 1).

Como fuere, el texto de Alfredo Tarre-Murci, Sanín para sus afanes periodísticos, heterónimo que tomara de un escritor ruso y que delineara de sus preferencias estéticas, expresa un deseo subjetivo e intersubjetivo de cambio, tanto en la concepción del hecho cultural y artístico al modo de un todo del continuo humano; asimismo, como la creación realizada en el marco comunitario nacional y en el fomento de ese proceso social en un espacio regional y local determinado, dado que todos se expresan en un lenguaje de símbolos, a través del cual recrean y piensan "el mundo de la vida" en términos habermasianos, esto es, cultura, sociedad, personalidad.

Pero esta constituye una perspectiva ontológica y epistémica nueva que apenas aparecía en el horizonte de las Ciencias Sociales de todo el mundo en la década de 1960 y 1970, particularmente en el campo de la academia norteamericana, europea y latinoamericana; por eso sus métodos no se habían socializado ampliamente entre intelectuales y demás miembros de la comunidad discursiva de las "Ciencias del hombre"; como no fueran los trabajos iniciáticos de Malinosky o Kurk Lewin que manejaban conceptual y procedimentalmente solo una comunidad discursiva alternativa.

I

Noticas del autor

Alfredo Tarre Murzi, según una fuente electrónica, que a continuación se parafraseará, nace en Maracaibo el 25 de diciembre de 1919 (www.celarg.org.ve/.../...), estudia y se gradúa de acuerdo a la vieja modalidad como Doctor en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Central de Venezuela, Facultad de Derecho, en 1944. Realiza un postgrado en Derecho del Trabajo, (1949), en la Universidad de Columbia, Nueva York, Estados Unidos y en Ginebra, a su vez, estudia Seguridad Social y Relaciones Internacionales en la Universidad de Ginebra, (1953); se desempeñó como Director de Cultura Popular en el Ministerio de Trabajo, miembro de la Comisión de Estudios de Postguerra en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Ministro del Trabajo (1968) y Presidente del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Venezuela (INCIBA), (1967).

El Dr. Alfredo Tarre Murzi es considerado político, hombre de mundo y sobre todo escritor, sobre todo este último oficio lo consideraba su vocación fundamental, inclusive llegó a decir que para él la escritura era una pulsión, una constante tensión creativa y una pasión por describir, analizar y comprender, una urgencia a la manera de una necesidad fisiológica; en Saavedra (2012, 5 de febrero) en el texto Doctor Tarre y Mister Sanín acota que:

"Sanín es un contestón. No se reserva nada. Cuando está sentado frente a una máquina de escribir es cuando es más peligroso. Es tal su verbo que, en ocasiones, devora al Doctor Alfredo Tarre Murzi. Sin embargo, ambos comparten una pasión: el periodismo. Sanín es un crítico, pero no un criticón. Tarrer Murzi es un político, y no un politiquero. Ambos: periodistas. Esta dualidad se manifiesta claramente en las primeras horas de la mañana. Sanín es el que se levanta. Lee todos los periódicos, que progresivamente le ordena Mercedes –la esposa de Alfredo. Acto seguido, sin siquiera cambiarse el pijama, entra en una especie de trance, y se sienta frente a la máquina de escribir a intervenir la vida política venezolana. Luego, despierta Alfredo Tarre Murzi, listo para sus oficios de abogado. Sanín y Alfredo Tarre Murzi son la misma persona, a veces", (p. 2).

Más adelante, Saavedra continúa describiendo el retrato moral e intelectual del personaje en estudio y acota que:

"Alfredo Tarre Murzi es abogado de profesión, congresista "por accidente" y periodista de vocación. "Soy un hombre de letras frustrado por el periodismo", dice Tarre Murzi sin pausa. Ha escrito muchos libros, porque escribir es su alimento. Su obra va desde el análisis político en obras como Democracia con energía (1974), Gracias a ti (1975) y Venezuela Saudita (1978), la crítica literaria y la crónica de viajes en su obra Letras del Camino (1964). Toda esta montaña de hojas también es testigo de su actividad como diplomático en La Nueva Diplomacia (1962). Demuestras dotes de historiador con: Biografía de Maracaibo (1987) y con una biografía de Rómulo Betancourt, publicado en 1984. La crónica política es la más recurrente de sus aventuras literarias. Tarre Murzi tiene un bufete de abogados en el octavo piso de Edoval, cerca de la esquina de Mijares. Allí hace las veces de consultor jurídico en asuntos de Derecho Laboral para varias empresas y redacta contratos colectivos, cuando las cámaras no estás reunidas. Y, claro, cuando no está escribiendo. "Tengo una necesidad fisiológica de escribir", comentan Tarre Murzi y Sanín al unísono", (ob cit,www.hablaconmigo.com/…/doctor-tarre-).

Este personaje fue parte de la élite política y cultural de Venezuela y expresaba que sentir error por los tomadores de cerveza y consumidores de perro calientes y prefería a las personas que tomaran vino en las comidas, siguiendo la tradición del gourmet francés, esa intolerancia hacia lo que ciertos sociólogos y la doxa periodística suelen llamar sectores populares y la estética de la pobreza, de gustos no refinados y depurados, lo expresa el siguiente sarcasmo; según recoge Saavedra (2012, ob cit):

"Gracias a esa filosofía culinaria es que prefería a Gonzalo Barrios como candidato presidencial, sobre Luís Beltrán Prieto Figueroa en las elecciones de 1968. "Si hubiera ganado Prieto, lo que habría en las bóvedas de La Casona sería cerveza. Le tengo horror a los que andan comiendo sándwich y perros calientes", comenta sonriente Sanín".

Lo anterior, aparte de la ironía explícita de su contenido retrata una postura ideológica implícita, a saber, la disputa ideológica y su práctica social y política correlativa, entre el pensamiento conservador socialcristiano y/o socialdemócrata y la del socialismo marxista leninista, que formalmente en lugar de privilegiar al empresariado propugna la hegemonía de los procesos sociales al trabajador y los barrios obreros, cuyo acceso a los bienes culturales históricamente ha sido limitada, consecuencia de las asimetrías presentes en las economías subdesarrolladas; sólo las clase altas, la élite sabe disfrutar de la alta cultura, tiene los gustos refinados, el savoir vivre y la alta cultura le permite dejarse estar, laisser vivre. Un estado al que también están llamados todos, trabajadores manuales e intelectuales y por eso las iniciativas como la Oficina de Culturas Populares del antiguo Ministerio de Trabajo que atendió Tarre Murzi o la Biblioteca Popular Venezolana del Ministerio de Educación de mediados del siglo XX que publicara clásicos de la literatura venezolana y universal.

Sanín, el seudónimo periodístico de Alfredo Tarre Murzi, lo extrajo de un personaje del escritor ruso Mijail P. Artzibashev y en 1945 comenzó a firmar sus artículos con ese heterónimo en el semanario del partido Unión Republicana Democrática, posteriormente lo continuó usando en su columna Palco de Sombra del diario El Nacional y en algunos libros de crónicas, análisis político y biografías, pero no cuando ejerciera como profesor universitario en las facultades de Derecho de la Universidad Central de Venezuela y Universidad Católica Andrés Bello, "Maestro estricto y justo" en el aula y los pasillos o como Embajador de Venezuela en la Organización de la Naciones Unidas entre 1959 a 1963; antes sí había usado el mismo seudónimo de 1950 a 1951 como columnista de la revista Signo fundada con Juan Liscano, de la que fuera su director y corresponsal en Ginebra.

En el plano personal y familiar Tarre Murzi gustaba disfrutar la playa y leer libros los fines de semana en casa, formada por su esposa Mercedes Briceño y sus tres hijos: "… Gustavo, Maruja y Marcos. El primero se abrió paso con su propia voz en las filas de copei. Aunque siento que debe escribir más. Maruja se dedicó al análisis internacional. Es aguda y correcta. El menor Marcos, es arquitecto. Uno de sus libros fue llevado al cine. Tengo dos nietas que son abogadas. No puedo pedir más", (Saavedra, 2012, ob cit).

Quien tenga edad suficiente y sea enterado de los intríngulis de la política venezolana, tan marcada por las actitudes broncas y accionar deleznable de los poderosos circunstanciales, podrá recordar la golpiza que propinaran al escritor Alfredo Tarre Murzi unos mercenarios en el estacionamiento de su apartamento en Santa Rosa de Lima, "Para que aprenda a respetar", según recoge la crónica una entrega de su columna habría irritado al presidente de entonces Dr. Jaime Lusinchi y su entorno por la cuestión de los dólares del control cambiario, la famosa RECADI; de hecho, aunque él mismo se consideraba conciliador y agregaba que tenía detractores que lo acusaran de oportunista, dado que tenía amigos en todos los sectores políticos de su tiempo, menos en los sectores populares, a quienes temía, era del criterio de que después de Carlos Andrés el gobierno más nefasto en Venezuela fue el de Jaime Lusinchi.

Muere el Dr. Alfredo Tarre Murzi en Caracas el de julio de 2002 y su legado a parte de su obra escrita comprende también su labor parlamentaria y periodística, su gestión en la gerencia pública y principalmente su familia de esposa, que precedió en el sueño eterno en 1988 y confesara que luego, a los días y meses de ese evento, todavía sentía su vacío, al despertar y no estar ocupando su lugar en el dormitorio, una estrategia comunicacional de expresar la ausencia de la esposa de toda la vida.

En uno de sus libros Alfredo Tarre Murzi (Maracaibo, 1919-Caracas, 2002), El Estado y la Cultura, La Política Cultural en Venezuela (Monte Ávila Editores. Caracas. 1972), "…resume la labor realizada durante su gestión como Presidente del Instituto de Cultura y Bellas Artes (INCIBA). Pero no se trata de una simple enumeración de actividades. No es una "memoria" en el sentido habitual. El libro se centra en un análisis abigarrado, no circunstancial, de las acusadas fallas y los buenos logros obtenidos con dificultad por un instituto que, a varios años de creado, requiere de una definición fundamental. Esa definición está estrechamente ligada al concepto de política cultural del Estado", (ob cit., Presentación).

II

La obra analizada: "El Estado y la Cultura" ...

A continuación, se hará una recensión de este libro, siguiendo el criterio de la crítica externa, propio de la recensión literaria, al ubicar o abordar las características salientes del entorno o medio en que se elaboró la obra en cuestión, la fuente que lo publica y el estado físico que presenta; aunque hay que agregar que la biografía intelectual del autor ya se ha abordado someramente, en las páginas anteriores.

Se dirá también en este mismo párrafo unas palabras, breves, acerca de las motivaciones que tuvo su autor al publicar la obra escogida, y que la cita anterior ubica por exclusión, a saber, no es una memoria en el sentido tradicional. Sino que presenta un análisis de las falencias de las políticas culturales del Estado venezolano. Y su propósito es: "abrir camino a una discusión sobre la cultura en el país".

La crítica interna, si cabe, se diría que lo representa la interpretación que se pueda hacer de la obra y supone una especie de imitación a la distancia de la crítica de sinceridad y exactitud que los especialistas suelen aplicar a la crítica histórica, pero que aquí no se aplica en sentido estricto porque es propia de esa ciencia abstrusa sino se atiene a las características de la recensión, (www.slideshare.net/.../como-hacer-una-...; www.ugr.es/.../...)

El Estado y la Cultura… obra estructurada en XVIII capítulos acompañados previamente de una Introducción que hacen un volumen de 348, más las referencias biográficas y el Índice; del capítulo I al III, incluyendo la Introducción están dedicados a analizar las nociones categoriales de cultura y su problemática, la descripción de las políticas pública del Estado; del IV en adelante aborda la difusión cultural y, en consecuencia se ocupa de reflexionar sobre el aporte que pueden hacer al respecto la radio y la televisión.

Luego aborda las artes plásticas en tiempos cuando artistas como Carlos Cruz Díez iniciaba su obra, por ejemplo y se proyectaba como un creador de clase mundial, la formación del artista, los museos y la reforma musical desde la perspectiva del Instituto de Cultura y Bellas Artes, INCIBA; así como también el teatro, la política del libro, la situación de la bibliotecas en Venezuela, en general de poca dotación de fondos bibliográficos y precaria atención y las galerías de arte…para finalizar estableciendo las bases jurídicas y gerenciales sobre una nueva política cultural en Venezuela en la sexta década del siglo XX.

III

Valoración: Cultura es Libertad.

Una valoración personal de esta obra puede incluir las impresión que se tiene de la misma y la argumentación acerca del por qué vale la pena invertir tiempo y esfuerzo en leerla; de allí se deriva una apreciación inicial que se podría denominar de ganancia estética por su estilo literario periodístico acaballo entre la crónica y el reportaje, fluido articulado sintácticamente, de oraciones cortas y precisas que facilitan la comprensión; el autor huye de las formas oscuras y abstrusas de los especialistas, incisos y circunloquios equívocos haciendo de la lectura de los diversos capítulos un ejercicio agradable, aunque en algunos inserte citas a pié de página.

Algunos textos breves podrán dar configurar mejor la forma como el autor va desgranando sus ideas y el contenido de las mismas, para su mayor elucidación, inteligibilidad o inteligencia del texto, así al desplegar una de sus tesis principales, Tarre Murzi (1972) señala que:

"La dictadura asume siempre una posición pasiva o contraria frente a la cultura. Lógicamente los déspotas desconfían de los escritores y artistas. El tirano, el gendarme, el hombre fuerte o de presa, no entiende la obra de arte y en su cerrilidad arremete siempre contra el creador. Así se llame Víctor Hugo, Montalvo, Picasso, García Lorca, Malaparte, Mann, Pocaterra o Sarmiento, el intelectual ha sido en el tiempo y en el espacio el objeto de la represión, el sujeto que personifica la antinomia cultura-dictadura", (ob cit., p. 9).

De ello se deriva que es en los sistemas democráticos donde la cultura tiene un mayor espacio para la creación y la difusión de la cultura, así como la promoción humana y social del artista o escritor, sin discriminaciones de ningún tipo y menos por las ideas, como la establecido la Declaración Universal de los derechos del Hombre, donde toda la población tiene derecho a acceder a los bienes generales de la cultura; el artículo 83 de la Constitución de 1961, rezaba que: "El Estado fomentará la cultura en sus diversas manifestaciones y velará por la protección y conservación de las obras, objetos y monumentos de valor histórico o artístico que se encuentren en el país, y procurará que ellos sirvan al fomento de la educación" , (ob cit., p. 10).

El Estado a través de sus diversos órganos del ramo o las colaterales y coordinadas, institutos autónomos, oficinas de difusión cultural o el aparato escolar formal e informal, están obligadas a "…elevar la cultura en todas sus manifestaciones" y que viene a ser un mecanismo eficaz de irrigación del sistema democrático en Venezuela, donde se da la presencia de opulencia social y miseria del pueblo, se ha de entender que la cultura representa un pivote importante para sacar al "pueblo de la postración espiritual", (p. 10).

En ese sentido Tarre Murzi acota que "Ha llegado el momento de lanzar una advertencia a los hombres de Estado, políticos, líderes, dirigentes sindicales y espirituales, con respecto a su responsabilidad frente a la cultura y en relación con sus omisiones, olvidos y desdenes ante los requerimientos de las artes y las letras", (p. 11); y se ha de considerar que es a ese sector a quien está dirigida especialmente la obra El Estado y la Cultura…

Al definir qué es la cultura señala que "… comprende las creencias, las tradiciones, las instituciones y las técnicas que imponen un estilo de vida a los miembros de la sociedad a la cual la propia cultura asegura su unidad y su estabilidad", (p. 15), pero también constituye una forma de expresar el pensamiento y la acción de una comunidad. Por su parte, la actividad cultural "…es el desarrollo de las capacidades creadoras que existen en potencia en todos los hombres. Para cada pueblo, sus derechos culturales residen esencialmente en el poder de mantener, hacer renacer, desarrollar y divulgar sus propios valores", (p. 15).

Luego de esto reflexiona sobre la importancia de la difusión y la necesidad de desarrollar los sentimientos estéticos y adquirir conocimientos necesarios para superar la conciencia ingenua y propender al ejercicio de la capacidad crítica a fin de ampliar y descubrir las dimensiones fundamentales del hombre como ente antropológico. Que se apoya en la herencia social y es capaz de recrearla y producir nuevos bienes, finalmente destaca que:

"Entre nosotros, Ramón Díaz Sánchez, en sus ensayos sobre la cultura venezolana llega a la conclusión de que la cultura es el hombre mismo proyectado en sus múltiples dimensiones, desde los misteriosos momentos en que salvada la frontera del inconsciente pudo utilizar los elementos psíquicos adquiridos para conquistar la naturaleza y convertirla en escala ascendente de su conciencia", (p. 17).

Así, la cultura representa según la teoría psicoanalítica un mecanismo de sublimación de las pulsiones fundamentales y expresión de la imaginación y deseo de vivir y trascender, por eso Mariano Picón Salas sostenía que la cultura de un país:

"…es la suma no sólo de las creaciones originales sino de los préstamos cambiantes que cada pueblo –aún el más modesto- debió realizar para configurar su historia. Picón Salas se refiere a la cultura de los países latinoamericanos y decía que por encontrarse ellos en aluvión proceso de formación, la cultura ha sido como una masa informe de noticias, conocimientos y sugerencias venidas de todas partes y no sometidas a una disciplina o sistema coherente", (p. 17).

En Venezuela las generaciones de intelectuales y artistas tiene poca continuidad, dada la relativa calidad de sus instituciones educativas formales e informales, así de un medio social que poco fomenta la creación Y difusión cultural, científica y tecnológica; de tal suerte que aparte de mejorar los planes, programas y dotación hay que atender la formación de los maestros para elevar su calidad técnica-científica y humanística, la creación del Instituto de Cultura y Bellas Artes en ese sentido pretendía "Fomentar y desarrollar la enseñanza de las artes plásticas, las técnicas literarias, musical, teatral, coreográfica, operetica, cinematográfica, de televisión y radiodifusión y la docencia de las formas superiores de la cultura que no formen parte de la enseñanza media, formación docente o universitaria", (p. 47).

Otras consideraciones aluden a la discusión atinente a establecer distingos entre la cultura clásica académica y popular al ejercicio de comparar civilizaciones y culturas regionales y locales, agrupados en estados nacionales cuyos cánones hacen aparentar que unos sean más cultos frente a los demás, cuando en realidad sólo tienen tradiciones diferentes y dadas ciertas condiciones iniciales todos los pueblos son capaces de crear, recrear y elaborar bienes artísticos de alta factura.

Algunos de esas condiciones tienen que ver con la disposición, cuido y actualización de las bibliotecas y superar el problema del centralismo, que hace que la mayoría de los eventos culturales y escuelas de arte se ubiquen solo en Caracas y el interior del país se abandone y apenas la buena voluntad suple las carencias; una responsabilidad de la que no se pueden desentender el Estado ni los particulares con posibilidades. Sólo es dable centralizar para hacer más robusta la labor de las instituciones culturales y servir con mayor eficacia a los creadores artísticos y literarios en el marco de sus comunidades locales y regionales hasta con subsidios a instituciones y particulares que lo requieran.

El Estado y la Cultura…resulta una obra amplia en cuyos capítulos se suceden diversas valoraciones de una miríada de expresiones artísticas en el ámbito territorial venezolano pero que, al propio tiempo, tienen impacto en los escenarios internacionales, donde también se requiere la acción promotora del Estado, también como un recurso estratégico con fines de reafirmar la nacionalidad y como esta obra de Sanín parece haber pocas en Venezuela, ayer como hoy.



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Luis B. Saavedra M.

Docente, Trabajador popular.

 luissaavedra2004@yahoo.es

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