Conozcan al Diablo Briceño

Antonio Nicolás Briceño nació el 29 de abril de 1782, de manera muy accidentada porque provocó la muerte de su madre. Antonio Nicolás se recibió de abogado el 1º de septiembre de 1804 de la Real Audiencia de Bogotá, es decir a los 22 años de edad.

Se casó Briceño con la caraqueña Doña Dolores Jerez de Aristiguieta (hija de José Jerez de Aristiguieta y de María Teresa Gedler y Bolívar), prima del Libertador. Por lo que Briceño venía siendo primo político de Bolívar.

El pleito con Bolívar se origina a partir de septiembre de 1807, en su posesión de Cúpira. Dícese que Bolívar se presentó con unas personas en son de trabajo y de agresión porque venían negros armados de azadas, palos y machetes. Al aviso de que le estaban invadiendo sus tierras, con el objeto de abrirse una zanja para el desagüe de una fábrica de añiles, Briceño acudió también con sus esclavos. Allí se genera una discusión, Briceño apunta con su pistola al pecho de Bolívar, quien se va sobre El Diablo, le aparta el arma, trayéndose enredada la cadena del sable de Briceño.

Luego se reconciliaron y Bolívar para disipar la querella propuso un baile que se llevó a cabo la misma noche del pleito. Allí concurrió Briceño y su señora.

Pero aquello no se resolvió. Vino un cruce de cartas duras, y en mayo de 1808 hubo orden de prisión contra Briceño y embargo de sus bienes a instancia de Bolívar. Y continuó el enojoso litigio, y Briceño ejerciendo su defensa demostró que él fue provocado por Bolívar, porque era éste quien necesitaba abrirse un callejón dentro de su finca de cacao. Esta orden sin embargo fue suspendida porque al parecer Bolívar no insistió en el caso, y se retiró por un tiempo al campo. Briceño que no era corto en sus exigencias solicitó al Tribunal que condenase a Bolívar a asumir costas, costes y perjuicios, por haber sufrido Briceño perjuicio, y que se le diera al futuro Libertador por infamado para siempre, mandándole imponer silencio, y haciendo los demás pronunciamientos que fuesen de justicia. Aquel pleito dejó, dicen algunos historiadores, fermentos de inquina en sus ánimos, que adquirirán proporciones mayores cuando ambos jefes expedicionarios pretendan cada uno invadir a Venezuela en el año de 1813.

Antonio Nicolás, junto con el presbítero Doctor Manuel Vicente de Maya, representa la Provincia de Mérida en el Congreso Constituyente de 1811. En marzo de 1811 llega a ocupar la Secretaría de este cuerpo, en reemplazo del Licenciado Miguel José Sanz, quien pasó a la Secretaría de Estado.

En 4 de julio era Presidente del Congreso el doctor Juan Antonio Rodríguez Domínguez, de Nutrias. El 5 el Presidente abre la sesión proponiendo se declare la independencia. En su intervención Antonio Nicolás termina con estas palabras: “creo finalmente más ahora que nunca debe ser la unión, la fraternidad y la moderación nuestra divisa”. ¿Este hombre que parecía tan sereno y razonable en sus actos, que lo hizo tan violento y cruel más tarde?

Antonio Nicolás propugnaba la libertad de los esclavos, él que poseía muchos, y que sus padres y abuelos eran acomodados de bienes de fortuna, gente de mando, de ciencia y altar en la colonia.

Cuando el General Francisco de Miranda le impuso una multa en Valencia a Ramón Peña, padre de Miguel Peña, Antonio Nicolás defendió a don Miguel, diciendo que el Precursor se había extralimitado en sus facultades.

El 21 de diciembre de 1811, Briceño firmó la primera Constitución de Venezuela, e igualmente firmó el Acta del 5 de julio.

Luego de la capitulación de Miranda, A. N. Briceño se hizo a la vela el 1º de agosto de 1812; llega primero a Curazao y luego pasa a Cartagena, desde donde declara guerra a muerte al español nativo. El gobierno federal le otorga el grado de coronel por sus servicios en la causa. El 16 de enero de 1813 sale a libertar a su país, y lanza su terrible proclama de guerra a muerte en la que prometía matar a todo español o canario, y premiaba en ascensos militares a los soldados según las cabezas de enemigos que presentaran. El 20 de marzo llega a Cúcuta, al cuartel general de Bolívar y Manuel del Castillo, y presenta su proclama. Lleva 140 hombres con sus armas y pertrechos. Aprobada su proclama pasa a San Cristóbal con el carácter de Comandante de la Caballería de Venezuela, con el propósito de invadir los Llanos por su cuenta. Y Bolívar da cuenta de esta “desobediencia” al Presidente de la Unión, diciéndole que iba a “cometer mil violencias, y a depredar el país sin provecho del ejército”.

El 21 de mayo, Antonio Nicolás se interna por las selvas de San Camilo, vía a Gusdualito, con el pensamiento fijo en Barinas, donde sus deudos, Juan José, Felipe y Andrés Briceño estaban preparando una sublevación de las fuerzas que mandaba el capitán de fragata Antonio Tizcar, teniente de Monteverde. Y por una traición cae prisionero cerca del hato de Francisco Antonio Fortoul.

Bolívar al tener conocimiento de este acontecimiento escribe el 30 de mayo a Presidente de la Unión, diciéndole que “inobediencias de este intruso militar, lo ha conducido a su ruina y quizá a la muerte, arrastrando tras sí a todos los imprudentes y desgraciados que tuvieron la mala suerte de seguirle a una expedición desesperada…”

Cuando en 1826, regresaba a Bolívar del Perú para meter en cintura a Páez, pasó por Maracaibo, y pasó por casa de Pedro Fermín Briceño (hermano de Antonio Nicolás) y su esposa Doña Rosa Valbuena. La cuñada, en medio de la conversación se dispuso hablar con entusiasmo del valor, de la audacia y de la inteligencia de Antonio Nicolás. Al trata la tragedia de su muerte, exclamó Bolívar que habían bien hecho los españoles en ejecutarle, porque si no él se habría visto en la necesidad de hacerlo. Ante esta dura aseveración saltó Teresa, la hija de Pedro Fermín: “O él a usted, ciudadano Libertador”.

Desde San Cristóbal, hasta donde le acompañó su esposa, ella le escribió a Antonio Nicolás esta última carta: “Mi amado Nicolás: con sumo gusto he recibido la tuya. ¿Quién fuera tan dichosa que respirara el aire libre de Venezuela? Sobre lo que me dices de los desgraciados españoles, quiero que Dios ponga tiento en tus justicias y que sin faltar a la razón cumplas con la caridad que es primero… algunas letras van borradas porque estoy triste y te escribo llorando. Ignarita te manda tantas cosas que no caben en un la pluma…”

Fusilaron a El Diablo, junto a otros siete compañeros, a las ocho de la mañana del 15 de junio de 1813. Al ser interrogado por el juez verdugo, alzando con orgullo su cabeza, dijo: “Tengo 31 años, soy abogado, pero en el día soy coronel por el Gobierno subvertido de Cartagena; nací en el pueblo de Mendoza, jurisdicción de Trujillo, Venezuela”.

He aquí la carta de respuesta a amada esposa: “Mi idolatrada Lola: Casi al borde de la tumba te escribo estas líneas. Víctima de accidentes inesperados fui hecho prisionero, y me encuentro en capilla para morir. ¿Debí estar siempre a tu lado, gozando de las caricias de una vida apacible y reposada? Tú eres asaz inteligente para no creerlo así. La Patria era esclava, y en la noche de la esclavitud no hay paz, no hay honra, no hay amor, no hay vida. Perdóname si te he hecho infeliz. Moriré orgulloso de mi conducta, seren, altivo, anonadando a mis verdugos con el más insultante menosprecio. Quedas pobre y en tierra extraña; pero nada puedo hacer en tu favor. Consuélate en tan grande infortunio. Educa a nuestra adorable Ignarita, dile que fui digno y que morí por la Patria.

¡Adiós! Mis últimos instantes son íntegros para ti. Muero pronunciando tu nombre. Adiós. Tuyo”


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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