Las personalidades en la política i su calidad humana

I

Las personalidades en la política, en la vida pública, en los cargos gubernamentales o en otras actividades humanas relevantes, tienen una dualidad social, laboral i ética que solamente el paso del tiempo i las rectificaciones de las crónicas o de la historia, nos permiten verlos cómo realmente son i fueron en la intimidad, de sus virtudes i sus vicios. A veces tardan años, a veces centurias o siglos o, como también sabemos, bastan pocos años o hasta meses para descubrir la falsedad o la autenticidad de algunos, especialmente en la historia patria. Sin embargo, aparte de estas consideraciones ciertas, siempre me ha sucedido que, al ver a una persona, por regular o irregular que sea su fisonomía, su cara, sus gestos o sus palabras, paréceme que se trasparentara su psicología, su personalidad íntima o lo que algunos llaman el alma. Eso me crea en principio, una simpatía o un rechazo misterioso, una desconfianza diría, de que esa persona alguna vez me habrá de resultar adversa en distintos grados o que no son lo que aparentan; otras, eso ha quedado como escondido por años i cuando surge la antipatía, ya ha transcurrido largo tiempo hasta de muchos años. Lo he experimentado en el caso de los amigos, algunos siempre amigos de verdad de por vida i otros que, con el tiempo i el meditar los resultados imprevistos o no esperados, resultaron no amigos sino simples conocidos durante largo tiempo. Así, pues, no podría precisar esas antipatías, simpatía o empatías que se dan, pero que son parte de mi experiencia mui personal. Voi a referirme a algunas; primero de orden o situación mundial, internacional o extranjera, i luego, a las criollas o de nuestro país, sea en la patria bolivariana extensa i bella, o en la patria chica del Zulia o de Maracaibo. Fuera de nuestras fronteras, me referiré como ejemplos, a dos personajes que desde que conocí sobre ellos, pensé que no eran lo que aparentaban. El primero, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Barack Obama (ya presidente); el segundo, el presidente de Costa Rica Oscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz.

 Cuando mucha gente en nuestra América Latina i en caso concreto en Venezuela, sintieron una especial simpatía por un joven negro, ni siquiera nacido en los Estados Unidos, pero que había progresado notablemente como profesional del Derecho, cargos políticos, posición social, hasta llegar al Congreso; casarse con una notable mujer igualmente abogada i que en cierta ocasión fue su jefe i desarrollar con inteligencia una campaña electoral para llegar a la presidencia de su país, derrotando de paso a quien fue Primera Dama en el gobierno más benigno del presidente Clinton, i también miembro del Congreso, la mayoría sintió la simpatía que se puso en Jackie Robinson cuando fue el primer negro en llegar a las Grandes Ligas del béisbol. Además que, sus gestos, comportamiento, presencia, discurso e inteligencia eran patentes, se convirtió no solamente en favorito, sino que se especuló sobre sus virtudes i su condición humana en lo intelectual. A mí no me impresionó así del todo i vi en esa cualidades que he reseñado, a un hombre que traía tal vez un compromiso secreto. Me costaba creer que los dueños del imperio le “dejaran llegar a donde había llegado”; si tuviesen dudas sobre lo que le habían obligado a prometer, dudas solamente, lo habrían asesinado. Si llegó a presidente, es seguro que había prometido como mínimo, seguir la política exterior o internacional del imperio, que había adelantado el vaquero inculto de George Bush. Sobre su piel cobriza de afro-descendiente, le vi los deseos de cambiarse el color, con la misma pasión absurda que tenía Michael  Jackson i de ser admitido en la rancia oligarquía blanca, de ojos azules o verdes, de las grandes mansiones o castillos de los dueños o socios de las transnacionales i los halcones del Pentágono. I eso sigue siendo igual. Por ello pensé que había prometido más que el propio Bush i que tras esa apariencia de negro estilizado i ágil para todo, poder disfrazar o esconder más maldad que la que descaradamente exhibe el imperio. Por eso no le importó hacer promesas que sabía no iba a cumplir; pues de haber cumplido una sola de esas, como una política diferente i de paz para Latinoamérica, cerrar Guantánamo, levantar el bloqueo a Cuba, entregar a los terroristas que amparan en Miami, o dar la libertad a 5 inocentes presos políticos cubanos, ya estaría sepultado no en Arlington, sino en algún cementerio de Harlem o del Bronx. Sería un presidente más, asesinado, para el record de Ginnes. I esa cara ahora delgada, cuando se redondee con las comidas de la Casa Blanca, será cada vez más delatora de su intimidad: es un hombre genuinamente comprometido con el capitalismo salvaje i con las políticas invasoras, del Imperio más terrorista, asesino i agresivo, del mundo i de la historia. Por eso no ha tenido vergüenza en recibir el Premio Nobel de la Paz, otro disfraz más. Por eso no ha tenido vergüenza de hacer el papel que desempeñó en Copenhague i continuar su país siendo en el principal homicida del planeta Tierra. Este es el hombre.

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El segundo, es un hombrecito de cara dura, de burdos rasgos arrugados, mirada falsa con párpados pesados i boca maliciosa, ruda, no acorde con una voz de tartufo. Al menos, así lo capto como para hacerle una caricatura, con unos cabello como de monje i porque posiblemente sea miembro del Opus Diávolo. Confieso que no sé cómo llegó a presidente de Costa Rica i menos, cómo pudo ser también, Premio Nobel de la Paz. Simplemente por ser mediador en los conflictos de Nicaragua, cuando apenas el año anterior había logrado la presidencia de Costa Rica, o sea que, en esfuerzo de apenas un año o más, ya hizo los contactos para lograr ser candidateado i ser ganador de un premio que muchos luchadores lo han hecho por décadas, i no se les ha tomado en cuenta. Es un premio netamente político que a veces disfrazan otorgándolo a personajes que lo merecen, como la madre teresa de Calcuta o la indígena G.Manchú. Este señorito, que “trabajó” su premio estando joven, es un representante de la derecha internacional i en ésta ocasión es lógico pensar que pese a haber escrito hasta un prólogo de una obra publicada en Bogotá sobre la historia e información general sobre el Premio Nobel, donde destaca que por detrás de la personalidad de los premiados, existen motivos “más importantes”, i mal referirse al creador del premio, el sueco Alfredo Nobel, hombre signado por la tragedia familiar, padecía una singular amargura, por haber colaborado, aunque de manera inconsciente (?) pero no libre de culpa, con instituciones, medios o países, absolutamente opuestos al sentido humanitario i de justicia. Por eso al final de su vida, tratando de enmendarse, dio un grito por la paz, porque vio también la posibilidad de exterminarnos del todo, pueblos en guerra, en apenas un segundo.

Pues bien, con lo sucedido en el pasado año de 2009, sería ingenuo pensar que los golpistas de Honduras, apoyados por los Estados Unidos sin lugar a dudas, secuestrando con violencia singular a un presidente i colocándolo en una base militar del imperio por escaso tiempo, no estuviesen previamente de acuerdo con este otro Premio Nobel de la Paz, para obtener su complicidad aparentando sorpresa. Este señor economista con post grado en Londres i con conexiones importantes (pienso que debe ser también del “Opus”) estaba de acuerdo con los gorilas golpistas i con el Imperio, en recibir en Costa Rica al depuesto Presidente Constitucional de un país “hermano”. El cinismo de este señor, se le refleja en la cara bastante incómoda de mirar, cuando cometió el mismo “pecado” de Alfred Nobel de estar opuesto al sentido humanitario i de justicia. Completaría, entonces su buscada i aceptada participación, proponiendo lo más inútil que pueda concebirse en esos momentos álgidos de un atropello universal: el diálogo. De modo pues que, este otro Premio de la Guerra, como debe considerarse el otorgado a Obama, no es ningún mediador humanitario, sino un vulgar cómplice del Imperio Norteamericano que seguirá asolando, como dijera el Libertador, de miseria (i de terrorismo) a la América, en nombre de la “libertad”. Se hizo larga la exposición; por eso para referirme a los cínicos criollos, coloco el número romano I al comienzo, i aquí la observación:  

Continuará.

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Roberto Jiménez Maggiolo


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