Los muertos no pagan (los de Asunción)

En una sorprendente metáfora sobre el tema de la deuda externa
argentina, los acreedores en un centro comercial
paraguayo se fueron (al cielo) sin pagar. La actitud
criminal del empresario Juan Pio Paiva derivó en el
homicidio culposo de 311 personas --al menos hasta el
momento de conocerse las últimas informaciones--.

Se trataba de un día apacible en Asunción. Numerosos
trabajadores --forzados irregular pero a esta altura
naturalmente-- a laborar sin recompensa especial los
fines de semana, esperaban recibir un importante volumen
de público comprador. Entre mate y mate dialogaron sobre
precios y horarios, sobre historias familiares y anhelos
personales.

Tras la apertura, observaron que se trataba de un día
singular, con muchos potenciales compradores, paseantes y
niños acompañados por sus padres. Nada fuera de lo común,
salvo la evidencia de una jornada de alto consumo, dentro
de los parámetros locales. Hasta que en uno de los
espacios destinados al almacenamiento, según cuentan,
comenzó un incendio.

Y si la novedad resultaba preocupante, por lo que
implicaba en costos probables, el panorama no tenía por
qué ser aterrador. Dada la voz, era preciso desocupar el
establecimiento para permitir el accionar de los
bomberos. Sólo llorarían, algunos con más intensidad que
otros, las pérdidas materiales. Y quizás, por supuesto,
la de algún empleado de maestranza, el sector más
expuesto.

Grave, claro, mas no tanto. Hasta que varios imbéciles,
propietarios de locales en el shopping asunceño,
comprendieron que si los compradores que los enriquecen
día a día se retiraban de apuro, lo harían sin abonar
algunos de los productos que habían adquirido. En la
confusión, estimaron, aprovecharían para llevarse alguna
cosa de arriba.

Hablaron con uno de sus pares éticos, el tal Pio Paiva,
quien resolvió --ante la posibilidad de tan intolerable
situación-- la clausura de las puertas de acceso. Sin
recordar que los muertos no pagan, el tipo ordenó a sus
hombres de seguridad, siempre listos para cumplir las
órdenes más disparatadas, que impidieran la salida del
público.

Esto originó, según el testimonio directo de los
bomberos, un panorama de interés: quienes fueron
convocados para sofocar el incendio no podían ingresar al
establecimiento, convertido por la estupidez criminal de
un puñado de empresarios en una trampa sin salida. Como
no podía ser de otra manera, las llamas progresaron y
empezaron a superar los daños materiales.

Decenas de niños murieron carbonizados después de
permanecer aprisionados absurdamente en un territorio
dominado por el deseo de obtener el pago de algunos de
los juguetes que habían adquirido. Es difícil imaginar
las sensaciones de esos chiquitos en el momento previo a
su turbia exhalación final.

Por lo que nos narran desde Asunción, mientras los
rescatistas prosiguen con su tarea, ya se iniciaron las
gestiones empresariales para lograr impunidad.

Diálogos apurados con jueces y funcionarios, presiones
sobre algunos medios de prensa: toda la trama conocida
por quienes se burlan de la vida y convierten esta tierra
en un infierno.

Los acreedores muertos no pagan.

Es un mensaje interesante que deberían tener en cuenta
muchos: los bancos argentinos, las empresas privatizadas,
los medios de comunicación neoliberales y, especialmente,
los organismos financieros internacionales. Ellos
intentan ahogar ridículamente a los pueblos
latinoamericanos, con el mismo esquema observado
crudamente en Paraguay: cerrando las puertas del
crecimiento y exigiendo el abono de facturas dudosas.

En la fantástica América Latina las metáforas suelen
aproximarse bastante a las descripciones.



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Gabriel Fernández/ALAI-AMLATINA


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