Parecer rico no es malo

De entrada advierto que no narro experiencias propias. Si bien,
según los criterios de la ONU, no constituyo un caso de pobreza extrema, no
soy y nunca he sido uno de esos tercios de yate y/o avioneta a los que se
refiere el Presidente Chávez.

Lo más cerca que estuve de poseer un yate sucedió cuando
desempeñaba la Gobernación de Nueva Esparta, momento en que decidí adquirir
un peñero carupanero con motor fuera de borda, al que llamé ³La Primera
Autoridad². Naturalmente una embarcación denominada así no podía permanecer
en mi poder luego de salir del cargo, cosa que ocurrió impepinablemente pues
los gastos de mantenimiento cada día se hicieron más costosos, en tanto que
mis ingresos se redujeron en proporción considerable.

Posteriormente aprendí que mucho mejor que poseer un yate y/o una
avioneta, es tener un amigo que cuente con uno o ambos medios de transporte.
Se goza lo mismo y el ahorro le permite a uno comprarse los aperos de pesca,
que no son baratos, precisamente.

Según la vieja tradición cuartorepublicana, en Venezuela los pobres
tenían la costumbre de comportarse como ricos sin dinero. De hecho no había
nadie que gastara más que un limpio criollo cuando por cualquier
circunstancia se ponía en unos billullos. La figura del "ta¹ barato, dame
dos" quedó inmortalizada en aquella época, cuando los nuevoricos vernáculos
viajaban a Miami con toda la parentela, incluyendo niñera y señora de
servicio. Recuerdo que justo antes del Caracazo en un casino de Aruba se
arremolinaban los allegados al nuevo gobierno, coreando "¡AD, juventud!"
cada vez que uno de ellos acertaba en la ruleta.

Pero, para ser sinceros, luego de nueve años de quinta república
las viejas tradiciones parecen estar de moda nuevamente, cosa que no debe
sorprendernos pues en la práctica son los mismos tercios, solo que ahora
andan rojos-rojitos y no de vergüenza, por cierto.

Si a ver vamos, ahí está el caso de Antonini Wilson, que se ahorró
un dineral cogiendo una colita en el avión de los petroleros argentinos.

A estas alturas por andar con chismorreos no le he entrado al
meollo del artículo que consiste en demostrar que ser rico no es tan malo.

El asunto tiene que ver con la reforma constitucional pues muchos
consideran que la misma lleva el propósito de uniformar la pobreza para
acabar con las desigualdades injustas. En esta materia me acojo al criterio
de Roberto Hernández Montoya, quien afirma que apreciar un buen vino o
disfrutar ciertas comodidades no tiene nada de contrarrevolucionario y, más
bien, sería lo deseable para todos, en caso de que el mismo rasero se
aplicara a diestra y siniestra.

Lo que es muy cierto es que ser asquerosamente rico no tiene nada
de simpático. La gente los mira con rabia y los supuestos amigos lo que
hacen es pedirles prestado. En cambio, tener fama de rico, aún cuando se
diste mucho de serlo, es una bendición del cielo.

Para empezar los bancos se anticipan a ofrecerle préstamos. En las
tiendas de lujo le dan descuentos especiales, en los restaurantes les
reservan las mejores mesas y, en materia de levantes, ni le cuento.

Es más, en caso de emergencia a lo mejor le dan ingreso a una
clínica privada con tan solo mostrar una tarjeta, sin tener que hipotecar la
casa o el apartamento.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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