De Juan sin Tierra y la Locura (1199-1216) a nuestros días

A Ricardo Corazón de León, el primogénito de Enrique II, lo sucedió en el trono su hermano Juan Sin Tierra.

Juan Sin Tierra, fue como dice André Maurois: "un mal rey, un mal hijo, un mal padre, un mal hermano y un mal marido". Si Ricardo su hermano —escribe Winston Churchill— encarnó todas las virtudes y defectos contenidos en el león, no hay animal en la naturaleza que sirva para simbolizar las cualidades contradictorias de Juan Sin Tierra. Unía la implacabilidad de un guerrero endurecido con la sutileza de un Maquiavelo. De vez en cuando se abandonaba a rabias furiosas en que sus ojos despedían llamas y su semblante se ponía lívido, Los cronistas de la época recalcan su violencia, codicia, crueldad, traición y lujuria. Caía fácilmente en accesos de rabia realmente insanos. Luego de firmar la Carta Magna se tiró por el suelo mordiendo pedazos de madera. Violentaba a cualquier mujer que excitara sus muy excitables sentidos. A su mujer, Isabel de Angulema, se la raptó y violó siendo una niña. Traicionó e hizo todo lo posible por asesinar a su hermano Ricardo y terminó asesinando a su sobrino Arturo, luego de castrarlo. Murió en 1216 a consecuencia de una indigestión o probablemente asesinado. Taine intenta echar sobre Juan Sin Tierra el siniestro manto de la locura. Pierre Gaxotte lo designa simplemente como un medio loco. Creemos con el primero, que Juan Sin Tierra fue, sin lugar a dudas, un vesánico, muy probablemente un epiléptico, como lo serán varios de sus descendientes.

Del matrimonio de Juan Sin Tierra y de Isabel de Angulema ha de nacer este rey que subirá al trono a los nueve años (1216).

Enrique III no tenía ni la iniquidad ni el cinismo de su padre. Por su piedad y simpleza se parecía a Eduardo el Confesor, a quien admiraba mucho y en cuyo honor reconstruyó la abadía de Westminster. Fue deficiente su gestión gubernamental por su divorcio con la realidad. Trató de ser absolutista cuanda la conciencia política de la Inglaterra (la Raposa) de entonces pretendía limitar al poder real, y fue muy poco inglés (raposa) cuando el país atraviesa una acentuada crisis de nacionalismo.

Era tan extraordinariamente devoto que puso al reino bajo la tutela y jurisdicción del Papa, lo que hubo de aparejarle graves consecuencias.

Como su padre, era traidor y no respetaba los juramentos. Trató de ser conquistador y fue varias veces derrotado. Enrique III fue, en síntesis, un rey muy mediocre, débil y sin brillo. Casó con Leonor de Provenza (hermana de la mujer de San Luis).

Por diversas vías y conductos la huella genética de Alfonso el de las Navas y de su melancólica mujer Leonor de Inglaterra, penetra en la genealogía inglesa, ya recargada de por sí.

Eduardo I (1239-1307):

Fue uno de los grandes reyes de Inglaterra (la Raposa) aunque diera señales de locura en los últimos años de su vida, Subió al trono a los 32 años. Las leyes que impuso bosquejaron a la Inglaterra moderna. Es modernista, aunque por temperamento es un señor feudal y por sus gustos un Plantagenet.

Es un hombre soberbio, vigoroso, bien formado, con fuertes músculos de jinete; sus placeres favoritos eran la caza y los torneos.

A diferencia de su padre y de su abuelo acata los juramentos. Su lema era "Keep Truth". Sus instintos fueron nobles y clara su visión de la realidad.

Irascible, orgulloso, terco, a veces duro, pero trabajador honrado y bastante razonable, fue un verdadero hombre de estado.

Murió a avanzada edad, haciendo extraños juramentos "ante Dios y ante los cisnes". Casó con su prima Leonor de Castilla, hija de San Fernando.

Eduardo II (Rey de 1307-1327):

Jamás un hijo fue menos parecido a su padre como Eduardo II. Fue un connotado homosexual que sumergió al reino en la más repugnante impudicia. Se casó con Isabel de Francia (hija de Felipe IV, biznieta de San Luis) "pero en seguida abandonó a su mujer por su amigo Pedro. Conocía hasta tal punto su medrosa condición que hizo preguntar al Papa si sería pecado frotarse el cuerpo con aceite que proporcionara valor. Era un hombre extraño, vigoroso y al mismo tiempo afeminado. Winston Churchill lo califica de inútil e indigno heredero. Llevó la amistad más allá de la dignidad y de la decencia.

La esposa de Eduardo II, Isabel, "La loba de Francia", asqueada de la pasión de su marido por Hugo Despenser, se levantó en armas contra aquél. Vencido y prisionero el rey por su mujer y el amante de ésta, Mortimer, lo hicieron víctima de la muerte más cruel. "Preso en el castillo de Berkeley —nos cuenta Churchill— lo sacrificaron con medios horribles, que no dejaban huella en la piel. En el momento en que le quemaban los intestinos con hierros a los rojos vivos introducidos en su cuerpo, sus gritos se oían fuera de las murallas de la prisión levantando ecos que por largo tiempo no pudieron ser acallados. Marlowe en su tragedia le hace decir a Eduardo II estos conmovedores versos en el momento de su muerte:

"Id a decir a la reina que no tenía yo ese aspecto

Cuando por amor a ella desmonté al duque de Clermont"·

Lo sucedió su hijo Eduardo III.

Eduardo III (1317-1377).

Parecía que la sangre fuerte de Eduardo I hubiera estado dormido en su hijo degenerado, porque en Eduardo III Inglaterra (Raposa) volvió a encontrar una dirección digna de su poder en continuo crecimiento.

De adolescente parecía adulto, tal erala precisión de sus cálculos, su precoz prudencia y su no menos precoz firmeza. Era de hermosa figura, talla descomunal y pelo rubio, lo que aumentaba la palidez habitual de su rostro.

A los veinte años —escribe Druon— era un hombre sin pasiones ní vicios. Las personas que habían estado en otro tiempo en la corte de Francia decían que Eduardo tenía muchos rasgos comunes con el Rey Felipe el Hermoso; veían en él los mismos gestos y la misma palidez, la misma frialdad en sus ojos azules, aunque era más comunicativo y entusiasta que su abuelo materno.

A los diez y seis años contrajo matrimonio con una mujer regordeta y de buen corazón a la que amó entrañablemente: la princesa Felipa de Hainaut, la cual no se parecía en nada a una princesa de fábula; con sus rasgos abultados, su nariz corta y el rostro lleno de pecas. Carecía de gracia particular en los ademanes, pero al menos era sencilla y no intentaba aparentar una actitud majestuosa que no le prestaba. La multitud sintió por ella un profundo afecto.

De este matrimonio nacieron doce hijos; tres de los cuales darían origen a las tres dinastías que se disputarían por siglo y medio la corona de Inglaterra, (Raposa) dando lugar a la célebre Guerra de las Dos Rosas.

A los veinte años Eduardo III se rebeló contra la Regencia que ejercía la Reina Madre y el feroz asesino de su padre Lord Mortimer, amante de Isabel. Apoyándose en un grupo de jóvenes nobles aprehendió en las habitaciones de la reina a Lord Mortimer, le seguió proceso y lo condenó a ser arrastrado por las calles de Londres y luego a ser ahorcado. A su madre la condenó a cautiverio perpetuo. De esta forma comenzó a gobernar el nieto de Eduardo I de Inglaterra (Raposa) y de Felipe IV de Francia.

Poco tiempo después se negó a rendirle homenaje al rey de Francia se declaró sucesor legítimo de Felipe IV y entró en guerra contra su primo el Valois, dando inicio a la conocida Guerra de los Cien años.

Como sus abuelos fue un excelente rey y un hábil administrador durante toda su juventud y madurez.

Los últimos años de su vida son, sin embargo, lamentables. "El anciano rey —escribe Maurois— chocheaba en brazos de una linda camarera, Alicia Perrers, a la que había regalado las joyas de la corona.

Por eso no fue un rey llorado a su muerte en 1377. "Su lamentable vejez había hecho olvidar las excelencias de su juventud". Murió abandonado de todos hasta el punto que un sacerdote local tuvo que prestarle los últimos auxilios físicos por cuenta propia. Churchill también nos señala el estado de emanciación senil en que había caído el viejo rey años antes de su muerte.

Su primogénito, el príncipe Negro, murió antes que su padre, víctima de la peste. F. Pietri dice que murió de hidropesía. Por eso a la muerte de Eduardo II lo sucedería en el trono su nieto Ricardo II.

Ricardo II (1367-1399).

El hijo del Príncipe Negro fue el niño hermoso e inteligente que heredó un reino a los diez años de edad. Digno y valeroso. Siendo casi un púber sofocó una insurrección de los campesinos contra el sistema feudal. De joven, sin embargo, fue veleidoso y desacertado, lo que provocaría su destitución.

Su temperamento, los altibajos de su humor, sus estallidos, los refinamientos casi sobrehumanos de sus cálculos —escribe Winston Churchill— fueron la causa de su ruina. Shakespeare acusa a los consejeros de Ricardo del giro catastrófico que se opera en su vida: "Habéis extraviado a un príncipe —le hace decir a Enrique de Lancaster cuando increpa a los servidores de Ricardo II— por vosotros está completamente desfigurado y desnaturalizado". "Por vuestras orgías nocturnas habéis establecido un divorcio entre la reina y él". "Lástima que no haya conservado su reino como nosotros este jardín —dice el jardinero—; si él hubiera observado esta práctica conservaría la corona que casi le ha arrebatado la prodigalidad de las horas frívolas". "He envilecido la gloria, he hecho de la soberanía una esclava, de la orgullosa majestad una sierva y del poder un campesino…" le hace decir Skakespeare al rey.

Murió asesinado en la Torre de Londres, por orden de su primo y sucesor Enrique IV (1399).

Historiadores:

Maurois.

Winston Churchill.

Marcel Druon.

Shakespeare.

Murray Kendal.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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