Opinión i Recuerdos

Italo Pizzolante i Miguel A Jímenez ayer es nunca jamás

 Había puesto el título de un artículo, parecido a uno de mis escalios, (Las amadas i pequeñas nostalgias) cuando las noticias de fallecimientos que van llegando, aunque son lei de la existencia, siempre nos causan sorpresa como, en pensar de García Márquez, porque  son crónicas de muertes anunciadas por el paso del tiempo.

 Hace años, mudados a una nueva casa en el sector El Paraíso, todavía una carretera medio desolada, desprendida hacia el oeste, desde la segunda avenida de Maracaibo, Las Delicias. Pasaba por un gran tanque de agua en torre metálica (agua para el sector) pequeñas quintas particulares, por la inolvidable Asociación Atlética del Zulia, fundada por el “gringo maracucho” Mr. Link, i luego por los terrenos de un antiguo Hipódromo (desaparecido i que no conocí), se llegaba a un área casi despoblada, con escasas quintas, donde se había inaugurado el Estadio de Béisbol de Maracaibo (quedaba en la historia el viejo Estadio del Lago) parque deportivo llamado el Olímpico i posteriormente “Alejandro Borges”, cronista de deportes, meritorio i querido, llamado El de las Gafas. En la parte posterior de nuestra casa, donde acababa de hacerse el asfaltado de la Avenida Cinco de Julio, se había construido, casi en el monte, como le objetaban a Monseñor Godoy, el Templo de San José. Era la ciudad que empezaba a crecer hacia sus alrededores. Comenzaba el noviazgo de mi hermana mayor con un señor serio i delgado, Mario, que luego sería su marido i sabría construir un hogar digno para sus hijos. Yo estaba en los primeros años del bachillerato i nos entusiasmaba estar en la vía cercana al estadio, para los magníficos juegos de béisbol de la Liga Occidental, con Gavilanes, Pastora i Centauros. Éramos todavía un pueblo grande. En aquellos tiempos, por las conexiones que teníamos con unos primos en Valencia, familia del tío René Negrón, hermano de mi abuela materna, quien tenía muchas hijas hembras todas linda i bellas además de alegres i dulces, nos llegó a Maracaibo un joven de mediana estatura, con una piel un tanto rojiza, unos cabellos entre rubios i el color de su piel, con un gran copete de cabellos sobre la frente, una inmensa sonrisa i una alegría o simpatía desbordante. Estudiaba ingeniería en Caracas i, creo que por una huelga en la capital, se le trastornaría su próximo grado i vino a terminar su carrera aquí, aunque creo que de todos modos se graduó en Caracas. Era de Puerto Cabello i el novio de una de las hijas del tío René llamada Nelly. Se sentaba frente a un pequeño piano que había en la casa, i era un espectáculo de virtuosismo i contento o felicidad. Se llamaba Ítalo Pizzolante i conquistó la admiración, la amistad i el cariño de todos.

 Luego de un tiempo i algunas otras visitas, Ítalo desapareció de nuestra vida i desde aquel entonces, eran noticias sueltas, cartas a Mario el esposo de Alicia mi hermana, alguna vez que mi abuela iba a Valencia o nosotros mismos que con nuestros padres, en una ocasión llegamos a la casa llena de muchachas bellas, de lo que guardo gratos recuerdos, sobre todo de una que era próxima a mi edad i se llamaba Reina; por un tiempo era casi mi reina en el recuerdo o en mis sueños. En otra ocasión, ya adultos, con mi madre fui a Caracas a arreglar papeles de mi condición de médico recién graduado, i estuve en Valencia cuando visitamos a la familia Negrón, ya muerto el tío i las hijas todas casadas. Estuvimos en la casa de una de ellas, la mayor creo, esposa de un señor de apellido Clavo.

 En mis amadas nostalgias hablo de cómo la vida, a medida que los pueblos se hacen ciudades, que los hijos se ausentan de los hogares i que el tiempo i las distancias alejan, se van haciendo distantes i casi nulas las relaciones familiares o de amigos. La relación epistolar de nuestros abuelos, pasó a la historia, aunque en mi tiempo en Europa era pan de cada día, i escribí i recibí muchas cartas que archivo. I esas cartas, reviven los recuerdos como por arte de magia. Con los años, supe del progreso de Ítalo Pizzolante en su amado Puerto Cabello, con sus bellos rincones i sus playas de lunas i espumas, dándole inspiración, no solamente en su profesión sino en la poesía hermanada a la música, como logran los compositores románticos sobre todo. Tenía una bella casa llamada creo que, Sinfonía, situada frente al mar. Casado con mi segunda esposa i viniendo de una exposición pictórica que hice en la década del 80 en la capital, pernocté allí, recibido por su esposa porque él se encontraba en Caracas; empero, luego le visité, incluso con mis dos niñas, creo que en dos ocasiones, en una de las cuales disfrutamos del hermoso ambiente familiar, el jardín,  la piscina, de un sabroso almuerzo i de compartir con otros amigos. Ya era el Ítalo cargado de muchos años como me sucedía mí, pero siempre jovial, alegre i con inteligencia para todo, especialmente la música. De sus canciones, en los tiempos en los cuales yo cantaba entre amigos, naturalmente Motivos i Puerto Cabello, eran mis preferidas. Fueron sus canciones las que recorrieron por el mundo, especialmente en América, e interpretadas por grandes artistas como se ha señalado ahora, cuando sorpresivamente para mí, su desaparición física me ha conmovido. Es lamentable que sea después de la muerte, no solamente lo comentado con ironía de que luego de la muerte todo el mundo es bueno, sino que uno piensa, por qué  no se frecuentó mucho más la amistad o hasta la comunicación por los portentos electrónicos de hoi, cuando el mundo se ha hecho pequeñito. Recuerdo que en una de las vistas a su casa, me comunicaron por teléfono con Reina, que vive en los Estados Unidos i está viuda i con hijos. Fue otra sorpresa feliz…se acordaba de mí, i me habló con un inmenso cariño, como si nos hubiésemos tratado toda la vida. Propio de la gente buena que teniendo un recuerdo de instantes en sus neuronas i  un rinconcito en su corazón, siempre guardan ternura i amor. Así mismo Nelly, la esposa fiel que tal vez Ítalo conoció en la Plaza Flores, donde “también hubo amores”. La verdad es que no recuerdo si, una acuarela grande que hice de La Calle de los Lanceros, unas hermosas cuadras coloniales que tienen un puente entre los pisos alto de casas situadas frente a frente, se las regalé enviándoselas después. Lo cierto es que su “Puerto Cabello” es prácticamente el himno de esa bella ciudad, donde dicen algunos, sus aguas eran tan apacibles, que los barcos se podían atar con un cabello, i en mis cuadros, tengo pintado al óleo, una pequeña rosa pintada de azul, porque Pizzolante el amigo, el compositor i el creador, siempre permanecerá en mi recuerdo i de los seres queridos que me rodean.

 El otro motivo de nostalgia, de pena i de tristeza, es haberme enterado a destiempo –por conversación con la viuda de mi hermano mayor médico, el mayor de verdad era abogado: Alberto, abogado, i Armando el médico− que Miguel Ángel Jiménez Nava, odontólogo i profesor universitario, había fallecido antes de terminar el año pasado. Papá tuvo un sobrino mui dinámico i emprendedor, Juan José Jiménez que viajaba con frecuencia a Caracas por la terrible carretera trasandina de antes, aquella que tenía que recorrer la Quebrada de Carora  por su cauce cuando estaba seco; atravesar con el auto, entre aguas i piedras el río Monay, i dormir en Barquisimeto haciendo el viaje en etapas de dos días. Empero, le encantaba Caracas i finalmente se fue a vivir allá, donde al poco tiempo de estada allá, como gerente de un hotel Carlton, murió repentinamente de un infarto miocárdico.  I sucedía que cuando vivía en Maracaibo, desempeñando varios oficios, entre ellos regente de la Botica Auxiliadora, en la esquina de Obispo Lazo i Ciencias (esquina sureste de la Plaza Bolívar) o una imprenta detrás del Bar Imperial frente a la misma plaza, vivía en la parte posterior de la farmacia (antes se decía Botica) i sus ocho hijos i los siete de mis padres, nos levantamos como hermanos, una sola familia, pues papá tenía su clínica en la misma cuadra, esquina de Ciencias i Aurora, nombre de las calles. I las diversiones, como jugar béisbol, era en el Hato de Bella Vista, donde está hoi el edificio de CorpoZulia. Cuando se quedaron a vivir en Caracas, para nosotros fue terrible, no éramos primos sino hermanos. Todos regresaron a Maracaibo, pero luego volvieron a Caracas. Sin embargo, Miguel Ángel, el mayor, contemporáneo con mi hermano Alfredo, se había quedado estudiar en Caracas donde se graduó de Odontólogo i allá desarrollo su profesión i su docencia universitaria. Sería toda una historia recordar tantas cosas pasada en los siguientes años. Lo cierto es que Miguel Ángel Jiménez Nava, fue odontólogo i profesor universitario de prestigio en la capital, donde se quedaron sus otros hermanos i hermanas, excepto Heberto, también odontólogo i de prestigiosa carrera universitaria como docente en LUZ (tres veces Decano) i Jaime, quien se fue a vivir a Maracay.

 En ocasiones cuando viajé a Caracas, me hospedé en casa de Miguel, hombre tranquilo, apacible i de reposados modales, que le hacían digno de cariño i de respeto, casado con una Beatriz, inspiradora de admiración como mujer, esposa i madre.  Una mujer maravillosa i culta. Fueron felices, a pesar de perder a uno de sus tres hijos varones, pues no tuvieron hembra, cuando ya graduado de ingeniero, perdió la vida en un accidente en las rectas de El Tigre en Anzóategui. Con sus otros dos hermanos, eran además de profesionales, excelentes músicos o diletantes. Sin embargo, como siempre digo, la vida contemporánea, pese a los adelantos, separa i mucho. Cuando estuve en la Asamblea Nacional Constituyente, apenas si en ocasiones hablábamos por teléfono o nos vimos una o dos veces. I luego de estos años de Revolución Bolivariana, cuando me vine a Maracaibo a seguir luchando por ella el distanciamiento con familiares diversos ha sido grande. Por eso la ingrata sorpresa al hablar con mí cuñada Nelly: ¿Supiste? Miguel murió hace unos dos meses i las comunicaciones familiares no sé porqué, a veces están en crisis. Es fecha que no me he comunicado con ellos: esposa e hijos, mientras el profundo dolor de la ausencia definitiva, nubla tantos recuerdos bellos, pensando como Machado, ayer es nunca jamás. Entonces, la casualidad, encuentro estos versos de Benedetti:

La pena aletea como un fuego fatuo

sobre los cementerios y otras verbenas

es un fantasma de mejillas blancas

que se duele de todos y de nadie.

oOo

robertojjm@hotmail.com



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Roberto Jiménez Maggiolo


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