El movimiento obrero en el continente americano

“La vieja Europa ha originado el despertar de sus vecinos muchas veces, es cierto, con su egoísmo y ambición. Pero en el presente se ve cercada y parece que asistimos al “rapto de Europa” llevado a cabo con sus mismas armas. Esta es la manifestación del presente y cuyas manifestaciones se presentan como el umbral de una nueva Edad”.  

Son obvias las razones históricas por las cuales puede considerarse que Europa fue el embrión del movimiento obrero internacional. La zona de influencia de la Primera Internacional, en sus primeros años, se circunscribía al viejo continente, ampliándose, en su último período, a los Estados Unidos, y años más tarde a Latinoamérica. 

La Segunda Internacional, después del final del siglo XIX, rebasando a la Primera, se extendió a varias Repúblicas del continente americano y, débilmente, hacia Asia –Japón- y algunos otros lugares de los demás continentes; pero realmente la base de su fuerza seguía siendo Europa. Por ello la palabra Internacional no estaba plenamente justificada, pues el título de Internacional no sería una realidad hasta medio siglo más tarde, es decir, hasta después de la segunda guerra mundial, cuando desaparece la Federación Sindical Internacional para constituirse la Federación Sindical Mundial (F.S.M.) en el año de 1945, agrupando a organizaciones sindicales establecidas en todos los continentes y representando a más de ochenta millones de afiliados, sin distinción de raza, de creencias filosóficas o religiosas. Es en este momento cuando realmente el proletariado está dotado de una Internacional Sindical y de un organismo de dirección unitario que puede ostentar orgulloso el título de mundial; pero, para ello, había sido preciso que la clase obrera contara con ochenta años más de vida, de actuación, de lucha sindical y política. Por ese camino, queriendo o sin querer, marcharon todos los proletarios, no importa en que continente vivieran, empujados vigorosamente en un proceso ascensional que ninguna fuerza detuvo en el pasado ni podrá detener en lo futuro. 

En 1945 existe una verdadera Internacional Sindical, pero la clase obrera, a más de  siglo y medio más tarde del grito de “¡Proletarios de todos los países uníos!”, carece de una Internacional que agrupe a sus organizaciones políticas bajo la roja bandera del socialismo. 

A mediados del siglo XX, las ideas de los principales utopistas habían tratado de convertirse en realidad en las nuevas y jóvenes tierras de América, donde podían desarrollarse al amparo de unas libertades políticas y religiosas desconocidas en muchos pueblos de la vieja Europa. América fue el campo de experimentación escogido por la mayor parte de los grandes utopistas o de sus principales discípulos, en el que perecieron, una tras otra, sus utópicas concepciones sociales; pero esto no ha sido óbice para que las doctrinas de Owen, Fourier y Cabet, desarrolladas a través de las colonias de emigrantes, influyeran poderosamente en los medios obreros de aquella época en la que se iniciaba el desarrollo de un naciente y poderoso proletariado industrial. 

La Primera Internacional ejercía su acción sobre los núcleos de emigrados, pero resultaba casi nula en los medios de una clase obrera nacional que se enfrentaba con un confusionismo ideológico para inclinarse hacia las corrientes fáciles del apoliticismo anarquista o para caer bajo la influencia de las numerosas sectas religiosas importadas de Europa y que florecían por todas partes. Cuando las sectas languidecen en Europa, surgen y se desarrollan en Norteamérica y se mantienen porque no se enfrentaban con una acción política que con fuerza expansiva suficiente las superara. 

El naciente proletariado que se desarrollaba dentro de unas condiciones sociales y económicas relativamente fáciles se asomaba al movimiento obrero falto de antecedentes políticos y revolucionarios que esclarecieran su camino. La diversidad de periódicos que publicaban los núcleos extranjeros, sus propias contradicciones y luchas internas, no facilitaban la materialización de una síntesis política socialista de envergadura nacional como se lograba, en cierta medida y durante un período determinado, en el seno del movimiento obrero europeo. 

Los movimientos corporativos se hacían fuertes, pero sin contenido político, sin conciencia de clase. El proceso político marchaba a la zaga del movimiento corporativo sindical. Así se registra asta nuestros días la paradoja de que, siendo Estados Unidos el país más avanzado industrialmente, de mayores concentraciones proletarias, no ofrezca un partido obrero revolucionario con influencia en las masas que, como vanguardia de la clase obrera, impulse sus movimientos sindicales, que las eduque, elevando su conciencia de clase, impregnándolas de un contenido político y revolucionario; un partido obrero independiente que juegue un papel importante en la mecánica de la política nacional. 

A partir de 1870-1877, se desarrolló casi en la clandestinidad el movimiento llamado de los “Caballeros del Trabajo”, un tipo de masonería que, en poco tiempo, adquiere una gran importancia, pero falto de contenido social y de espíritu de lucha, declina rápidamente dando paso a la organización de la Federación Americana del Trabajo en 1881, (fundado por Samuel Gompers) que llega a agrupar a la mayoría de las asociaciones existentes, mientras se mantienen independientes muchas otras, y, en particular, las hermandades ferroviarias. 

La F.A.T. controlaba a finales de siglo XIX a más de medio millón de afiliados, bajo la dirección de su principal organizador, Samuel Gompers, un obrero cigarrero, de origen inglés, con cualidades organizativas, pero hostil a toda teoría socialista y revolucionaria. Bajo su influencia antisocialista y aislacionista mantúvose la F.A.T. hasta final del siglo XIX, participando débil e indirectamente en el movimiento obrero internacional. 

Las organizaciones políticas de tipo obrero jugaban un papel secundario: el Partido Obrero, constituido a finales de 1877, careció de importancia. En 1886 constituyose otro partido, el Partido Obrero Unificado. Pronto los dos partidos estuvieron en pugna. En 1897, se constituyó una nueva organización política: el Partido Socialdemócrata, que aceptó los principios del socialismo internacional, diferenciándose de las antiguas organizaciones políticas porque en su seno agrupaba a una masa de militantes auténticamente americanos hablando el lenguaje nacional, comprendiendo sus ideas, viviendo sus propias costumbres. En 1900 se produjo la fusión entre el Partido Socialdemócrata y una fracción del Partido Socialista Obrero para constituir una nueva agrupación política: el Partido Socialista, al frente del cual estuvo Eugenio Debs. Con esa situación entra el socialismo norteamericano en el siglo XX.  

No obstante la debilidad política del movimiento obrero norteamericano, éste ofrece en ciertos momentos de su historia magníficas gestas de lucha y ha dado, entre otros, líderes tan preclaros  y leales al socialismo como Eugenio Debs, dirigente de la gran huelga de los ferroviarios de Chicago en 1894. 

Entre las páginas heroicas que ofrecen las luchas del proletariado americano, la que adquiere un mayor significado histórico y una resonancia internacional fue la huelga desarrollada en Milwaukee, en las cercanías de Chicago, el 1º de mayo de 1886. Para esa fecha la organización de inspiración anarquista denominada Congreso de los Sindicatos Federados de los Estados Unidos y del Canadá, había resuelto desencadenar un movimiento general de huelgas reclamando la implantación de la jornada de ocho horas. Chicago era el centro más importante de las organizaciones bajo influencia y dirección anarquista. 

Siguiendo la orientación de los sindicatos  federados, declarose la huelga en Milwaukee y la policía ataca brutalmente a los huelguistas y mata a nueve de ellos. El 4 de mayo tiene lugar en la plaza de Hay Market una gran manifestación de duelo en la que el proletariado de Chicago rinde homenaje a las víctimas de la salvaje represión. Durante la manifestación un provocador al servicio de los empresarios lanza una bomba que mata a varios policías. La reacción aprovecha este incidente provocativo para desencadenar una represión en contra de los trabajadores y de sus organizaciones que lleva a la horca a varios militantes y a otros al presidio con fuertes condenas. De esa batalla surgieron para el movimiento obrero los mártires de Chicago, los primeros que en América sacrificaron sus vidas por la causa de la jornada de ocho horas. La Federación Americana del Trabajo, en su Congreso celebrado en Baltimore en el mes de diciembre de 1888, había adoptado la fecha del 1º de mayo como la fecha de movilización a favor de la jornada de ocho horas. 

Más tarde, en 1889, El Congreso Internacional Socialista celebrado en París hacía suya la fecha del primero de mayo transformándola en jornada internacional por la reducción de la jornada de trabajo y de lucha por los programas reivindicativos del proletariado. Desde ese momento el anarquismo renegó de la fecha del primero de mayo. A ciento veintidós años de distancia, los sucesos de Chicago revelan, ante una experiencia más, la ineficacia de una táctica afianzando la justeza de otra. Sin embargo, los mártires de Chicago merecen el respeto y el homenaje del proletariado internacional. Sus vidas forman parte del martirologio heroico de la clase obrera. 

El fenómeno que caracteriza al movimiento obrero norteamericano, singularmente el que se refiere a su falta de contenido político, registrase, aunque con otras características, en aquellas repúblicas Latinoamericanas que conocieron un movimiento obrero incipiente en la última década del siglo XIX, particularmente Chile, Argentina, Brasil y México, pero en ninguno de ellos alcanzó a participar en la Internacional. A uno de los últimos congresos de la Primera Internacional, por intermedio de la delegación española, llegó un mensaje de saludo de un grupo anarquista de Uruguay. Es a partir del primer tercio del siglo XX que, en Latinoamérica empezó a sentirse el movimiento sindical de una forma objetiva. En el movimiento obrero de las repúblicas Latinoamericanas aparece una influencia directa del anarquismo español y otra, más débil, del socialismo. En ese período Argentina cuenta con un buen teórico del socialismo: el Dr. Juan B. Justo, que completa su formación política en Europa. 

Lafargue Pablo (1842-1911). Nació en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1842; allí vivió hasta los diez años y se trasladó a Burdeos (Francia). Una de las figuras más eminentes del socialismo francés e internacional. Después de la Comuna refugiose en España, viviendo en Madrid, donde constituyó inmediatamente un grupo de socialistas marxistas al que se debe más tarde (1888) la constitución con carácter nacional del Partido Socialista Español. Lafargue puede ser considerado como el verdadero fundador del socialismo español. Lafargue fue secretario para España de la Primera Internacional.    

Sin duda alguna el movimiento obrero europeo no prestó suficiente atención y ayuda al despertar de los pueblos de América ni a sus causas liberadoras, especialmente el socialismo español, que pudo contribuir más eficazmente al desarrollo de su movimiento obrero. Pablo Iglesias, la personalidad más destacada en ese momento del socialismo español, gozaba de un gran prestigio en Latinoamérica. Los periódicos socialistas que surgieron en estas repúblicas casi todos llevaban el nombre de El Socialista imitando al que se publicaba en Madrid. Una fuerte corriente migratoria, un mismo idioma representaban el mejor vehículo para la introducción del socialismo.  

La Segunda Internacional en 1910 proyectó una gira por los países de Latinoamérica; la realizaría Pablo Iglesias comenzándola, por Chile, gira que no llegó a efectuarse y que, sin duda, habría contribuido a consolidar los contactos de la Internacional con aquellas agrupaciones y, con ello, a la organización y desarrollo del socialismo en América. Pero, en lugar de Pablo Iglesias, desplazose a la Argentina, en 1911, Jean Jaurés, el tribuno del socialismo francés. De su viaje, no obstante su acusada personalidad, no podían esperarse los mismos resultados que los que se habrían obtenido si Pablo Iglesias hubiera recorrido las repúblicas Latinoamericanas. El deber de esa misión por muchas razones correspondía al socialismo español, que no pudo o no quiso cumplirlo. A la política de aislacionismo de ciertos dirigentes norteamericanos hacia el movimiento europeo correspondía éste con otro tipo de aislacionismo hacia el movimiento obrero del Nuevo Continente. 

Al Congreso Sindical Panamericano que se reunió en México del 6 al 8 de septiembre de 1938. Concurrieron delegados de la mayoría de los países Latinoamericanos, John L. Lewis de Estados Unidos, León Jouhaux de Francia, y González Peña, ministro de justicia español. Resolvió formar la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), con sede central en México y Lombardo Toledano de presidente. La Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM), fundada en 1918, era una organización moderada y oportunista afiliada a la Internacional de Ámsterdam. En 1938 ya estaba en decadencia. La Confederación General del Trabajo (CGT) era la central sindical más poderosa de México (fue fundada en 1921), hasta que a mediados de la década del 30. Se definía como grupo anarquista más que como organización política; pertenecía simultáneamente a la AIT (Internacional Anarquista y al PRM (Partido Revolucionario Mexicano, que estaba en el gobierno). Enfrentados con la campaña electoral, los dirigentes de la CGT súbitamente dejaron caer sus mascaras “anarquistas” e “internacionalistas” para unirse con el estado nacional burgués, vuelcan a una organización proletaria hacia la peor de las reacciones burguesas al servicio del imperialismo. Para los magnates petroleros y otros capitalistas. Igual les sucedió a la clase trabajadora (CGT) de la Argentina con los sindicatos peronistas. 

Los sindicatos de la social democracia, en Brasil, Chile, Perú y Venezuela, (CTV) -mejor debían llamarse “social-imperialistas”-, ya que siempre estuvieron al servicio de los patronos y de los intereses bastardos de sus dirigentes domésticos. Aquí tenemos algunos sindicaleros “seudos revolucionarios” que dicen llamarse trotskistas, pero todos sabemos que el trotskismo (Chirinos) siempre estuvo al servicio del capital financiero. (Finanza Internacional).  

Tenemos que crear en nuestro país una clase dirigente que defienda verdaderamente los intereses de la clase trabajadora, y no los intereses de la burguesía patronal, ni la de estos dirigentes seudo revolucionarios.

La expulsión del movimiento sindical de los sindicaleros, ajenos a la defensa de la clase trabajadora.

La unificación de todos los sindicatos en base a la lucha ideológica y que se conduzcan de manera libre y fraternal, que la minoría se someta estrictamente a la mayoría y se aplique una disciplina de hierro.

La preparación de un congreso sindical con la participación activa de las masas trabajadoras, es decir con una discusión seria y sin restricciones sobre las políticas y métodos de lucha.

Nuestros trabajadores deben entrar firmemente en la escena histórica para tomar en sus manos el destino de Venezuela y asegurar su futuro.

  

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria, Socialismo o Muerte.

¡Venceremos! 

manueltaibo@cantv.net



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Manuel Taibo


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