Rómulo Betancourt armó el plan para traer a Richard Nixon en 1958

La Junta de Gobierno se sintió muy confundida al enterarse de los escupitajos lanzados a los Nixon. Ante “repelente ignominia”, Betancourt entra en un trance de incontenibles irritaciones. Hay que tener en cuenta que Nixon en ese momento era el político norteamericano con mayores conexiones con Rafael Leonidas Trujillo, y aquella visita llevaba implícita la realización de ciertos reacomodos para una nueva geopolítica en el Caribe. Es el mismo Rómulo, el mejor enterado de estos planes. Planteaban los expertos gringos en Guerra Fría: “En Venezuela queremos paz y por nada del mundo podemos permitir actos irresponsables que coloquen a la región en una alto grado de inestabilidad social.”

A Betancourt no le queda otra cosa que pedir: -calma, calma… un país que no respeta a sus “amigos” (ricos que mañana pueden invertir) estará destinado a vivir en un pertinaz fracaso y en una incurable miseria.  Son cosas para él, sencillamente de sentido común.

Hubo fuertes presiones sobre Larrazábal para que se dirigiera hasta la residencia del embajador gringo y presentar sus saludos a Nixon. Él vacilaba: ¿Yo? No yo tengo por qué ir allí a saludar a nadie. No señor, yo soy el Presidente de la República. Cómo me voy a rebajar a eso. Es a él a quien corresponde venir a Miraflores. Voces y manos peludas se agitaban desde los altos mandos adecos. Para un caso tan delicado, a nadie más indicado para pedirle un consejo que a Rómulo Betancourt. Se le explicó a Larrazábal que así actuaba la diplomacia estadounidense, rompiendo reglas y esquemas, colocándose por encima de los protocolos y de las leyes internacionales. No faltó quien le dijera: – Si usted tiene aspiraciones presidenciales, le aconsejo que se acerque a la residencia del embajador. Pues bien, lo hicieron cambiar de idea, y a los pocos minutos de una platica con sus asesores, solicitó que lo llevaran ante el vicepresidente norteamericano.

Simultáneamente a esta decisión, nos encontramos a Betancourt actuar sin cortapisas; dirige un discurso frontal contra los “irresponsables de ese radicalismo izquierdista”. Se dirige a la televisión y ante las cámaras califica la acción de la poblada que atacó a Nixon de “insólita falta de educación para con un importante visitante extranjero”. Se le ha dejado campo libre a la voz de la experiencia. Los empresarios, la Iglesia, los partidos, giran alrededor de las decisiones de este hombre quien evidentemente tiene un enorme ascendiente sobre los que en Washington toman las decisiones para América Latina.

El PCV hacía maromas para no aparecer como culpable de la agitación y le pide calma a su militancia: que no vaya a caer en provocaciones que lesionen el espíritu unitario. La unidad tenía que construirla el PCV con un gran acto de masas, pidiendo la expulsión del país del verdadero provocador. Porque para eso se encontraba Nixon entre nosotros.

Sumergido el país en tan grave situación va el multimillonario Eugenio Mendoza a palacio dizque para tratar de calmar los ánimos. Larrazábal, le mira desconcertado, presionado como se encuentra por militares patriotas que ahora le reprochan su servilismo ante quien nos insulta y nos arremete. Mendoza se lo encuentra  con cara de perro, porque late en sus sienes una dura reconvención que le han hecho sus compañeros de armas y que la historia le cobrará su felonía. –No estoy para hablar con nadie, le dice a don Eugenio, incluso, descontrolado le grita: “¡Nixon, no![1] Seguidamente, como si hubiese cogido un desconocido impulso interior, va y solicita la exclusión de la Junta, de Mendoza y de su íntimo, Blas Lamberti. Se presenta pues una crisis de Gabinete. Se le sigue sacando partido el misil gringo lanzado contra el país y que sin ninguna duda forma parte de un plan muy bien concebido en Washington por Betancourt, Frances Grant, Serafino Romualdi y Pepe Figueres.

Para solventar aquella crisis, a Larrazábal no le queda otra opción que incorporar a la Junta a otro caimán del mismo pozo de Mendoza: al derechista y multimillonario Arturo Sosa. El vicealmirante trata de explicarle a sus compañeros de armas, que lo va a balancear con la incorporación del conservador nacionalista, Edgar Sanabria

Hay que hacer notar que Eugenio Mendoza había venido fastidiando a Larrazábal con que se le permitiera entrar en el negocio petrolero, y Sanabria le atacó con determinación haciendo ver que tal aspiración era antipatriótica e insolentemente personalista, que en nada favorecería el desarrollo del país.

Betancourt atento a los “agravios a Nixon”, se comunicó con sus colegas Caldera y Villalba para pedirles que como máximos dirigentes de sus partidos, salieran a dar declaraciones condenando los actos violentos. Betancourt seguía insistiendo ante la prensa:

Hoy ha vivido nuestra ciudad, ilustre por mil títulos en la historia de las luchas por la libertad, una hora innoble. Agitadores irresponsables, procediendo a espaldas y contra arraigadas tradiciones venezolanas, han promovido motines contra el Vicepresidente de los Estados Unidos, señor Nixon, llegando al extremo insólito de haber irrespetado a su esposa, así como a las de los funcionarios del Ejecutivo venezolano que la acompañaban [...][2]

 



[1] Simón Sáez Mérida, La cara oculta de Rómulo Betancourt, Fondo Editorial Almargen, 1997, Caracas, p. 247.

[2] Agustín Blanco Muñoz  (1981), La conspiración cívico-militar: Guairazo, Barcelonazo, Carupanazo y Porteñazo.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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