Y la oligarquía y el imperio ahí

Veinte años después, por ahora

Trabajaba yo en una trasnacional. Una de esas que publicitan vida pero que en realidad se la aspiran y se la vuelven volutas de humo a los consumidores. Lo mismo pasaba con el país. Ya Caracas había dado el ejemplo que décadas después seguirían otros Pueblos por el orbe; aquella erupción popular que retumbó a los cuatro vientos y que fue como una enorme bofetada para el poder constituido, prostituido, ulceroso y carcomido de mañas. Un descomunal Carajazo proveniente de las catacumbas, El Caracazo.

Tuve varias veces que ingeniármelas para defender trabajadores sin que mis jefes supieran que estaba mi mano metida. Allí campeaba, como en casi todas esas empresas, el neoliberalismo salvaje y salir en defensa de un empleado que “no diera los numeritos” era tabú. Al despido masivo de personal lo llamaban “Downsizing”. Luego vino aquella asquerosidad tramada por Fedecámaras, la C. T. V. y el inefable ministro de Cordiplan de Caldera, un cucarachón dentro del chiripero. Terminé yéndome de allí no sin antes sufrir el rigor de los IESA boys en mi liquidación. Claro, son cosas personales.

Cada uno de nosotros tiene una historia que contar. O más bien un caleidoscopio de vivencias porque fueron muchos los sucesos que se fueron acumulando en el tiempo histórico previo a la Revolución. Todos ellos ingredientes para producir los cambios que determinaron el rumbo de la Patria. Lo dicho, primero aquel estallido de estallidos y luego ese Pueblo, entre llanto y sangre, entre sudor y pujos, concibió al hombre quien junto a otros valientes encendió la llama bolivariana.

Seguramente sin proponérselo – así lo ha manifestado él- condensó en escasos minutos luego de su rendición, el mensaje justo y necesario para que el Pueblo lo reconociera como su hijo-líder y se volviera desde entonces río indetenible de revolución. Dice Fidel referente a las corrientes revolucionarias que si eso es cristianismo o “bolivarismo” (sic), él se declara como tal. Llamémoslo fe, convicción, sentimiento o como deseen, el chavismo es elemento primordial que define nuestro proceso, quiéranlo o no. Por supuesto que es un aspecto que puede y debe entrar en el fragor ideológico, más no se puede ser indiferente ante dicho concepto. Los escuálidos anteponen a su insulsez política ser antichavistas y es eso lo que los define; su alfa y omega.

A partir de allí se establece el proceso comunicacional o el esquema semiológico que desde entonces se verifica a diario. Han intentado de todo; desde la matriz de opinión de que Chávez ahoga el proceso, pasando por su “híper liderazgo”, hasta las “corrientes” aquiescentes con la oligarquía del “Chavismo light” o el “Chavismo sin Chávez”. No contentos con ello, atentaron contra su humanidad y la Revolución. En el camino han quedado una caterva de gurúes y monjes epistemológicos quienes no solo pretendieron interpretarlo; llegaron a abrogarse el cultivo ideológico de su pensamiento. A la par, lamentablemente, hay grupos dentro del proceso que piensan que ser radicales supone una entropía, sin medir las consecuencias de sus devaneos con la ultra derecha. O tal vez sí.

Por si fuera poco, el Líder y la Revolución llevan a cuestas rémoras pseudo socialistas y engendros cuarto republicanos camuflados de rojo. Todos hacen sinergia para ralentizar el proceso. Algunos sueñan incluso ser su sucesor.

De todos ellos se sirven la oligarquía y el imperio, en su empeño por dar al traste con la mayor suma de felicidad para La Patria. Los precandidatos de la derecha esparcen su odio a través de los mismos medios que promovieron golpes, paros y guarimbas. Están al acecho desde que nació la Revolución y nunca descansarán hasta verla destruida.

Mirad a Cuba, la indómita, cincuenta años después con la gusanera y el imperio en su pos ¡Cuánto hay que cuidar entonces a esta adolescente Revolución!

placidordelgado@gmail.com


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Placido Rafael Delgado


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