Que tristeza...

En el Zulia, como ya he dicho en otras oportunidades, la vida es una lotería que se gana todos los días, cuando se retorna con vida a la casa, porque en las calles no hay seguridad de nada.

Por un lado, los jefes policiales le aplican cremas faciales, delineadores y pinta labios a la cifra roja de los delitos pero, por otro, en la casa del vecino, en la esquina, vía al trabajo y, por supuesto, en los medios de comunicación, son evidentes los muertos y comentarios sobre diferentes crímenes, así como los relatos de víctimas que logran sobrevivir a esos momentos aciagos, cuando la vida pende del tembloroso pulso de esos hampones que abundan en nuestra ciudad.

Inclusive, en la prensa se han producido debates que rayan en el escándalo, pero igualmente quedan en el centellazo de una bala certera o en la hoja de un filoso puñal, empuñado por el desenfreno de la delincuencia que nos destroza.
Debates que, al fin de cuentas, no son más que simples perogrulladas. Aunque es imperioso hablar del hampa, a veces resulta una necedad en un Estado, donde no hay nada que contar. La gente padece y vive minuto a minuto la crueldad de esa delincuencia y, en consecuencia, lo sabe todo al respecto.
Sin embargo, hay jefes policiales que ponen la cara, por supuesto, no el alma y su honestidad frente a las cámaras de TV, justificando lo injustificable, hablando del éxito de las operaciones policiales, pero pierden su tiempo, nadie les cree.
Que tristeza... Sí, le posan a los periodistas y moderadores, para presentar cifras comparativas que demuestran como bajó el índice delictivo de este año con respecto del anterior.

Vaya temple actoral, que agallas, porque se necesitan tenerlas bien puestas, para decirle a los televidentes, por ejemplo: No pague vacuna, porque se hace cómplice de esos bandidos. O, vaya a la policía y denuncie su caso.
Inmenso caradurismo, amigos lectores. La gente paga vacuna porque la policía no les garantiza seguridad y eso, por supuesto, obliga a las personas a caer en manos del hampa. Y no denuncia en las jefaturas de comando, porque cuando regresa a su casa, consigue al hampón esperándolo para asesinarlo por sapo, pues en tiempo record el delincuente maneja la información que se ventila en los cuerpos de seguridad.

Lo que sucede es que para un jefe policial o militar rodeado de escoltas fuertemente armados, además del poder que ya por si sola representa su investidura, es muy fácil desafiar al hampa y recomendar a la gente que vaya a la policía.

Difícil es para un taxista que primero, no usa escoltas y segundo, en caso de que lo atiendan, es tratado como un hampón cuando llega a colocar su denuncia.
Bueno, pero el colmo de los colmos es que cuando repentinamente recrudece en la prensa el tema de la inseguridad, todos pensamos en la reacción del Gobierno regional e imaginamos a la policía en un corre y corre, tomando sus armas nuevas, desempolvando las viejas, para ir por los cabecillas de las poderosas mafias y, presentar cifras verdaderamente serias, sobre la efectividad del trabajo antidelictivo.

Y quizás se da un corre y corre, pero ¿Saben para qué?, para ingeniarse respuestas mediáticas, intentando manipular a la población, sobre un trabajo que sabemos no hace la policía.

Pero los zulianos no comemos de debates publicitarios. Nosotros nos referimos a la cantidad de vehículos que se roban diariamente de diferentes sectores de la ciudad, a los atracos en autobuses, a transeúntes, al robo en establecimientos comerciales, secuestros, asesinatos, violaciones, a los enfrentamientos entre bandas, a los policías implicados en hechos delictivos... a esa delincuencia que todos los días golpea a la gente honesta y trabajadora en la calle

Más sencillo todavía, nos referimos a que esos jefes o artistas policiales - porque son como mínimo protagonistas o primeros actores frente a las cámaras -, tengan el coraje de decir la verdad y encarar, definitivamente y sin mentiras, la inseguridad en el estado Zulia.


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Alberto Morán


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