Existe, pero no jodas

A veces, cuando nos miramos en el espejo, no vemos lo que este refleja sino lo que queremos ver. Eso me pasa a mi cada mañana: me levanto, me lavo los dientes, me miro al espejo y pienso, no estoy tan mal, no estoy tan arrugada, ni tan gorda, pongo mi mejor cara y salgo segura de que lo que vi es lo que soy. Luego en el supermercado, en la sección de verduras, atrapo una imagen fugaz de una gordita despeinada, con un par de ojos hinchados perdidos entre unos cachetes gigantes y una nariz que ni los mas gigantescos cachetes pueden disimular. Esa soy yo.

No solo los individuos tienen imágenes deseadas de si mismos, los colectivos también.

Por muchos años un sector de venezolanos se vió reflejado en uno de los espejos mas crueles que ha existido en la historia de la humanidad: un espejo pequeño, con un grandísimo marco rococó, dorado y opulento. Un marco tan recargado que limita la visión global de quien se refleja en ese espejo, pero te hace ver tan importante que provoca creer lo que se ve.

Es el espejo de quienes juran que en Venezuela no hubo nunca lucha de clases, que ese es un fenómeno nuevo instigado por el chavismo. Es que el espejito les dijo que todo estaba bien, que si ellos tenían carro nuevo, ropita de moda y vacaciones en  mayami, todo estaba bien. Ellos, que son la ‘’gente pensante’’, sin pensarlo mucho se lo creyeron. 

La gente pensante nunca pensó en el pueblo, bueno en realidad, si pensaron, y pensaron que era una masa amorfa, una especie de bola de mierda en la que se quedaban pegados todos aquellos flojos, irresponsables y brutos, a quienes les había dado por nacer en un rancho y que no están dispuestos a hacer el mas mínimo intento de salir de el.

De la masa amorfa sacaron provecho y quieren seguir haciéndolo, por lo que ahora ven con horror que si hay una lucha de clases y que el pueblo está ganando, eso es lo malo.

Nunca tuvieron problema con que el pueblo existiera, de hecho, lo necesitaban allí, a su disposición, pero al margen, allá en su cerro, allá con sus miserias. Los marginaron y luego les llamaron marginales como si lo fueran por su propia desidia. Como si el mundo real fuera el de los pensantes.

Ellos le habían dado al pueblo un espejo sucio en el que mirarse. Era un espejo con el cristal muy rayado y mugre, allí se veían, resignados, tontos e incapaces. Este espejo era muy singular, tenía un marco de metal plateado y una antena arriba, su cristal reflejaba lo que los pensantes pensaban del pueblo, lo que ellos creían que el pueblo merecía.

Los pensantes creen en su propia ‘’democracia’’ en la que el voto no es cuantitativo sino cualitativo. Ellos, pretenden elegirse entre ellos mismos, turnarse en el poder mientras al pueblo le lanzan migajas de tercera, promesas rotas y esperanzas vacías. Y fieles a sus creencias gobernaron así al país durante décadas.

Desde allá arriba donde se colocaron, no vieron cómo la tortilla daba la vuelta. No vieron como el pueblo, al que subestimaron siempre, tomó las riendas de su destino. No lo vieron hasta que, para ellos, fue demasiado tarde.

Que existan si, pero que no jodan, parecen decir. Que como es posible que se gaste el dinero del país en ‘’esos’’. Que cómo es posible que ‘’nuestros’’ destinos los decidan unas hordas de ignorantes, delincuentes y, en el mejor de los casos, desdentados. Y es eso que para ellos la democracia no es la voz de las mayorías, es solo la de ellos, unos pocos, muy estudiados y bilingües, que no saben donde queda Guasdualito.

Y yo me pregunto: ¿Que es lo que defienden? Y, como siempre, me respondo: El egoísmo supremo, eso defienden.

No les va mal, les va mejor que nunca. Compran todos los carros, se quejan de que no hay cupo para ir a París en otoño, tienen centros comerciales que desvalijan cada fin de semana: ropita fashion, lentecitos trendy, sushy to go. Celebran piñatas como si fueran bodas, dos y tres por familia cada año. Nunca tuvieron tanto y nunca desearon tanto que otros no tuvieran nada.

Que existan pero que no jodan. Que no aspiren a vivir como nosotros. Que no quieran dejar de ser explotados, que no conozcan su derechos. Que el mundo se derrumba si la ‘’cachifa’’ aprende a leer y estudia. ¿Quién, con dos dedos de frente, va a limpiar mis pocetas por la miseria que yo pago? Que no quiera mi chofer ser dueño de su taxi. Que no sepan mis obreros que pueden manejar mi fabrica sin mi. Que los zapatos los hacen ellos, que yo cobro mucho por haber tenido mucho y ellos cobran poco porque solo hacen zapatos, o ladrillos, o camisas, o…

Que existan, pero que no jodan. Que nos quejamos en la OEA, en La Haya, en la radio, en la tele, en la Asamblea Nacional. Que esto atenta contra los derechos humanos, que son nuestros y no de ellos. Que si matan a un marginal un bien nos hacen a todos, que si me pisan el meñique es un crimen de lesa humanidad.

Que yo no te odio, dice Yon con cara de que si te odia. Que queremos un país que incluya a todos, cuando todos sabemos que si no eres socio del club no te dejan entrar. Que nuestros partidos de siempre tienen nombres nuevos, que escucha militar de mierda, que te necesitamos para tumbar al ‘’Mono de Miraflores’’. Que este país parece una merienda de negros, que somos todos hermanos, que mueran los chavistas, que viva la paz, que la virgen nos ayude que es blanca y es nuestra. Que se miren en el espejo de los cubanos, que vamos directo allá. Que vengan los marines, que prefiero Faluya a La Habana.

Y volviendo a los espejos, su espejo rococó sigue siendo el mismo, chiquito, mezquino, falaz. El nuestro, son las caras de los compatriotas, en las que nos miramos con ojos, alertas, llenos de esperanza y libres para siempre. 

Ahora somos nosotros quienes les decimos a los pensantes: Existan, si, pero no jodan.





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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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