¡Y entonces, se formó la Dios es Cristo!

 
 
Se creyó que sería fácil cambiar de camino, elegir un presidente que nos sacara del marasmo bipartidista que llevaba casi 50 años. Se creyó que eligiendo un nuevo sistema distinto del Puntofijismo, saldríamos a flote, y que entonces por nuestros propios medios y sin interferencia de potencia extranjera alguna, elegiríamos nuestro propio destino. Algunos sabíamos que eso no lo iba a permitir EE UU.  Que se avecinaba un turbión de muerte, de atentados, de actos terroristas terribles. Pero así y todo, seguimos creyendo que sería posible. Que nos dejarían tranquilo asumir nuestro propio desarrollo, de manera autónoma y soberana, y que entonces lo que veníamos soñando y persiguiendo desde el siglo XIX, lo lograríamos, siendo nosotros, al fin libres y prósperos. Pronto íbamos a ver que esto era un burdo sueño, que Estados Unidos no lo permitiría y que vendría la guerra de cien años. Lo estamos viviendo. Porque nadie es libre impunemente en Occidente. 
Y así fue, apenas Chávez tomó el poder, entonces aparecieron por todos los medios de comunicación del mundo que los más espantosos fantasmas se estaban abalanzando sobre Venezuela, y que eso era ¡comunismo puro! Que Chávez iba a freír la cabeza de los adecos. Que el gobierno se apoderaría de nuestros niños. Que iban a clausurar todas las iglesias. Que expropiaría todos los medios de producción, que se adueñaría de nuestras casas y carros particulares, y que si teníamos dos propiedades nos quitarían una y se la daría a los negros, a los vagos, a los desdentados. Y comenzó la más feroz guerra civil de todos contra todos: comenzó el odio más bilioso y horrible, comenzó el desquiciamiento general en todas nuestras familias. Se desató la de Dios es Cristo. 
 
Al principio fue la sentencia contra Carlos Andrés Pérez (CAP) en 1996, cuando la Corte Suprema determinó su culpabilidad y lo sentenció a dos años y cuatro meses de prisión. Había en el ambiente un sentimiento parecido a la redención. El pueblo celebraba la caída de CAP y su prisión, y ya Chávez estaba recorriendo el país desde que saliera de la cárcel, el 26 de marzo de 1994. Nadie todavía podía prever lo que sobrevendría. Nadie podía imaginar que los demócratas de AD y COPEI romperían todas las reglas del juego y entonces tratarían de arrebatar el poder a lo macho. Cierto era que todo el mundo (incluso adecos y copeyanos) estaba cansado de la farsa “democrática”, pero éstos mismos desconocían que la decisión de cambiar de gobierno era algo que no se decidía dentro de Venezuela. Eso aquí muy pocos lo sabían. Llegó a ser tan impresionante el caos interior entre los distintos partidos, que las encuestas revelaban que más del 60 por ciento de la población prefería una dictadura a una falsa democracia. Se vivía una terrible inseguridad social, conmociones diarias, pobreza pavorosa, niños de la calle por doquier, huelgas y paros en Salud, Educación y transporte, y frecuentes anuncios de golpe de estado... 
 
No cabe ninguna duda de que la acción del 4 de febrero fue el acontecimiento político más importante del llamado “período democrático 1958-1992”. Chávez no podía hacer más de lo que hizo; no tenía un equipo entonces para dirigir a Venezuela como tampoco asumir una nave tan escorada en medio de la mayor tormenta social del siglo XX. Sólo quiso producir un estremecimiento en la clase política profundamente pervertida para que de una vez por todas se procediese a llamar a una constituyente. Los partidos no estaban en condiciones de asumir ni de entender este llamado en medio de aquel inmenso marasmo nacional. Los políticos como don Rafael Caldera, en lugar de aprovechar patrióticamente aquella rebelión para procurar darle un giro de 90 grados a la situación nacional, anheladas por todos desde la muerte de Juan Vicente Gómez, lo que hicieron fue promocionar sus candidaturas y agitar consignas demagógicas para que todo continuase igual o peor. 
El presidente Carlos Andrés Pérez, luego de ese inesperado e incontrolable sacudón del 4-F, comenzó a desmoronarse definitivamente; no daba pie con bola, nombraba comisiones consultivas, recibía a todo el mundo en palacio y pretendió engañar una vez más al pueblo con soluciones en las que ya nadie creía; el mundo se le vino abajo; se fue quedando solo, y buitres de todos los colores y tamaños le fueron minando su posición hasta echarlo de Miraflores. En esta tarea de reducirlo a cero políticamente trabajaron incansablemente los doctores Ramón J. Velásquez, Ramón Escovar Salom y el propio don Rafael Caldera.
¿Por qué Chávez entobces resultó que habría de cambiar tan rotundamente el curso de la historia de Venezuela? Con qué contó para sacudir a un estado de cosas tan viejas, y que parecían inamovibles (inconcebibles)?
 
Los aliados formidables de Chávez fueron la colosal corrupción que el gobierno de CAP, que continuaba tan campante, heredada del gobierno del Lusinchi y que éste heredara de Luis Herrera Campins, y éste, de nuevo, de CAP…; la obscenidad descarada de las amantes Cecilia Matos y Blanca Ibáñez haciendo lo que les daba la gana en Miraflores, fue un espectáculo grotesco que el pueblo veía indignado. Altos oficiales servían prácticamente de cabrones de estas amantes de los presidentes Lusinchi y CAP (UN VERGÜENZA), y ponían a sus servicios los sagrados recursos de la nación: aviones, yates, islas exquisitamente atendidas para sus francachelas y caprichos, y la vida ostentosa de princesas que llevaban en el exterior.
 
Aliados formidables de chávez fueron también la enorme degradación de los partidos; la mediocridad de los ministros y funcionarios públicos, la horrible desorientación y canallada antipatriótica de nuestros tecnócratas y empresarios. Cuando se atentó derrocar a CAP el 4-F, hubo un suspiro largamente contenido: "-¡Al fin alguien se atreve. ¡Esto no podía continuar más! Aquí el estado estaba podrido, envilecido, todo el mundo denunciando, pero el pueblo incapacitado para hacerse oír, para poder cambiar en una dirección positiva el sofoco de la improvisación, del caos, de la injusticia y del desdoro en todos los niveles de nuestras instituciones. Pero claro, Chávez en aquel trance del 4-F no pudo dar el vuelco que deseaba. Aquellos aguerridos revolucionarios, sólo quisieron dar el primer gran empujón para provocar el llamado a las masas populares y éstas acabaran embanderándose con su causa bolivariana. Este movimiento no encontró de momento el cauce adecuado, propicio. Apenas eran los primeros pasos de un largo proceso. Vendrían cien dolores de partos, cien traiciones, divisiones y emboscadas. Los empresarios, la Iglesia, la banca y los podridos sindicatos, los poderosos medios de comunicación, se unirían a la vieja derecha enquistada en las Fuerzas Armadas, y todo ellos prometían una guerra a muerte.  Con esas inmensas redes y el apoyo de EE UU y la Unión Europea la guerra se presentaba larga, terrible, feroz.
 
Don Rafael Caldera con el mando en sus manos, sibilino y astuto, puso en marcha toda su maquinaria de cincuenta años de arteros golpes y engaños, para permitir que todo siguiera igual. Incluso, la usaba contra sus propios conmilitones de partido y con sus ardides divinas procuró proteger a todos los grandísimos banqueros ladrones que habían provocado la más espantosa crisis financiera del siglo XX en Venezuela.  En fondo se sentían aludidos por las acusaciones desatadas contra el Puntofijismo, por lo que tanto él como Eduardo Fernández lo que procuraban hacer era enturbiar las aguas para acabar salvando a CAP, porque salvándolo salvaguardaban sus propios intereses y sus propios proyecto e intereses.
 
Don Rafael Caldera, claro, no podía estar explicando su plan magistral a sus viejos conmilitones, y fue moviéndose por todas partes con la espada de la redención en plazas, calles y mercados. Mucha gente estaba asustada, pues como había capitalizado las simpatías de los enemigos al sistema que eran la inmensa mayoría, bajo cuerda comenzó a reunirse con algunos bastardos de la banca, con militares de derecha que habían sido desechados por CAP y les hizo saber que todo iba a volver a su antiguo cauce, pero que tuvieran paciencia, que le dejaran a él jugar sus cartas.
 
“Vueltas a las aguas a la calma”, en creyendo que habían “recuperado el sistema”, salvando a las eternas lacras de los partidos, abierto de nuevo el campo para las elecciones presidenciales, don Rafael Caldera creyó haber inhabilitado a Chávez, haberlo arrinconado, haberlo dejado sin banderas y sin empuje popular. Llegó a creer que del modo más asombroso la nación estaba volviendo de nuevo al pantano de su pertinaces sofocos y frustraciones. Hasta tal punto que una mafia de dueños de periódicos y de televisión comenzaron a prepararle el regreso a CAP. Caldera en esa hora, había hecho el milagro que nadie pudo imaginarse: el de desagraviar históricamente a CAP, hacer que CAP volviera a la política como un héroe, como un dios y salvador del país que había arruinado y escarnecido. 
Chávez tuvo que aprender una manera diferente, audaz y novedosa de hacer política; él estaba aprendiendo de su fracasó. Puso su o{ido en el corazón del pueblo, sobre todo a confiar en sí mismo, como supo en su momento hacerlo, nuestro gran Simón Bolívar. 
 


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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