Yo soy y he sido mil veces más “sapo” que Eva Golinger, y juro que moriré “sapo”

Ahora resulta que si tú adviertes sobre las actividades terroristas de una cuerda de hijos de la grandísima…, de unos bandidos que han matado con sus insólitas y reiteradas mentiras, montando un sangriento golpe de Estado; que no se cansan de perturbar a la Nación con sus calumnias, inventos y sabotajes contra nuestro Presidente y sus grandiosos proyectos de liberación nacional, ahora resulta, digo, que acabas tú siendo un sapo. Y la Asamblea Nacional se mete el rabo entre las piernas, y aprueba indirectamente lo que dicen contra Eva Golinger y contra Mario Silva cerdos infinitos como el Pettkof, el Roland Carreño y el Nelson Bocaranda.

Yo jamás me cansaré de ser “sapo” en este trabajo diario que hago para Aporrea, denunciando la farsa diaria que contra Venezuela montan Patricia Poleo y su combo. Yo he sido el más grande “sapo” que ha parido esta tierra denunciando a Luis Miquilena, a Teodoro Petkoff (por cierto que a Argenis Rodríguez Petkoff lo llamó sapo cuando publicó su libro “Escrito con Odio” en el que precisamente Argenis decía que Petkof trabajaba para la CIA), a Ravel, Poleo, a Bobolongo, Marcel Granier, Gustavo Cisneros, Baltazar Porras,… etc. Yo estoy terminando un Diccionario de Farsante venezolanos por el que me coronaré en el más grande “sapo”, jamás conocido en los anales de todos los pueblos. A mucha honra. Yo, Eva, te admiro, sigo tus pasos y quisiera además vivir revisando los papeles que tienes. “Sapos” como tú han sido Richard J. Barnet, Frances Stonor Sauder y Francisco Pividal, José Rafael Pocaterra, Rufino Blanco Bombona, entre muchos otros.

Ahora ocurre lo más surrealista que sea posible imaginar, la CIA no es sapa en absoluto. La CIA debe ser motivo de risa y de chanza para Globovisión. Y entonces al mismo tiempo los que urdieron el complot contra Danilo Anderson son valientes defensores de los derechos humanos parecidos a los que Mc Carthy perseguía con saña. El Matacuras, que todos los días se ríe de manera sanguinolenta de nuestro país, y que suspira porque los yanquis nos lancen un escupitajo y nos pulvericen (como los mismos escuálidos locos proclaman y se vanaglorian de sostener), no es sapo en absoluto. Tampoco son sapos Federico Alberto Ravell, Marcel Granier, el Kico ni Carla Angola. El jueves 9 de agosto por la noche pensé realmente que esta guerra tan descarada, tan puerca y violenta contra el país ya no vale la pena seguir defendiéndola simplemente desde una canal de televisión, mediante escritos y con protestas por las calles o plazas. Que si aquí entonces no hay justicia, así como ellos actúan, tendremos nosotros que buscar nuestras propias respuestas y salidas. Si aquí no existe CONATEL, si aquí la Asamblea Nacional increíblemente escabulle el bulto diciendo que lo que sostiene Eva es “flaco”; si aquí la Fiscalía sigue dando tumbos fantasiosos, aburridos y lerdos, con sólo declaraciones de buena voluntad contra el crimen; si aquí los jueces no conocen ni quieren reconocer su verdadero trabajo que debe ser el de impedir la impunidad, entonces definitivamente estamos llevando al país hacia el abismo que fue conducido en los días previos al golpe del 11-A y del paro petrolero de finales del 2002. Y de aquí al estallido de un fleco demencial, a una guerra civil, media menos que un paso. Me gustaría a veces no vivir entre estas dos malditas aguas de una indefinible decencia cívica y de un supuesto respeto a criminales que día tras día te están abofeteando y apuñaleándote sin compasión. Más limpio me parece sinceramente coger el monte, y no vivir aquí chapoteando en el barro, en las que nos viven manchando nuestras luchas ciertos cobardes que se dicen marxistas, muy buenos para mover la lengua en letárgicos discursos y que ocupan curules que no merecen. Qué bueno Dios mío, son para ponderar sobre lo bueno y lo justo, sobre la lucha de clases, sobre el dolor de proletariado, sobre la igual y la lucha contra el imperialismo, pero cuando entonces deben mostrar valor y justificar sus puestos revolucionarios entonces se tranzan con los asesinos dueños de los medios que sin pausa y sin compasión hacen lo imposible por destruir nuestras esperanzas, de impedir que logremos la paz, la justicia social, el progreso de nuestro pueblo. Como me gustaría que en esa AN estuviera un hombre como Couthon que cuando presentaba la ley de Prairial dijo: “Con los enemigos de la revolución no se debe perder más tiempo que el de reconocerles. Lo que se trata es de aniquilarles. La indulgencia con ellos es atroz, la clemencia es parricida. El que quiere subordinar la salvación pública a las invenciones de los jurisconsultos y a las fórmulas de palacio es un imbécil o un malvado”.

Realmente el pueblo no merece esta actual Asamblea Nacional: lánguida, abúlica, gris y sin punch, sin capacidad humana y revolucionaria para colocar como protagonista principal de todo este proceso al pueblo. No serán todos los diputados, pero la imagen que recibimos es esa: divagación, inercia, fatiga, vejez. Se conforma con sólo discutir, cuando realmente lo que se tiene que hacer es salir de esas mamparas y pedirle al pueblo que los dirija. Acojonada esta AN, en pleno recule frente a la arremetida imperial, calla cuando llaman “sapa, sapita” a Eva, y entonces se devuelve como hace Daniel Hernández y se le exigen respeto a La Hojilla, al tiempo que en Buenas Noches se burlan de manera monstruosa, espantosa, contra todo lo que hace nuestro Presidente.

Es interesante observar que todos aquellos congresos de la década del veinte fueron inconcebiblemente ineficaces; por una parte sus legisladores siguiendo la moda revolucionaria de los jacobinos -como suele suceder con nuestros políticos de partido: siempre imitando las ideas torcidamente-, se habían convertido en una especie de beatos de las leyes; en unos jueces y detectores morales de la obra del Libertador, cuando en realidad carecían hasta de las más mínimas condiciones para conducirse como personas en medio de nuestros escuálidos pueblos. Exigían del Libertador la más irrestricta obediencia a sus leyes absurdas, los más severos sacrificios, la más ardua austeridad, entre tanto que ellos se peleaban como perros enfermos; jamás cumplían lo que aprobaban, se robaban nuestros exiguos capitales, llegaban retrasados o nunca iban a las sesiones e infeccionaban de pasiones malsanas a la juventud y a los militares resentidos. Bolívar no tenía derecho a quejarse; sus quejas eran siempre interpretadas como patadas a la constitución; como violaciones reiterativas e injuriosas a las máximas supremas de la justicia republicana y a los dones sagrados y divinos de la inmarcesible representación del pueblo soberano. La guerrita que le hacían los leguleyos a Bolívar desde los suaves y muelles cojines del gobierno y del Congreso era más terrible, angustiante y agotadora que la de mil Boves, Morales, Morillos o Calzadas. Los leguleyos lo mataron de consunción moral. La peor traba que han tenido todas nuestras revoluciones desde 1810, han sido nuestras Asambleas y Congresos. Bolívar había enviado al Congreso de Cúcuta su renuncia porque estaba de veras fastidiado con los continuos desaciertos y torpezas de nuestros legisladores. Estos señores piensan -escribía entonces el Libertador a Santander- que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque ha conquistado el pueblo de manos de los tiranos, porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede. Todo lo demás es gente que vegeta, con más o menos malignidad, con más o menos patriotismo; pero todos sin ningún otro derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política no es ciertamente la de Rousseau, al fin será necesario desenvolvería para que no nos vuelvan a perder estos señores... Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja, Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los boga del Magdalena, sobre los bandidos de Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajiros de Casanare y sobre la horda salvaje de Africa y América, que como gamos recorren las soledades de Colombia. ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía y después a la tiranía y siempre a la ruina?.. De suerte que si no son los llaneros los que completan nuestro exterminio, serán los suaves filósofos, de la legitimada Colombia. Los que se creen Licurgos, Numas, Franklines, y Camilo Torres y Roscios y Ustáriz y Roviras y otros númenes que el cielo envió a la tierra para que aceleraran su marcha a la eternidad, no para darles repúblicas como las griegas, romanas y americanas, sino para amontonar escombros de fábricas monstruosas y para edificar sobre una base gótica un edificio griego al borde de un cráter.

Qué triste que esta actual Asamblea vaya a pasar a la historia sin dejar huella.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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