Sexo, mentiras y videos

Nada parece contener a los dueños de la televisión en su guerra por el rating. Ahora un reality promueve la miseria humana y le pone precio a la intimidad. ¿Y la responsabilidad social de los medios?

Ante el chaparrón de críticas que le está cayendo a un canal privado de televisión por cuenta de emitir uno de los programas más ramplones que se tenga conocimiento y que se hace llamar ‘Nada más que la verdad’, una de las ejecutivas de la empresa salió con la siguiente perla: “Con el programa le enseñamos a la gente a valorar la verdad. En nuestra sociedad la mentira se convirtió en una realidad aceptada”.
Pues bien. Para enseñarnos a los colombianos a valorar la verdad lo primero que habría que hacer es decirla. Y lo que afirma la funcionaria de marras es una mentira del tamaño de una catedral, puesto que la verdad monda y lironda es que dicho programa sólo sirve para estimular el morbo y la miseria humana por cuenta de una suma de dinero que se les paga a quienes estén dispuestos a revelar sus más íntimos secretos a un sector del país que asiste atónito a esta feria de la chabacanería y el mal gusto.
El problema del canal no es pues la enseñanza, ni la educación, ni la cultura, ni el sano esparcimiento de los colombianos, sino su rating. Tan aceptada es la mentira en la sociedad colombiana, como dice la funcionaria del canal, que ella misma se vale de una para tratar de justificar la agresión a los televidentes. ¿Acaso piensa que sus hijos están aprendiendo a decir la verdad con semejante adefesio? ¿Estaría dispuesta a someter a su familia a ese escarnio a cambio de unos pesos? ¿Ese es el concepto de educación, entretenimiento y cultura que manejan quienes toman las decisiones en esa compañía?
Ante la controversia desatada, que ellos estimulan porque les sube la audiencia al programa, otro de los ejecutivos de la empresa, el mismo que en su momento justificó la emisión de otro bodrio con buen rating, que se llamó ‘Sin tetas no hay paraíso’, salió con el cuento de que la propuesta del programa les pareció interesante. Y les pareció interesante, no porque mejore el nivel de conocimientos y convivencia de los televidentes, sino porque les permite contar con una mayor pauta publicitaria, que a su vez se traduce en más ingresos para el canal y que serán infinitamente superiores a la plata que les pagan a los majaderos concursantes, que con tal de no morirse de hambre son capaces hasta de vender a la mamá.
Y ojalá que esa perversa idea —la de vender a la mamá— no les parezca también interesante a los señores del canal para hacer un nuevo reality, que por lo demás tampoco tendría mayor novedad a juzgar por lo que se está viendo en el mundo. En Gran Bretaña, por ejemplo, hay uno que muestra todas las noches la manera cómo se autodestruye un adicto a la heroína y a la cocaína. En Francia emiten otro en el que un enfermo terminal escoge entre varios aspirantes a quién habrá de ‘donarle’ el riñón que le salvará la vida. Todo por la plata, obviamente. Es la hora de la tele-basura. No hay nada que hacer.
El mercado internacional está inundado de realities. Hay para todos los gustos, como ocurre con el de las armas. Pero eso no significa que todas las personas puedan salir a comprar fusiles y bazucas como si se tratara de adquirir peras y manzanas. Y ello es así sencillamente porque lo malo de las armas es su mal uso. Una pistola en una vitrina es tan inofensiva como una corbata en un armario, pero con ambas, sin embargo, se puede matar a una persona.

¿Y la responsabilidad social?

Un programa como ‘Nada más que la verdad’ es nocivo cuando no se acompaña de un sano debate, o por lo menos de un panel de expertos que ponga las cosas en contexto y aporte elementos de juicio que ayuden a comprender los diversos temas que ahí se tratan, si es que ello es posible. ¿Cómo hacerle entender a un adolescente las implicaciones éticas y morales de la infidelidad, la prostitución y la drogadicción? ¿Quién les enseña que las perversiones de los participantes del programa no son conductas dignas de imitar? ¿Quién les enseña que la vida privada debe ser eso, privada, por más plata que les ofrezcan los mercaderes de la televisión?
La bajeza a la que indudablemente ha llegado el formato de los realities en todo el mundo, empezando por los países desarrollados, no debería ser el rasero sobre el cual se mida la posibilidad de replicar esos comportamientos en países como el nuestro. Las diferencias culturales, y sobre todo el grado de instrucción del televidente medio de Europa, comparado con el de América Latina y específicamente con el de Colombia, es de una diferencia abismal, circunstancia que debería ser suficiente para que los directivos de un canal de televisión decidan qué tipos de asuntos deben manejar en sus espacios de mayor audiencia. Nadie les está pidiendo que dejen de ganar dinero, la pregunta es a qué costo, pues es evidente que en los tiempos que corren la televisión no sólo educa y forma sino que también contribuye a consolidar la identidad de un país.
En este sentido programar un espacio cuyo objeto sea la publicación de las vergüenzas de cada quien, casi todas asociadas a la infidelidad, la traición y la mentira, es evidentemente nocivo para la formación cultural del televidente medio colombiano. Porque es claro que lo que el canal busca no es que se sepan las verdades bondadosas ocultas, que también existen, sino que se sepan las miserias humanas.
La responsabilidad social de una empresa de comunicación va mucho más allá de patrocinar ocasionalmente la consecución de fondos para la adquisición de una prótesis para un minusválido, o una casa para los damnificados del invierno. Esa responsabilidad en una empresa de comunicaciones propietaria de un medio masivo audiovisual es básicamente la de fomentar valores y criterios en la población.
Y frente a la pregunta —que no faltará— acerca de cuáles son los valores a los que me refiero, la respuesta es obvia: los de la democracia, que son los que garantiza la Constitución Política de 1991, que establece la libertad de expresión y la explotación del espectro electromagnético, que es propiedad de la Nación y que por tanto los efectos de su uso nos afecta a todos los colombianos. Lástima, eso sí, que la Comisión Nacional de Televisión valga tanto como un cero a la izquierda.
Preguntas pendientes: No son suficientes las explicaciones del Ministro de Defensa, desmentido oportuna y categóricamente por Juan Gossaín, sobre los teléfonos chuzados por la Dirección de Inteligencia de la Policía. Ya se sabía que descargarían la culpa en un mando inferior, esta vez en una sargento, dizque porque estaba furiosa por el despido de un hermano. Es obvio que ella carece de los medios y el poder para interceptar y filtrar a los medios. De manera que las preguntas siguen siendo válidas, Ministro: ¿Quién o quiénes ordenaron las interceptaciones telefónicas? ¿Con qué fin? ¿A quién le reportan?

oscarmontes65@yahoo.es


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Óscar Montes

Dirigente de los Círculos Bolivarianos, comunicador alternativo, Director del periódico La Voz del Valle

 lavozdelvalle2@yahoo.es

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