Como en “Matar un ruiseñor”,
en Colombia y en España hay personajes públicos, amparados por su
pertenencia a las, supuestas, diferentes esferas de poder de las que
hablaba Montesquieu que actúan sin prejuicio y sin moral alguna a la
hora de elegir a sus víctimas. Da igual que se sea, como Remedios, una
cooperante preocupada por la paz con justicia social, o un
sindicalista, como Guillermo Rivera, el penúltimo muerto por defender a
los trabajadores. A fin de cuentas, ellos son como los negros que
retrata esa película, gente a la que no hay que creer puesto que su
palabra no vale nada comparada con la de un prohombre defensor de la
religión, la ley y el orden. Ya lo dice quien acusa: “lo hizo, sólo sé
que lo hizo”, y el testimonio acusatorio de una computadora milagrosa
hace que el populacho sea víctima de su propia y cruel pobreza e
ignorancia.
Como en “Matar un ruiseñor”, aquí el juez que ha
encausado a Remedios tiene una imagen impoluta, intachable puesto que
fue el hombre que se atrevió a procesar a Pinochet. Ese caso sirvió
para lavar su imagen de censor, puesto que dicho juez fue quien
cerró el diario Egin, y quien se caracteriza por ser un pésimo
instructor de causas. Pero es el tipo de juez que nunca, jamás, acaso,
ni se atrevería a iniciar causa alguna contra cualquier diario, español
o colombiano, de los que hacen constante apología del golpismo en
Venezuela o alientan el racismo en Bolivia. Esto es libertad de prensa,
por supuesto. Faltaría más.
Como en “Matar un ruiseñor” la
policía aparece como la simple cumplidora de la ley aunque las pruebas
se hayan conseguido al margen de la ley que dice defender y con muertos
a quienes se remató para que quedasen bien muertos, aplicando la tan
conocida ley de fugas, no fuese a ser que contasen la verdad. Por eso
persiguen a las guerrilleras que sobrevivieron y a la estudiante
mexicana. Porque, como decía un viejo pensador, “la verdad es
revolucionaria”. Y ya se sabe que la revolución es peligrosa para el
sistema que con tanto ardor y dedicación defienden políticos, jueces y
policías de países como España o Colombia.
Como en “Matar un
ruiseñor” a Remedios ya la han linchado mediáticamente quienes
defienden una supuesta objetividad e independencia informativa, la han
marcado con el hierro candente con el que los esclavistas identificaban
a los negros que eran de su propiedad y luego iban a misa y hacían
generosas dádivas para los pobres como buenos amantes de la ley, la
religión y el orden. De eso saben mucho los españoles que se lucraron
con el comercio de esclavos en países como Cuba, por ejemplo, y
criollos que se mantuvieron en el poder en Colombia luego de la
independencia de la metrópoli.
En el tráfico de esclavos y
explotación de los trabajadores está el origen de las fortunas y de los
emporios comerciales de quienes reclaman la restitución de sus
propiedades en Cuba esperando el momento del fin de la Revolución o
quienes controlan Colombia –no en vano cuando se abolió la esclavitud
los terratenientes que tenían esclavos fueron indemnizados por el
Estado ya independiente- y siempre se han opuesto a cualquier medida de
paz que incluyese reformas estructurales en la política económica.
Porque eso, y no otra cosa, era lo que reclamaban las FARC en los
diálogos del Caguán. ¿O hace falta recordar lo que se publicó entonces
y se dijo por parte de esta gente y su frente mediático? ¿Hace falta
recordar a diarios claramente exponentes de los intereses oligárquicos
colombianos como “El Tiempo” o revistas como “Semana” lo que publicaban
esos días y cómo se hacían eco del rechazo, que alentaban, a las
conversaciones de paz por parte del “sector empresarial colombiano”?
Remedios estaba allí, y muchos otros que, tal vez de forma cándida,
apostábamos por la paz con justicia social.
El comportamiento
de los nuevos esclavistas, de cuerpos y mentes, es muy similar al de
sus antepasados. Ellos siguen basando su fortuna en el trabajo de
esclavos (más horas semanales, aumento de la edad de jubilación, nada
de sindicación combativa y sí esa parodia de sindicato dócil con el
patrón al estilo de los capataces de los ingenios y esclavos de
confianza de las haciendas, pérdida de conquistas sociales adquiridas a
base de lucha, sangre y latigazos) y siguen calmando su conciencia con
las dádivas que hoy dan a través de Fundaciones y Organizaciones No
Gubernamentales. Atender al pobre, no atender a las causas que generan
la pobreza, como si la pobreza y la miseria no fuesen generadas por un
sistema económico concreto.
Por eso hay que ser críticos sin
pausa con quien habla de paz en su vertiente negativa, es decir, paz
igual a ausencia de conflicto. Por eso hay que repetir hasta la
saciedad que ese concepto de paz negativa no nos interesa, sino el de
la vertiente positiva: paz igual a resolución de las causas que generan
los conflictos. La paz en Palestina es el reconocimiento de los
derechos nacionales de un pueblo a quien se le vienen negando desde
hace 60 años. Por eso en Palestina hay organizaciones armadas. La paz
en India es cambiar un sistema económico que arroja a la miseria a 750
millones de personas mientras una minoría ve las películas de
Bollywood, emigra a Occidente y negocia acuerdos nucleares. Por eso en
India hay organizaciones armadas. La paz en Colombia es iniciar la
reformulación de la política económica y su consecuencia más inmediata:
una mejor distribución de la riqueza y la finalización de la injusticia
social. Por eso en Colombia hay organizaciones armadas. La paz en otras
partes del mundo pasa por el reconocimiento del derecho a la
autodeterminación de los pueblos.
Como en “Matar un ruiseñor” a
Remedios la han matado mediáticamente (y a Guillermo físicamente),
todos y cada uno de quienes están interviniendo en esta película que
rueda el juez español Baltasar Garzón con el guión que le llega desde
Colombia y que, publicado a modo de folletón por los periódicos y
emitido a modo de serial por las radios y/o televisiones, evita que la
población se haga preguntas sobre por qué se detiene a una mujer por el
simple hecho de cartearse con alguien, sea guerrillero o no, o por qué
las FARC son malas y por qué el gobierno colombiano, arropado por su
homólogo español, es bueno matando (sí, matando) a sindicalistas,
luchadores sociales, periodistas y dirigentes políticos año tras año.
Nosotros
somos como los niños de la película “Matar un ruiseñor”. Hemos
intentado ver el mundo con otros ojos y hemos perdido de golpe nuestra
inocencia. Como dice la niña protagonista de “Matar un ruiseñor”, no se
conoce realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y
has caminado con ellos. Yo he llevado los zapatos de Remedios y he
caminado con ellos los mismos caminos en México, en Irak, en Colombia,
en Cuba, en …
Y como en la película, matar a un ruiseñor es
algo que no se permite porque es un ave buena que no hace daño a nadie:
“no hace otra cosa que cantar [escribir] para regalarnos el oído [la
mente], no picotea los sembrados [no roba], no entra en los graneros a
comerse el trigo [aunque tenga hambre]; no hace más que cantar con
todas sus fuerzas para alegrarnos [el fin de la injusticia social]”.