I.- El tiempo detenido
Vivimos en una época que se pretende de alta velocidad, pero que ha detenido su pensamiento. Todo fluye, pero nada cambia. En lugar de avanzar hacia formas más lúcidas y libres de vida, el individuo occidental permanece atrapado en los mismos pilares de sentido que sostienen, desde hace siglos, un edificio agrietado. Se multiplican las tecnologías, pero no las comprensiones. Se acumulan las opiniones, pero no la sabiduría. La eternidad —que no es duración, sino inteligencia total— ha sido sustituida por la ansiedad de la duración. Y la muerte —la más lúcida de las ideas— ha sido secuestrada por un poder médico que, lejos de cuidar, administra obediencias.
II.- Tres rupturas necesarias
Hay momentos en que el pensamiento necesita desobedecer. No para escandalizar, sino para no traicionarse. Quizá, como en tiempos de Spinoza, ha llegado el momento de ejercer una herejía racional. Esa herejía exige tres rupturas:
– La primera, con la superstición clínica que prohíbe al individuo el derecho a morir cuando desee.
– La segunda, con la idea de Dios como ser externo, castigador o salvador. Dios, si algo significa aún la palabra, no es otro que la Naturaleza en su totalidad.
– La tercera, con la noción infantil de eternidad como prolongación de la vida para siempre. Comprender el Todo es más que durar: es vivir en la inteligencia de lo real.
Estas tres rupturas tienen algo en común: disuelven el poder simbólico que infantiliza al ser humano. Lo devuelven a su posibilidad de vivir sin mentiras.
III.- Los dos pilares del mercado
El orden actual no es simplemente económico. Es un sistema que fabrica sujetos adaptados. Su eficacia es extrema porque sus habilidades no se notan. Las dos principales son la comodidad infinita y la supresión de la distancia. El sujeto contemporáneo vive rodeado de todo: objetos, servicios, estímulos. No le falta nada, salvo sentido. Todo está cerca, pero él está lejos de sí mismo. El Mercado ha logrado lo que ni la religión ni los imperios lograron jamás: una forma de servidumbre voluntaria que se siente libre.
IV. ¿Cambio de paradigma?
Sí, ha llegado la hora. Pero no vendrá desde arriba. No hay política posible sin filosofía previa. No hay ética sin desacato. El individuo satisfecho de hoy —que se define por lo que posee, lo que opina y lo que exhibe— es el producto más perfecto del sistema. Romper con él no será una obra colectiva, sino una suma de decisiones solitarias. Decisiones que recuperen el derecho a morir, el deber de pensar y el valor de comprender. Eso —y no el consumo o la longevidad— es lo que nos hace humanos.
V.- La nueva disidencia
Quedan pocos caminos, pero uno basta: pensar contra el tiempo, vivir contra el mercado y morir cuando uno lo decida. Cuando se descubre el engaño, es una forma de lucidez.