O hacen como que no lo sienten, y entonces son unos hipócritas

—Un pedante que vio a Solón llorar la muerte de un hijo, le dijo: "¿Para qué lloras así, si eso de nada sirve?" Y el sabio le respondió: "Por eso precisamente, porque no sirve." Claro está que el llorar sirve de algo, aunque no sea más que de desahogo; pero bien se ve el profundo sentido de la respuesta de Solón al impertinente. Y estoy convencido de que resolveríamos muchas cosas si, saliendo todos a la calle, y poniendo a luz nuestras penas, que acaso resultasen una sola pena común, nos pusiéramos en común a llorarlas y a dar gritos al Cielo y a llamar a Dios. Aunque no nos oyese, que sí nos oiría. Lo más santo de un templo es que es el lugar a que se va a llorar en común. Un "Miserere", cantado en común por una muchedumbre azotada del Destino, vale tanto como una filosofía. No basta curar la peste, hay que saber llorarla. ¡Sí, hay que saber llorar! Y acaso ésta es la sabiduría suprema. ¿Para qué? Preguntádselo a Solón.

Después del fracaso de las revoluciones, todas las organizaciones de partido y todos los medios de información de partido de las clases trabajadoras fueron destruidos por la fuerza bruta. Los más avanzados de entre los hijos del trabajo huyeron desesperados, y los sueños efímeros de emancipación se desvanecieron ante una época de fiebre industrial, de marasmo moral y de reacción política. Debido en parte a la diplomacia del gobierno, que obraba a la razón, guiada por un espíritu de solidaridad, la derrota de la clase obrera esparció bien pronto sus contagiosos efectos por toda Nuestramerica. La derrota de sus hermanos llevó el abatimiento a las filas de la clase obrera y quebrantó su fe en la propia causa, por otro lado, devolvió al señor de la tierra y al señor del dinero la confianza un tanto quebrantada. Estos retiraron insolentemente las concesiones que habían anunciado con tanto alarde. Así, pues, si no había habido solidaridad de acción entre la clase obrera de Nuestramerica, había en todo caso entre ellos solidaridad de derrota.

Al mismo tiempo, limitado estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los trabajadores, no podrá detener jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio, ni emancipar a las masas ni aliviar siquiera un poco la carga de sus miserias. Este es, quizá, el verdadero motivo que ha decidido a algunos aristócratas bien intencionados, a filantrópicos charlatanes burgueses y hasta a economistas agudos, a colmar de repente de elogios nauseabundos al sistema de trabajo, que en vano habían tratado de sofocar en germen, ridiculizándolo como una utopía de soñadores o estigmatizándolo como un sacrilegio socialista. Para emancipar a las masas trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los obstáculos posibles.

La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados.

En tiempos antiguos, el asesinato de un niño era un rito misterioso de la religión de Moloch, pero se practicaba sólo en ocasiones solemnísimas, una vez al año quizá, y por otra parte, Moloch no tenía inclinación exclusiva por los hijos de los pobres. Esta lucha por la limitación legal de la jornada de trabajo se hizo aún más furiosa, porque —dejando a un lado la alarma de los avaros— de lo que se trataba era de decidir la gran disputa entre la dominación ciega ejercida por las leyes de la oferta y la demanda, contenido de la Economía política burguesa, y la producción social controlada por la previsión social, contenido de la Economía política de la clase obrera. Por eso, la ley de la jornada de ocho horas no fue tan sólo un gran triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio; por primera vez la Economía política de la burguesía había sido derrotada en pleno día por la Economía de la clase obrera.

—La moral vilipendiada y de ruina intelectual ha sido producida por ese "embriagador aumento de riqueza y de poder, restringido exclusivamente a las clases poseyentes.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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