FMI: como un funcionario de prisiones para doblegar la voluntad de sus presos

El FMI suele ser descrito como un títere del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, pero rara vez han sido tan visibles los hilos que lo mueven como lo fueron durante aquellas negociaciones. Para asegurarse de que los intereses de las empresas estadounidenses quedaban protegidos en los acuerdos finales, David Lipton, subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro estadounidense (y antiguo colaborador y socio de Sachs en el programa de terapia de shock de Polonia) voló hasta Corea del Sur y se alojó en el Hilton de Seúl (el hotel donde se estaban desarrollando las negociaciones entre el FMI y el gobierno coreano). La presencia de Lipton fue, según Paul Blustein, del Washington Post, ‘una manifestación visible de la influencia que Estados Unidos ejerce sobre la política del FMI".

El FMI, que había provocado un alza desmesurada de precios (un 300%) luego, una "guerra fiscal" contra un plan para compensar el déficit presupuestario mediante un impuesto que repercutía especialmente en las clases pobres trabajadoras. Los regímenes que impusieron privatizaciones masivas de forma "pacífica y democrática" sin necesidad de golpes de Estado.

El primer estadio de ese proceso era despojarlos de todo rastro del "proteccionismo en materia de comercio en inversiones y el intervencionismo estatal activo que habían constituido los ingredientes fundamental del ‘milagro asiático’, según lo definió el politólogo Walden Bello. El FMI también exigió que los gobiernos afectados efectuaran drásticos recortes presupuestarios, con los consiguientes despidos masivos de empleados del sector público en países donde la proporción de personas que se quitaban la vida alcanzaba ya cifras récord. El FMI había llegado ya a la conclusión de que la crisis no tenía nada que ver con un exceso de gasto público. Aun así, él utilizó la extraordinaria influencia que la crisis brindaba al Fondo para extraer aquellas dolorosas medidas de austeridad. Tal como un periodista del New York Times escribió por aquel entonces, las acciones del FMI fueron "como las de un cirujano cardiólogo que, en plena intervención a corazón a corazón abierto, decide operar también los pulmones y los riñones"

El FMI llegó incluso a fijar unos objetivos determinados en términos de trabajadores despedidos: para obtener el préstamo, el sector bancario tendría que deshacerse del 50% de su plantilla de empleados. Esta exigencia era de vital interés para muchas multinacionales occidentales, que querían contar con garantías de que podrían reducir radicalmente las plantillas de las compañías. Por entonces, se habían movilizado contra una nueva propuesta de ley laboral que pretendía reducir la seguridad de los puestos de trabajo y habían convocado la serie más numerosa y radical de huelgas jamás organizada en la historia. Pero, gracias a la crisis, las reglas del juego habían cambiado. La depresión económica fue tan extrema que dio a los gobiernos licencia para proclamar estados de excepción provisionales que les permitieron ejercer durante un tiempo como gobiernos autoritario; aquello no duró mucho, sólo lo suficiente para imponer los decretos dictados por el FMI.

Así que, en un extraordinario acto de interferencia en el proceso político de una nación soberana, el FMI se negó a hacer entrega de dinero alguno hasta que no contara con el compromiso de respetaría las normas acordadas. El país estaba secuestrado y su captor pedías un rescate, así que el Fondo no le costó mucho salirse con la suya. Nunca antes se había hecho tan explícita la misión central de la Escuela de Chicago consistente en resguardar los asuntos económicos del alcance de la democracia; a los países se les dijo que podían acudir a las urnas, pero que su voto no tendría incidencia alguna en la gestión y la organización de la economía. (El día en que se firmó el acuerdo fue inmediatamente bautizado como el "Día de la Humillación Nacional".

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Manuel Taibo


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