Las mentiras de los desquiciados

Vivimos tiempos extraños en que, da la impresión, hasta a los cuerdos y a los razonables les patina el sentido común al no seguir en la política las pautas más elementales de la oratoria y del comportamiento. Desde luego España cuya sociedad demanda un análisis pormenorizado y concienzudo desde todos los puntos de vista, pero especialmente el sociológico y antropológico, es un país muy difícil de interpretar. Pues salvo que recurramos al reduccionismo de su retraso evolutivo respecto al resto de los demás países europeos, salvo retazos, no conozco ningún tratado de altura acerca del asunto. Incluso el mismo Ortega y Gasset, filósofo y ensayista de proyección universal, trata el trasunto "hispánico", al español y a la sociedad española (ésta en muchos aspectos conjuntada o compactada por la fuerza) de un modo filosófico, sin discriminar; sin dar relieve a una circunstancia determinante de su historia que es el predominio secular de una clase social a partir de la/las conquistas en el continente americano. Su filosofía engloba, pues no puede ser de otro modo la filosofía, todo el acontecer individual y social desde una perspectiva ahistórica y por supuesto en modo alguno política...

Pero me refiero ahora y aquí, a qué hacer cuando alguien dice un disparate tras otro dando muestras de desequilibrio mental buscado con malicia de propósito, para causar un determinado efecto en la política y en el electorado. Pues éste, el de la hipérbole, la exageración, la falsedad propias de las facciones que configuran el perfil de quienes, bien situados económicamente en la sociedad, están resueltos a apoderarse a cualquier precio del poder, es el caso de "ese partido político del que usted me habla..."; ese partido cuyos homólogos, por cierto, están prohibidos en los países europeos pero no en España: otra grave anomalía más.

Porque hasta ayer, cuando alguien dice un disparate, y en el ámbito político lo vocifera, no se le contesta. Y menos se responde: "eso que ustedes dicen es una falsedad". Pues con ello se les da la importancia de la que precisamente se supone se trata de despojar. Cuando un partido político se vale como recurso propagandístico de la hipérbole, de la burda exageración y de la falsedad instrumentales para provocar un impacto en la atención del electorado y sus oponentes no encuentran el modo adecuado y eficaz de responder, que son silencio y el desdén, mal asunto. Pues si quienes se apresuran a negar la mentira creen que los electores indecisos carecen de juicio crítico y su voto se pueda inclinar por quienes propalan disparates, ya podemos darnos por jodidos. Desde luego el modo de combatir a ese partido y al partido próximo colateral no es, no puede ser, negar las afirmaciones disparatadas de la propaganda de corte goebbeliano, sin menospreciar al votante indeciso pero no imbécil. Si se cree que ese electorado que duda entre votar y no votar o votar en blanco carece de juicio crítico, y no se ve otra estrategia, otro recurso dialéctico político que no sea responder que es de día a quienes vociferan que es de noche, ya nos podemos despedir de una democracia que, tarde o temprano, no sea la orgánica franquista que, contra el viento y marea que esperemos sea Europa, se han propuesto los franquistas implantar...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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