Un mercado para el terrorismo

¿Cuántos aspectos de nuestra vida son normas aprendidas sobre las que no nos preguntamos? Aún más: normas aprendidas capaces de frenar nuestra inquietud erótica ante lo novedoso, lo diferente, lo extraordinario, lo no escrito. Como explica Lakoff, siempre percibimos la realidad encuadrada. Y, fuera del cuadro, la excesiva libertad nos abruma.

El sistema capitalista se caracteriza por que los medios de producción son privados. No hace tanto tiempo, el grueso de la humanidad era dueñas de sus propios medios. La desposesión y la expropiación de tierras a gran escala crearon las bases de acumulación que iban a construir un sistema que lleva diez siglos desarrollándose, que tuvo dos siglos de auge y lleva casi otro de declive. Por si no bastaras expulsar de sus tierras a los campesinos, se hicieron leyes de pobres y vagos para obligar a todo el mundo a entregar su jornada a los dueños de los medios de producción. La esclavitud y las guerras hicieron el resto. SE entregó al cruce de la oferta con la demanda qué producir y a qué precio (cosas de las que en algún momento se había encargado la Iglesia) y las crisis regulares que sufre este sistema se explicaron como naturales o se achacaron a las interferencias del Estado. Y se fue normalizando que todo pudiera convertirse en una mercancía que genera a alguien alguna ganancia en un mundo guiado por la competencia.

El sistema lo construyó un centro y lo exportó a sangre y fuego a la periferia. Repartió algo de juego, pero se quedó con el monopolio, de las cinco joyas de la corona capitalista: el monopolio de las tecnologías (el centro ve con malos ojos que otros tengan satélites o servidores de Internet); el control del acceso a los recursos naturales en cualquier rincón del planeta (ven con malos ojos que los pueblos defiendan su agua, sus riquezas, su biodiversidad); el control del sistema financiero global (ven con malos ojos que se creen bancos del sur o formas financieras desconectadas del centro), el control de los medios de comunicación y las redes informáticas (ven con malos ojos que se creen agencias de noticias alternativas, que la red sea libre, y se les inyectan los ojos en sangre cuando los Manning, los Assange o los Snowden, descubren sus tropelías), y el monopolio de facto de las armas de destrucción masiva (no ven con buenos ojos que otros países se armen, aunque Estados Unidos corre con el 25 por ciento del presupuesto internacional de gasto armamento).

No es extraño que las grandes revueltas contra el modelo se hayan hecho en nombre de la luchas contra el imperialismo y de la superación del modelo económico: la Revolución rusa, la Revolución china, la descolonización africana y asiática, las revoluciones cubana y nicaragüense y, ya en la actualidad, los procesos de Venezuela, Ecuador o Bolivia. El sistema capitalista, recurrentemente, tensa la cuerda y sólo se ha roto cuando se ha convocado a los pueblos a construir otro modelo menos dañino. El problema es que, ese tira y afloja siempre puebla la historia de muchos cadáveres.

El marco de la democracia liberal y de la economía de mercado es el único sancionado por la academia, los partidos, los medios, las iglesias y el sentido común de la época, Fuera de él, ruina, abismo, castigo. ¿Quién va a querer subir a por los cambures? Arrancar la manguera puede ser una primera decisión. Buscar a los responsables de los experimentos, otra. Por fin, desmantelar los falsos argumentos. Dime quién te insulta y te diré quién eres. Cuando ladren, podremos decir eso de que cabalgamos. Salir de la jaula dando un sonoro portazo.

—Gringolandia creen ser los amos del mundo, ve con malos ojos qué: ¡Chávez Vive y, camina por nuestra América!

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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