La Internacional, denuncia a los aliancistas españoles

Después del Congreso de la Liga de la Paz celebrado en Berna en septiembre 1869, Fanelli, uno de los fundadores de la Alianza y miembro del Parlamento italiano, va a Madrid — provisto de recomendaciones de Bakunin para el diputado a Cortés Garrido, que le pone en relación con los elementos republicanos tanto burgueses como obreros. Poco tiempo después, en noviembre del mismo año, desde Ginebra envían a Tomás Morago, Francisco Córdoba y López –republicano aspirante a diputado, redactor de Combate, periódico burgués, y Rubaudonadeu –candidato sin suerte de Barcelona, fundador de un partido seudosocialista– una carta de afiliación a la Alianza. El conocimiento del envío de estos títulos provoca el desorden en la joven sección internacional de Madrid; el presidente, Jalvo, se retira, no quiere pertenecer más a una asociación que tolera en su seno una sociedad secreta compuesta de burgueses, dejándose conducir por ella. Ya en el Consejo Basilea, la sección española estaba representada por dos aliancistas, Farga Pellicer y Santiñón; este último figuraba en la lista oficial "como delegado de la Alianza".

Después del Congreso de la Sección española en Barcelona (julio 1870), la Alianza se constituye en Palma, Valencia, Málaga y Cádiz. En 1871, fundáronse secciones en Sevilla y Córdoba. A principios de 1871, Morago y García Viñas, delegados de la Alianza de Barcelona, propusieron a los miembros del Consejo Federal Francisco Mora, Ángel Mora, Anselmo Lorenzo, Enrique Borrell, etc., fundar una sección de la Alianza en Madrid, pero éstos se opusieron diciendo que la Alianza era una sociedad peligrosa si actuaba en secreto; inútil, si era pública. Por segunda vez, la sola mención de este nombre basta para sembrar el germen de la desunión el seno del Consejo Federal, a tal punto que Borrell pronuncia estas palabras: "Desde hoy, toda confianza ha muerto entre nosotros". Pero la persecución gubernamental obliga a los miembros del Consejo Federal a emigrar a Portugal, y entonces Morago logra convencerles de la utilidad de esta asociación secreta y, por su iniciativa, se funda la sección aliancista en Madrid.

En Lisboa, algunos portugueses miembros de la Internacional fueron afiliados a la Alianza por Morago. No obstante, encontrando que los nuevos interesados no le ofrecen suficientes garantías, funda a continuación otro grupo aliancistas compuestos de malos elementos burgueses y obreros tomados en las filas de los masones. Este nuevo grupo, del que formaba parte un cura excomulgado, Bonança, intenta organizar la Internacional por secciones de diez miembros que debían, bajo su dirección, servir los proyectos del conde de Peniche, que con esta intriga política logra arrastrar a una barrabasada cuyo único propósito era el de alcanzar el poder. En presencia de las intrigas aliancistas en Portugal y España, los internacionalistas portugueses retiráronse de esta sociedad secreta y, en el Congreso de La Haya, como una medida de salud pública, han reclamado su expulsión de la Internacional.

En la Conferencia de Valencia (septiembre 1871) los delegados aliancistas, como siempre, delegados de la Internacional, dieron a su sociedad secreta una organización completa para la Península Ibérica. La mayoría de entre ellos creía que el programa de la Alianza era idéntico al de la Internacional; que esta organización secreta existía en todas partes y que era casi un deber entrar en ella; que la Alianza tendía a desenvolver y no a dominar a la Internacional y decide que todos los miembros del Consejo Federal deberían ser iniciados. Tan pronto como Morago, que no había osado hasta entonces entrar en España, tuvo conocimiento de este hecho, viene rápidamente a Madrid y acusa a Mora "de querer subordinar la Alianza a la Internacional", lo que era contrario a los objetivos de la Alianza. Y para dar toda autoridad a su opinión hace leer a Mesa, en el mes de enero siguiente, una carta de Bakunin en la cual éste desarrollaba un plan maquiavélico de dominación sobre la clase obrera. Ese plan era el siguiente:

"La Alianza debe existir en apariencia en la Internacional, más, realmente, a una cierta distancia de ella para observarla mejor y dirigirla. Por esta razón, los miembros que pertenezcan a los consejos y comités de secciones internacionales deben ser siempre minoría en las secciones de la Alianza." (Declaración de José Mesa, de fecha 1º septiembre 1872, dirigida al Congreso de La Haya.)

En una reunión de la Alianza, Morago acusa a Mora de haber traicionado la sociedad de Bakunin por la "iniciación" de todos los miembros del Consejo Federal, por lo que les da la mayoría en la sección de la Alianza y establece de hecho la dominación de la Internacional sobre la Alianza. Para impedir esta dominación, las instrucciones secretas indicaban que solamente uno o dos aliancistas debían deslizarse en los consejos o comités de la Internacional para conducirlos bajo la dirección y con el apoyo de la Alianza, donde se tomarían por anticipado todas las resoluciones que debería adoptar la Internacional. Desde este momento, Morago declara la guerra al Consejo Federal y, como en Portugal, funda una nueva sección aliancista que es desconocida de los sospechosos. Los "iniciados" de los diferentes puntos de España le secundaron y empezaron a acusar al Consejo Federal de descuidar sus deberes aliancistas, como lo prueba una circular de la sección valenciana de la Alianza (30 de enero de 1872) firmada por Damon, seudónimo del aliancista Montoro.

Cuando la circular de Sonvillier llega, la Alianza española se guarda bien de tomar posición por la Federación del Jura. Inclusive la sección de Barcelona, en una carta oficial del 14 de noviembre de 1871, trata muy ásperamente y de una manera completamente herética al Papa Miguel, que ella sospecha en rivalidad personal contra Carlos Marx. El Consejo Federal, unido a esta carta, muestra la poca influencia que entonces tenía sobre España el centro de Suiza. Pero bien pronto se pudo apreciar que la gracia tocaba a los corazones recalcitrantes. En una reunión de la Federación internacional de Madrid (7 de enero de 1872) en la que se discutía la circular de Sonvillier, el nuevo grupo dirigido por Morago impide la lectura de la contracircular de la Federal romana y ahoga la discusión. El 24 de febrero, Rafar (seudónimo del aliancista Rafael Farga) escribe a la sección aliancista de Madrid: "Hace falta matar las influencias reaccionarias y las tendencias autoritarias del Consejo General." A pesar de todo, solamente en Palma de Mallorca la Alianza puede arrancar a los internacionales una adhesión pública a la circular del Jura. Se ve que la disciplina eclesiástica comenzaba a romper las últimas resistencias a la infalibilidad del Papa.

En presencia de todo este trabajo subterráneo, el Consejo Federal español comprende que es una necesidad urgente desligarse de la Alianza. Las persecuciones del Gobierno le facilitan el pretexto. Para prever el caso de que disolvieran la Internacional, propone formar grupos secretos "Defensores de la Internacional" en los cuales deberían fundirse insensiblemente las secciones de la Alianza. La introducción de numerosos miembros debía fatalmente modificar su carácter, y las diferencias desaparecerían definitivamente con estos grupos el día en que cesase la persecución. Pero la Alianza adivina el propósito que esconde este plan y lo hace fracasar, no obstante que esta organización es necesaria, pues la existencia de la Internacional en España habría estado comprometida si el Gobierno hubiese cumplido sus amenazas.

La Alianza, por el contrario, propone que "si nos ponen fuera de la ley será útil dar a la Internacional una forma exterior que pueda ser admitida por el Gobierno y que los consejos locales fuesen como los núcleos secretos que, influidos por la Alianza, imprimirían a las secciones una marcha completamente revolucionaria". (Circular de la Sección de la Alianza de Sevilla, 25 octubre 1871.)

Cobarde en la acción, audaz en la frase, he ahí toda la Alianza en España como por todas partes. La resolución de la Conferencia de Londres sobre la política de la clase obrera obliga a la Alianza a ponerse en hostilidad abierta con la Internacional y da al Consejo Federal la ocasión de comprobar su perfecta armonía con la gran mayoría de los internacionales; le sugiere, además, la idea de constituir en España un gran partido obrero. Para llegar a este fin hace falta, primero, aislar completamente a la clase obrera de todos los partidos burgueses, sobre todo del partido republicano, que reclutaba entre los obreros la masa de sus votantes y de sus combatientes. El Consejo Federal aconseja la abstención en todas las elecciones de diputados, lo mismo monárquicos como republicanos.

Para quitar al pueblo toda ilusión sobre la fraseología seudosocialista de los republicanos, los redactores de La Emancipación, que eran al mismo tiempo los miembros del Consejo Federal, dirigieron a los representantes del partido republicano federal reunidos en Congreso en Madrid una carta en la cual les pedían medidas prácticas y les emplazaban a declararse sobre el programa de la Internacional. Esto fue infligir un golpe terrible al partido republicano; la Alianza se encargaba de atenuarlo porque ella, al contrario, estaba ligada con los republicanos. En Madrid funda un periódico, El Condenado, que, por programa, tomaba las tres virtudes cardinales de la Alianza: ateísmo, anarquismo, colectivismo, a la vez que rogaba a los obreros no pedir una disminución de las horas de trabajo. Al lado del "hermano" Morago escribía Estébanez, uno de los tres miembros del Comité director del partido republicano, últimamente gobernador de Madrid y ministro de la Guerra. En Málaga, Pino, miembro de la Comisión federal de la seudo-internacional; en Madrid, Felipe Martín, actualmente agente viajante de la Alianza, servían al partido republicano como agentes electorales. Y, para tener también su Fanelli en las Cortes españolas, la Alianza propone presentar la candidatura de Morago.

La Alianza tenía ya dos agravios imperdonables contra el Consejo Federal: 1º, haberse abstenido en la cuestión del Jura; 2º, haber atentado a su integridad; después estaba también la actitud del Consejo cerca del partido republicano, la cual descubría todos sus planes. La carta del Consejo republicano fue recibida como una declaración de guerra.

La Igualdad, el órgano más influyente del partido republicano, ataca violentamente a los redactores de La Emancipación y les acusa de estar vendidos a Sagasta. El Condenado alimenta esta infamia con su silencio obstinado. La alianza hace más aún por el partido republicano. AQ causa de esa carta, hace expulsar de la Federación Internacional de Madrid que ella domina a los redactores de La Emancipación. A pesar de las persecuciones gubernamentales, el Consejo Federal, durante una gestión de seis meses, después de la Conferencia de Valencia, había aumentado el número de federaciones locales de 13 a 70; en 100 localidades había preparado federaciones locales, organizado ocho sociedades de oficio en sociedades de resistencia nacionales; bajo sus auspicios se había formado la gran asociación de los obreros manufactureros de Cataluña. Estos servicios rendidos habían dado a los miembros del Consejo una tal influencia moral que Bakunin sentía la necesidad de remitir a Mora, el secretario general del Consejo, con fecha 4 de febrero de 1872, por vía de saludo, una larga admonición fraternal.

El Congreso de Zaragoza (4-11 de abril 1872), a pesar de los esfuerzos de la Alianza representada por lo menos por doce delegados, anula la expulsión y nombra a dos de los expulsados para el nuevo Consejo Federal, no obstante su negativa reiterada a aceptar ninguna candidatura.

En el Congreso de Zaragoza, como siempre, se desarrollaron al mismo tiempo los conciliábulos secretos de la Alianza. Los miembros del Consejo Federal propusieron disolverla. La proposición, para no ser rechazada, fue esquivada. Dos meses después, el 2 de junio, esos mismos ciudadanos, en calidad de directores de la Alianza española y en nombre de la Alianza de Madrid, enviaban a otras secciones una circular donde renovaban su proposición en la que daban la razón siguiente:

"La Alianza ha desviado su camino, que, según nuestros puntos de vista, debió seguir en nuestra región; ha falseado el pensamiento que le había dado nacimiento, y en lugar de ser una parte integrante de nuestra gran asociación, un elemento activo que dé impulso a las diferentes organizaciones de la Internacional, ayudándoles y favoreciéndoles en su desenvolvimiento, se ha separado completamente del conjunto de la Asociación, llegando a ser un organismo aparte, por así decir, superior y con tendencias dominadoras, introduciendo por la desconfianza la discordia y la división en nuestro seno.

"En Zaragoza, en lugar de aportar soluciones e ideas, al contrario, aportó inconvenientes y obstáculos a los importantes trabajos del Congreso."

De todas las secciones de la Alianza española, sólo la de Cádiz respondió anunciando su disolución. Al día siguiente mismo la Alianza expulsa de nuevo a la Federación Internacional de Madrid, los firmantes de la circular del 2 de junio. Toma por pretexto un artículo de La Emancipación del 1º de junio donde se pedía una información "sobre el origen de las fortunas de los ministros, generales, magistrados, funcionarios públicos, alcaldes, etc., y de todos los hombres políticos que, no habiendo ejercicio funciones públicas, han vivido a la sombra de los gobiernos, prestándoles su apoyo en las Cortes y cubriendo sus iniquidades bajo la máscara de una falsa oposición y por lo cual sus bienes deben ser confiscados como primera medida el día siguiente de una revolución".

La Alianza, que veía un ataque directo contra sus amigos del partido republicano, acusa a los redactores de La Emancipación de haber traicionado la causa del proletariado bajo el pretexto de que, pidiendo la confiscación de los bienes de los ladrones del Estado, reconocen implícitamente la propiedad individual. Nada muestra mejor el espíritu reaccionario que esconde bajo su charlatanismo revolucionario la Alianza y que quiere inyectar en el seno de la clase obrera. Y nada prueba mejor la mala fe de los aliancistas que la expulsión, como defensores de la propiedad individual, de los mismos hombres que ellos anatematizan a causa de sus ideas comunistas.

Esta nueva expulsión se produjo violando los reglamentos vigentes que prescriben la formación de un jurado de honor en el cual él acusado nombra dos jurados entre siete y de cuyo fallo puede aún apelar a la Asamblea general de la Sección. En lugar de todo eso, la Alianza, para no ser molestada en su autonomía, hace decretar la expulsión en la misma sesión donde plantea la acusación. De los 130 miembros que componían la Sección, no había reunidos más que quince compañeros. Los expulsados apelaron al Comité Federal. Este Consejo, gracias a las maniobras de la Alianza, había sido transferido a Valencia. De los miembros del anterior Consejo Federal de Zaragoza, Mora no había aceptado y, poco después, Lorenzo dimitía. Desde ese momento, el Consejo Federal estaba entregado, en cuerpo y alma, a la Alianza. Así responde a la apelación de los expulsados por una declaración de incompetencia, no obstante que el estatuto y los reglamentos de la Federación española le imponían el deber de suspender, salvo apelación al próximo Congreso, toda federación local que violara los estatutos: Los expulsados se constituyeron entonces en Nueva Federación y pidieron ser reconocidos por el Consejo, que, en virtud de la autonomía de las secciones, la rechaza formalmente. La Nueva Federación de Madrid se dirige entonces al Consejo General, que la admite conforme a los artículos 11, 7 y 4, del reglamento general. El Congreso general de La Haya aprueba este acto y, por unanimidad, admite al delegado de la nueva Federación de Madrid.

La Alianza había comprendido toda la importancia de este primer movimiento de rebelión: había comprendido que si no era ahogado en du germen, la Internacional española, hasta entonces dócil, escaparía de sus manos: pondría en movimiento todos sus medios honestos y deshonestos. La Alianza empieza por la calumnia. Proclama en los periódicos, y los fija en las salas de las secciones, los nombres de los expulsados: Ángel y Francisco Mora, José Mesa, Víctor Pagés, Iglesias, Sáenz, Calleja, Pauly y Lafarge, plenos de epítetos de traidores. Mora, que por cumplir su misión de secretario general había dejado su trabajo y durante varios meses fue sostenido por su hermano cuando no había fondos para pagarle, fue acusado de haber vivido a costa de la Internacional. Mes, que para ganar su vida redacta un periódico de modas y acababa de traducir un artículo para un periódico ilustrado, fue tratado de vendido a la burguesía. Lafargue fue acusado del pecado mortal de haber sometido a las tentaciones de San Antonio, por una comida gantuesca, la débil carne de Martínez y de Montora, dos miembros del nuevo Consejo federal aliancista, como si ellos llevaran la conciencia en su panza.

No habiendo dado el fruto deseado esas medidas, pasaron a la intimidación. En Valencia, Mora fue atraído a una asechanza tendida por los miembros del Consejo Federal, que lo esperaban con bastones en la mano. Fue sacado de allí por los miembros de la Federación local, que conocían los procederes de esos señores, y afirman que fue ante argumentos tan convincentes como Lorenzo presentó su dimisión.

En Madrid organizan una tentativa tan parecida poco después sobre Iglesias. La congregación aliancista del INDICE señala La Emancipación a la reprobación de los fieles; en Cádiz, para meter un temor saludable en el alma de los pecadores, fue declarando que todo vendedor de La Emancipación sería expulsado de la Internacional como traidor. La anarquía aliancista se realiza dentro de una práctica inquisitorial.

La Alianza, según sus costumbres, se pone a la obra para que, en el Congreso de La Haya, toda la representación de la Internacional española fuera compuesta de sus miembros. Con ese propósito, el Consejo Federal pasa a las secciones una circular privada en la cual escondía cuidadosamente la existencia de la Nueva Federación de Madrid. Proponía enviar al Congreso una representación colectiva elegida por los sufragios de todos los internacionales y el establecimiento de una cotización general de 25 céntimos por cabeza para sufragar los gastos. Faltando tiempo para que las federaciones locales llegaran a un acuerdo sobre las candidaturas, estaba claro, como lo prueban los hechos, que los candidatos oficiales de la Alianza serían los elegidos y delegados al Congreso con cargo a la Internacional. Esta circular llegó, no obstante, a la Nueva Federación de Madrid y fue enviada al Consejo General, que conociendo la subordinación del Consejo Federal a la Alianza, considera llegado el momento la reaccionar y dirige al Consejo Federal Español una carta en la que dice:

"Ciudadanos:

"Tenemos en la mano la prueba de que existe en el seno de la Internacional y, concretamente, en España, una sociedad secreta que se llama Alianza de la Democracia Socialista. Esta sociedad, cuyo centro está en Suiza, tiene por misión especial dirigir, en el sentido de sus tendencias particulares, nuestra gran asociación y de conducirla hacia propósitos ignorados por la inmensa mayoría de los internacionales. Sabemos además, por La Razón, de Sevilla, que al menos tres miembros de vuestro Consejo pertenecen a la Alianza.

"Si el carácter y la organización de esa sociedad no fueran ya contrarios al espíritu y a la letra de nuestros estatutos, cuando ella declaraba aún ser pública, su existencia secreta en el seno de la Internacional con desprecio a la palabra dada constituye una verdadera traición hacia nuestra asociación. La Internacional no reconoce más que una sola clase de miembros, con derechos y deberes iguales para todos; la Alianza los divide en dos clases, los iniciados y los profanos, aquéllos destinados a ser llevados a una organización de la cual ignoran incluso su existencia. La Internacional pide a sus adherentes reconocer como base de su conducta a la verdad, la moral y la justicia, y la Alianza impone a sus adeptos como primer deber engañar a los internacionalistas profanos sobre la existencia de la organización secreta, sobre los motivos y el propósito mismo de sus palabras y de sus actos…"

En Consejo General les pedía, de otra parte, ciertos materiales para la información abierta sobre la Alianza que iba a proponer al Congreso de La Haya y una explicación sobre la manera en que ellos conciliarían sus deberes hacia la Internacional con la presencia en el Consejo Federal al menos de tres miembros notorios de la Alianza.

El Consejo Federal contestó con una carta evasiva en la cual, sin embargo, reconocía la existencia de la Alianza.

No pareciendo suficientes las maniobras, de las cuales hemos hablado, para asegurar el éxito de la elección, la Alianza en sus órganos llegó hasta presentar las candidaturas oficiales de Farga, Alerini, Soriano, Marselau, Méndez, Morago. El resultado de los votos fue el siguiente: Marselau, 3.568; Morago, 3.442; Méndez, 2858; Soriano, 2751. Entre los otros candidatos, Lostau obtuvo 2.430 votos en cuatro ciudades catalanas que, evidentemente, no estaban aún bien disciplinadas; Fusté, 1.053, en Sans, Cataluña. Ninguno de los demás candidatos tuvo más de 250 votos. Para asegurar la elección de Farga y de Alerini, el Consejo Federal dio a la ciudad de Barcelona, donde la Alianza dominaba, el privilegio de nombrar ella misma sus delegados, que fueron, naturalmente, Alerini y Farga. La misma circular oficial comprueba que las cuatro ciudades catalanas que habían nombrado a Lostay y Fusté, rechazando así los candidatos oficiales de la Alianza, pagaron 2.654 reales para los gastos de delegación, mientras las otras ciudades de España, donde, gracias a la falta de costumbre de los obreros para conducir sus propios asuntos, la Alianza había podido hacer pasar sus candidatos, sólo pagaron, en totalidad, 2.779 reales. Razón tenía la Nueva Federación de Madrid en decir que el dinero de los internacionales serviría para mandar a La Haya a los delegados de la Alianza. Además, el Consejo Federal aliancista no pagó íntegramente las cotizaciones debidas al Consejo General.

Todo eso, aún no daba satisfacción a la Alianza. Ella quería para sus delegados un mandato imperativo aliancista; he aquí cómo lo arrancó. Esa su circular del 7 de julio, el Consejo Federal pidió y obtuvo la autorización de resumir en un mandato colectivo los mandatos imperativos dados por las federaciones locales. Esta maniobra, peor que un plebiscito bonapartista, permitió a la Alianza que redactara el mandato de su delegación, mandato que ella tenía la pretensión de imponer al Congreso al prohibir a sus delegados participaran en las votaciones, si no se cambiaba inmediatamente el modo de votación encomendado a la Internacional por sus reglamentos generales. Para demostrar que no era más que una burla, en el Congreso de Saint-Imier los delegados españoles, a pesar de su mandato, participaron en la votación que se hacía por federación, modo de votación tan alabado por Castelar y practicado por la Liga de la Paz.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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