El terror cumple su función

—"Particularmente los asesinatos forman parte de un sistema, planificada de antemano, que aplica de igual forma en todo en nuestra América y diseñado con la intención de atacar no a personas individuales sino destruir las partes de la sociedad que esas personas representan. El genocidio es un intento de asesinar a un grupo, no a una serie de personas individuales; así pues, fue genocidio".

"La violación de los derechos humanos, el sistema de brutalidad institucionalizada, el control drástico y la supresión de toda forma de disenso significativo se discuten –y a menudo condenan– como un fenómeno sólo indirectamente vinculado, o en verdad completamente desvinculado, de las políticas clásicas de absoluto "libre mercado" que han sido puestas en práctica por la Junta Militar", escribió Letelier en un desgarrador ensayo para The Nation. Señaló que "este concepto particularmente conveniente de un sistema social en el cual la "libertad económica" y el terror político coexisten sin interferirse, permite a estos voceros financieros sostener su idea de "libertad" mientras ejercitan sus músculos verbales en defensa de los derechos humanos".

Cuando Pinochet murió en diciembre de 2006 a la edad de noventa un años, se enfrentaba a múltiples intentos de llevarlo juicio por los crímenes cometidos bajo su mandato: desde asesinato, secuestro y tortura a corrupción y evasión de impuestos. La familia de Orlando Letelier llevaba décadas tratando de llevar a Pinochet ante la justicia por el atentado de Washington y de reabrir el caso en Estados Unidos. Pero la muerte le dio al dictador la última palabra. Le permitió escapar a todos los juicios y que se publicase una carta póstuma en la que defendía el golpe y el uso del "máximo rigor" para impedir una "dictadura del proletariado […] ¡Cómo quisiera que no hubiese sido necesaria la acción del 11 de septiembre de 1973!", escribió Pinochet. "¡Cómo hubiera querido que la ideología marxista-leninista no se hubiera interpuesto en nuestra vida patria!"

No todos los criminales de los años del terror en nuestra América han tenido tanta suerte. En septiembre de 2006, veintitrés años después del final de la dictadura militar argentina, uno de los principales responsables del terror fue finalmente sentenciado a cadena perpetua. El condenado fue Miguel Osvaldo Etchecolatz, que había sido comisario de policía de la provincia de Buenos Aires durante los años de la Junta militar.

La Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio define el crimen como un "intento de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, religioso o racial"; la Convención no incluyó en la definición la eliminación de un grupo unido por sus ideas políticas –que es lo que sucede en nuestra América–. La palabra "políticos" fue eliminada en la Convención porque Estados Unidos así lo exigió. Sabían que si destruir un "grupo político" era considerado genocidio, sus matanzas sangrientas y sus encarcelamientos masivos de opositores religiosos y políticos entrarían dentro de la definición. Estados Unidos contó con el apoyo de otros líderes que también querían reservarse el derecho de exterminar a sus oponentes políticos, así que la palabra se eliminó.

Salvador Allende, mientras veía cómo los tanques avanzaban para poner cerco al palacio presidencial, pronunció un último discurso radiofónico, imbuido de la misma actitud desafiante: "Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente", afirmó en sus últimas palabras dirigidas al pueblo. "Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".

En el Cono Sur, el primer lugar en el que la religión contemporánea del libre mercado desbocado escapó de los sótanos y seminarios de la Universidad de Chicago y se aplicó en el mundo real, no trajo consigo la democracia; país tras país, se predicó precisamente al derrocar la democracia. No trajo la paz, sino que requirió el asesinato sistemático de decenas de miles y la tortura de entre 100.000 y 150.000 personas. En estos países las personas que "estorbaba a la configuración ideal" eran gente de izquierda de todo tipo: economistas, trabajadores de caridades, sindicalistas, músicos, organizadores campesinos, políticos… Miembros de todos estos grupos fueron objeto de una clara y deliberada estrategia, que abarcaba toda la región y estaba coordinada internacionalmente a través de la Operación Cóndor, con objeto de erradicar y exterminar a la izquierda.

Existía, escribió Letelier, una "armonía interna" entre el impulso de extirpar algunos sectores del pueblo y la ideología fundamental del proyecto. Los de Chicago y sus profesores, que ofrecieron asesoramiento a los regímenes militares del Cono Sur y ocuparon puestos en sus gobiernos, creían en una forma de capitalismo esencialmente purista. El suyo es un sistema basado enteramente en la fe en el "equilibrio" y el "orden", un sistema que, para funcionar, exigía que no existieran "distorsiones". Debido a estas características, un régimen decidido a aplicar fielmente este ideal no puede aceptar la presencia de puntos de vista alternativos o que aporten matices. Para alcanzar el ideal buscado es imprescindible un monopolio sobre la ideología pues, de otro modo, según la tesis principal de la teoría, las señales económicas se distorsionan y el sistema entero se desequilibra.

Los de Chicago difícilmente podrían haber escogido una parte del mundo menos hospitalaria para su experimento absolutista que el Cono Sur de nuestra América en la década de 1970. El extraordinario ascenso del desarrollo implicaba que el área era una cacofonía precisamente de esas políticas que la Escuela de Chicago consideraba distorsiones o "ideas aeconómicas". Más importante todavía, la región hervía de movimientos populares e intelectuales que habían surgido en oposición directa al capitalismo de laissez-faire. Este punto de vista no era marginal, sino el típico de la mayoría de los pueblos, y así se reflejaba en las sucesivas elecciones de los distintos países. Una transformación según los parámetros de la Escuela de Chicago tenía tantas posibilidades de ser bien recibida en el Cono Sur como una revolución proletaria en Beverly Hills.

¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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