Niños "normales"

Los paralelismos más escalofriantes se encuentran en la forma en que la Junta Militar Argentina trató a los niños dentro de red de centros de tortura. La convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio declara que entre las prácticas genocidas más habituales está "imponer medidas tendentes a evitar nacimientos dentro del grupo" y "transferir a la fuerza a niños de un grupo a otro grupo".

Se estima que nacieron unos quinientos niños en los centros de tortura argentinos. Esos bebés fueron alistados inmediatamente en el plan para rediseñar la sociedad y crear una nueva raza de ciudadanos modelo. Tras un breve período de guardería, cientos de bebés fueron vendidos o entregados a parejas, la mayor parte de ellos con vínculos directos con la dictadura. Según el grupo de Defensa de los Derechos Humanos Abuelas de la Plaza de Mayo, que con gran esfuerzo han localizado a docenas de aquellos bebés, los niños fueron criados según los valores del capitalismo y del cristianismo que la Junta consideraba "normales" y saludables. Los padres de los bebés, considerados demasiado "enfermos" como para poder ser salvados, fueron casi siempre asesinados en los campos. El robo de bebés no fue producto de excesos de personas individuales, sino parte de una operación estatal organizada. En un caso llevado a los tribunales se presentó como prueba un documento oficial del Departamento del Interior titulado "Instrucciones sobre procedimientos a seguir con los niños menores de edad de líderes políticos o sindicales cuando sus padres son detenidos o desaparecen".

Este capítulo de la historia de Argentina guarda un sorprendente paralelismo con el masivo de niños indígenas en Estados Unidos, Canadá y Australia, donde se les enviaba a internados, se les prohibía hablar sus lenguas nativas y se les coaccionaba para que fueran más "blancos". En la Argentina de la década de 1970 operaba un lógica supremacista similar, pero no basada en la zaza sino en las creencias política, la cultura y la clase social.

Uno de los vínculos, más gráficos entre los asesinatos políticos y la revolución del libre mercado no se descubrió hasta cuatro años después del final de la dictadura argentina. En 1987 un equipo de rodaje estaba filmando en el sótano de Galerías Pacífico, uno de los centros comerciales más lujosos del centro de Buenos Aires, cuando descubrieron horrorizados un centro de tortura abandonado. Resultó ser que durante la dictadura, el Primer Cuerpo del Ejército escondió a algunos de sus desaparecidos en las tripas del centro comercial. En las paredes de las mazmorras todavía se podían ver las marcas desesperadas que habían hecho los prisioneros muertos hacía tiempo: nombres, fechas, suplicas de ayuda.

Hoy, Galerías Pacífico es la joya de la corona de la zona comercial de Buenos Aires, la prueba de su consolación como una capital consumista globalizada. Techos abovedados y suntuosos frescos sirven de marco a una larga serie de tiendas de marca, desde Christian Dior a Ralph Lauren pasando por Nike, con precios inalcanzables para la gran mayoría de los habitantes del país pero que parecen una ganga a los extranjeros que acuden a la ciudad atraídos por las ventajas de su devaluada divisa.

Para los argentinos que conocen su historia, el centro comercial constituye un escalofriante recordatorio de que igual que una forma más antigua de conquista capitalista se edificó sobre las tumbas de los pueblos indígenas, el proyecto de la Escuela de Chicago en América Latina se construyó literalmente sobre los centros de tortura secretos en los que desaparecieron miles de personas que creían en un país diferente.

—Naomi Klein.

P.D.

Da un dolor que escuece en el alma, pensar que votaron los argentinos por los gobernantes, los mismos que ayer, los hambrearon, los masacraron, los torturaban, los asesinaron, les robaban los niños, los vendían y les entregaban a los amos de la dictadura.

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Manuel Taibo


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