Colombia: Avances retrancas y riesgos en el proceso de paz

En mi reciente y breve estancia en La Habana-Cuba sostuve interesantes intercambios con la Delegación de Paz de las FARC-EP, incluida una intensa y significativa reunión con su Comandante en Jefe, Timoleón Jiménez (Timochenko).

En esas conversaciones se trataron diversas vertientes del actual y trascedente proceso colombiano en relación con la evolución de la situación continental y mundial.

Dinámica de la paz en Colombia

Los Diálogos de Paz en Cuba van a cumplir tres años y recientemente se contempló la posibilidad de lograr el acuerdo definitivo en un plazo de seis meses; todo esto dentro del entusiasmo que habían despertado los sostenidos avances en los cuatro primeros puntos de la agenda y, sobre todo, el reciente y original acuerdo en torno al espinoso problema de las víctimas del conflicto armado, la justicia restaurativa, la búsqueda de verdad en las responsabilidades y la no repetición, firmado recientemente por el Presidente Santos y por el comandante Timoleón Jiménez en presencia del Presidente Raúl Castro. Este tema corresponde al punto cuatro de la agenda establecida.

Sin embargo, la aviesa y sorpresiva sugerencia del Gobierno Colombiano de revisar a “postriori” el documento firmado, ha impedido su publicación y creado un fuerte impasse y una notable incertidumbre; mientras ya se ha perdido casi un mes del plazo acordado para abordar los cruciales temas pendientes. Otra vez afloró una tramposería que tiende a sembrar justificada desconfianza.

Además de los subtemas “congelados” (en torno a los cuales persistieron diferencias) correspondientes a los tres primeros puntos de agenda (cuestión agraria, tráfico y consumo de drogas y participación política), quedan pendientes otros de mayor importancia y envergadura como el PARAMILITARISMO, el CESE AL FUEGO BILATERAL, la DEJACIÓN DE ARMAS, la PARTICIPACIÓN DE LAS FARC-EP en el marco de la legalidad y la REFRENDACIÓN DE LO ACORDADO (institucionalización de los acuerdos).

Nada de esto está definido, aunque ciertamente se han formado Comisiones Técnicas para avanzar las propuestas que habrán de discutirse en la MESA.

El desmonte del paramilitarismo, por ejemplo, -además de crucial- es sumamente complejo y se enfrenta a fuertes resistencias y complicidades estatales amalgamadas con la extrema derecha uribista, los negociantes de la guerra y la narco-corrupción.

Ni hablar de las dificultades que entraña establecer las garantías, el blindaje, para el no uso de las armas estatales en las competencias y controversias políticas internas y para el cese correspondiente de su empleo como medio de lucha por las fuerzas insurgentes y su irrupción en la legalidad con garantías de que no se repetirá el exterminio punitivo de la Unión Patriótica.

A todo esto se agrega la necesidad de la Constituyente como mecanismo para refrendar democráticamente y constitucionalizar los acuerdos; propuesta sostenida por las FARCP, todavía rechazada por el gobierno en el punto sobre refrendación de lo aprobado en los diálogos.

Un pre-requisito clave para evitar festinaciones en estos diálogos fue establecer que “mientras no se haya acordado todo, nada puede ser considerado definitivamente aprobado”. Y ciertamente lo que falta no es poca ni cualquier cosa, por lo que cualquier precipitación podría hacer más daño que bien.

Esto indica que todavía no se ha llegado a la recta final como propagandizan quienes se proponen un acuerdo final vulnerable, violable y evadible por los que controlan el Estado y todos los poderes permanentes.

Un 80% de la sociedad colombiana anhela la paz y una parte importante aspira a cambios políticos sustanciales para dejar atrás el pasado de injusticia, inequidad, corrupción, empobrecimiento y terror. Las FARC-EP están firmemente abrazadas a esos propósitos y eso le ha permitido crecer social y políticamente.

No pasa así con el gobierno, el régimen y las derechas colombianas.

Así lo demuestra lo que acontece en esos DIALOGOS DE PAZ, en los que el poder dominante en lo esencial sigue mostrándose como obstáculo para avanzar en dirección al logro de esos anhelos populares; en tanto la insurgencia, el movimiento popular y las izquierdas colombianas se muestran pro-activas en la lucha por convertirlos en realidad.

En paralelo, la determinación sediciosa del imperialismo estadounidense, del paramilitarismo y de la derecha colombiana, procurando revertir como sea el proceso bolivariano en Venezuela, conspira contra la paz en la región y contra una salida digna al conflicto social armado en ese país.

Por tanto, los pueblo de Nuestra América y de todo el mundo (incluido el nuestro), deben movilizarse para exigirle al régimen colombiano ponerle fin a esas maniobras, respetar lo acordado, aplicarlo consecuentemente y darles curso a reformas estructurales que impidan una paz “chueca” y tramposa, por demás inaceptable; condición a mi entender imprescindible para todo proceso gradual y seguro de “desmilitarización” de la insurgencia revolucionaria.

Desconfianzas, riesgos y esperanzas

En mi apreciación todavía es temprano para vaticinar si habrá o no acuerdo definitivo en el plazo anunciado, y una vez alcanzado, observo mucha complejidad en su implementación (dada la naturaleza del régimen colombiano y la gravitación de EEUU sobre él), especialmente en cuanto al destino y al nuevo rol de los ejércitos populares forjados por las FARC y el ELN durante 50 años de heroicos combates; sobre todo si el conjunto de las fuerzas revolucionarias y transformadoras sigue valorando consecuentemente los riesgos de un desarme sin cambios muy sustanciales y se mantiene alerta y en pie de lucha; que es lo necesario y deseable.

Particularmente me siento en el deber de expresar mi profunda desconfianza respecto al régimen que hoy preside Juan Manuel Santos y mucho más aun respecto al imperialismo estadounidense que lo tutela, sin negar el extraordinario valor político y humano de intentar forzarlos a aceptar una paz digna.

Aprecio que detrás de sus declaraciones e iniciativas teatrales sobre la paz, EEUU y el gobierno de Juan Manuel Santos esconden, en medio de sus dificultades, sus reajustes estratégicos en procura de un control y un dominio más seguro en el Norte de Suramérica; apostando al desarme rápido y unilateral de la insurgencia con débiles garantías y a la permanencia de su ejército con unos 585 mil efectivos, bien fogueado y mejor armado, junto a la continuidad de las 7 BASES MILITARES ESTADOUNIDENSES y de toda su red intervencionista establecida en Colombia.

Esa pretensión procura, que una vez liberado el régimen colombiano de las presiones y exigencias de la guerra interna, sus fuerzas militares y de inteligencia tengan más posibilidades de jugar el funesto rol regional que le ha sido asignado por el Pentágono, en primer orden contra Venezuela (si resulta necesario), pero también en toda la región amazónica y en el Continente; donde EEUU y aliados se proponen revertir los gobiernos independientes y restaurar plenamente su reinado contra-revolucionario con fuerzas políticas subordinadas y eventualmente con tropas “ajenas”, paramilitarismo ya infiltrado en países vecinos y bajo presiones y planes desplegados de sus bases militares.

Igual expreso mi confianza en la heroica insurgencia colombiana, en las fuerzas transformadoras y en los movimientos sociales combativos de ese país hermano, abrazados actualmente –y ojala por siempre- a la idea de una paz digna, con justicia social y soberanía, con garantías plenas de no repetición de un Estado represivo, terrorista y punitivo.

 

Narciso Isa Conde

19-10-2015, Santo Domingo, RD.

 



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