Que gobiernen los jóvenes

Todos los mayores de cincuenta años y algunos menores de esa edad de mente polvorienta que nos han estado mangoneando en este país durante 37 años, se han dedicado a reforzar a la monarquía y a la figura del monarca pese a sus lacras personales y sus deficiencias institucionales...

Y la prensa escrita, a excepción de un rotativo desaparecido al que aquellos llevaron a la quiebra retirándole las subvenciones públicas y periodistas sueltos que no escriben artículos editoriales, no ha hecho otra cosa que homenajear al monarca y a la monarquía. No ha habido -salvo ese periódico al que me refiero desaparecido precisamente por eso- ningún otro de espíritu republicano. Con esto se dice todo acerca de la ficticia pluralidad ideológica de la que se ufanan constantemente los dueños feudales de este país. En efecto, todos han puesto todo su empeño a lo largo de casi cuatro décadas en encumbrar a ese personaje que liba de inviolabilidad por la gracia de dios, cuyo reflejo induce la impunidad de mesnadas enteras de ladrones públicos.

Es más, unos y otros fueron los que maquinaron (son superfluas las pruebas porque hay cosas de la historia que se explican por sí solas y por inferencia de la lógica formal) el simulacro del golpe de Estado en febrero de 1991. ¿Con qué propósito? Pues para eso, para robustecer la figura del monarca cuya legitimidad estaba bajo sospecha en el imaginario del pueblo al haber llegado al trono de la mano de una Constitución a su vez enalbardada por quienes habían vivido como señeros cómplices del dictador y aprobada por el pueblo temeroso de una nueva involución, y para que la posteridad en la que nos encontramos no pudiese acusar de parasitismo al personaje.

Por otro lado, todos los magistrados y fiscales de los tribunales del país (todos mayores de 50 años, desde los inicios de la Transición llevaban incorporado al cargo el deber implícito de afianzar a la Corona y a la figura regia aunque fuese un irresponsable.

En resumidas cuentas, los menores de 50 años que no se resienten de los resabios de la guerra civil ni vivieron la cohorte de privilegios de que se rodearon tanto los muñidores de la Constitución como el resto de politicastros que se beneficiaron y se benefician de ello, han de tener una visión de la monarquía y del rey completamente diferente de la que tienen sus mayores. Y eso significa, nada menos, que han de participar, de modo natural y absoluto, del espíritu republicano, de la República y de los valores profundos de la libertad y de la igualdad inherentes al mismo.

Decían los antiguos que cuando los dioses quieren castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes. Pero esto es porque en la antigüedad el Consejo de Ancianos, el Consejo de los Cien o el Senado griego o romano y otras instituciones similares compuestas por ancianos eran los que decidían. Ahora en cambio, en los países del sistema y desde luego en España no son precisamente los ancianos los que deciden (el Senado de aquí está de adorno y originando cuantiosos gastos: ni decide ni son vinculantes sus dictámenes; sigue sencillamente las líneas marcadas por los dos partidos mayoritarios). Pero tampoco los jóvenes, con sus virtudes de intrepidez e ingenuidad, deciden. Son personajes de mediana edad y por eso mismo maliciados los que toman decisiones muy alejadas en general de los intereses de pueblo vivo; personajes emponzoñados por la ambición desmedida y por un yo superlativo que les ofusca; por un egotismo que les impide distinguir el bien común del suyo propio y el de la facción en la que se emboscan para justificar sus errores y sus tropelías...

El rey, que ha pasado a otro tipo de mejor vida, ni es Anciano a efectos de sabiduría precisamente, ni merece otra cosa que esfumarse. El valor de la prudencia ha sido desalojado por el temor a hacer el ridículo o por la desvergüenza, y el empuje de los espíritus juveniles por la temeridad. Pero no por la temeridad en Política, donde ni siquiera se pone a prueba ese espíritu porque no se le deja participar, a no ser testimonialmente.

En definitiva, lo único que puede poner las cosas del bien general en su sitio son, la República y la juventud en el Poder. Es preciso confiar en que una mayoría menor de cincuenta años asuma la responsabilidad de conducir a este país (ahora en lo social triste, dramático y hasta grotesco) a un nivel superior de convivencia y de conciencia; lo que significa superar una institución obsoleta y aquí funesta, como es la monarquía restaurada por la fuerza de las bayonetas en la sombra, sea quien sea quien tome el cetro...


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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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