Nuestro último rey, y, los sucesos de Bayona

Pregunta y respuesta a mis camaradas de contertulia:

¿Saben ustedes cuántos reyes de España gobernaron nuestro destino desde 1498 hasta el 5 de julio de 1811, trece? ¿Pero que sabemos de ellos?

Respuesta de mis camaradas: Nada, eso no nos concierne.

¿Cómo que no nos concierne? Al fin y al cabo nos gobernaron, al igual que a los españoles, y nada menos que por trescientos once años. Es decir, mucho más de lo que hemos vivido como república. Sí los primeros años de la vida son los que más cuentan, no podemos negar la importancia que tienen esos reyes de España en nuestra historia. ¿Saben ustedes, por ejemplo, cuál fue la contribución más importante del rey Carlos IV y de su hijo Fernando VII a la causa de la libertad americana?

¡La perfidia y la imbecilidad! De no haber sido un cretino el padre y un desgraciado el hijo, a lo mejor, tardábamos muchos más años en independizarnos. ¿Conocemos bien la tragedia de Bayona? Aquello fue un sainete tragicómico, que ensangrentó a España y a todo su imperio.

Carlos IV sucedió a su padre Carlos III, fundador de la Gran Capitanía General de Venezuela, en 1788. Su mujer, María Luisa de Parma, además de inteligente era desvergonzada como una trotacalles. Entre sus tantos amantes descolló Manuel Godoy, Príncipe de la Paz.

En 1795 Napoleón derrotó a España, convirtiéndola en una nación satélite de Francia. En 1808, y con la anuencia de Godoy, hace que su lugarteniente Murat, con un ejército de 40.000 hombres invada España, so pretexto de hacerle la guerra a Portugal. El pueblo español está indignado. El futuro Fernando VII entra de lleno en complot para derrocar a Godoy. La conspiración es develada. Fernando escribe esta carta a su padre: Señor, papá mío: “He delinquido, he faltado a Su Majestad la obediencia más humilde. No soy culpable; fui sorprendido en mi buena fe. He delatado a los culpables y pido perdón a Su Majestad por haberle mentido la otra noche…”

El vástago real fue perdonado; sus cómplices, condenados a muerte. No sería ni la primera ni la última vez que Fernando se mostrase arrojado y cobarde, voluble y traidor.

La cosa no queda ahí. El ejército francés llega entre tanto a Madrid. El pueblo enfurecido arremete contra el palacio de Aranjuez. Carlos IV, ante la presión popular, toma una decisión luego de consultar a su esposa: Está bien, está bien, si están tan reacios a que gobierne abdicaré en mí hijo Fernando y destituiré a Godoy.

Fernando VII fue recibido con júbilo por sus súbditos. Nunca un rey fue tan amado por su pueblo, como lo fue el Borbón en aquellos tiempos.

Pueblo: ¡Viva su Sacra, Cesárea y Real Majestad, don Fernando VII! ¡Qué viva!

El lugarteniente de Napoleón les echó a perder la fiesta cuando llegó a Madrid con su poderoso ejército. Perdonad, don Fernando, (le dice Murat) pero creo que os habéis precipitado al ascender al trono sin el consentimiento del Emperador.

Fernando VII: (servil) ¡Iré de inmediato a su encuentro! Salgo ahora mismo para Bayona.

Murat: Me parece bien, don Fernando. Id con Dios.

Fernando VII llega a Bayona. Napoleón lo recibe en unión de los padres del nuevo rey. Carlos IV apenas ve a su hijo, le dice a Napoleón en el colmo del furor: Vuestra Majestad no sabe lo que es tener quejas de un hijo…

Carlos IV: ¡Mal hijo! ¡Descastado!

Fernando VII: ¡Cornudo! ¡Desvergonzado!

María Luisa: ¡Bastardo!

Fernando VII: ¿Bastardo yo? Vamos, ramera, que de no tener la misma nariz de imbécil de mi padre, creería que como mi hermano, fuese hijo de Godoy.

Napoleón: ¡Príncipes de Borbón y Parma! Poned más recato a vuestras palabras: sonrojáis a las estatuas… Calmaos, para que escuchéis bien lo que os voy a proponer. Don Fernando, no os puedo reconocer como rey de España ni a vos ni a vuestro padre, ni a vuestros futuros sucesores. El odio que existe en España contra los Borbones, exige para los intereses de Francia un cambio de dinastía. Abdicad por consiguiente en mi hermano José y en compensación os ofrezco el trono de Etruria.

Fernando VII: Acepto humildemente la sabia decisión de vuestra Majestad. Abdico el trono de España en vuestro hermano José.

Entre tanto, el pueblo español, enterado de que Napoleón tiene cautivo a su Rey, se levanta en armas contra los franceses el 2 de mayo de 1808.

Pueblo español: ¡Viva el Rey Don Fernando…!

El 2 de mayo es una fecha gloriosa para España: comienza su guerra de Independencia. (Aunque el Borbón que reina hoy, cambio la fecha por el día de la hispanidad) En Bayona, la familia real recibe noticias de la revuelta cuando habla con Napoleón.

Francés: Sire, el pueblo español se ha insurreccionado contra el ejército imperial. Hay gran matanza en Madrid. Dan vivas al rey Fernando.

Carlos IV: ¡Qué espanto, Majestad! La culpa es tuya, Fernando.

Fernando: (Extrañado y nervioso) ¿Mía? ¡Y qué hice yo?

Carlos IV: Los pérfidos consejos de quienes te rodean han colocado a España en situación crítica y ya no puede ser salvada sino por Napoleón.

Esa noche del 2 de mayo fueron fusilados cientos de españoles en El Retiro y en la Moncloa, todos morían al grito de: ¡Viva Fernando VII!

Carlos IV, al enterarse de las cruentas batallas que se desarrollan en su patria, le grita a su hijo: La sangre de mis vasallos ha sido derramada y también la de los soldados de mi buen amigo Napoleón. Tú eres el culpable de la catástrofe.

El Emperador de los franceses envió prisioneros a los viejos reyes a Fontainebleau, y a Fernando a Velencey, en donde permaneció cautivo hasta marzo de 1814, cuando, vencido Napoleón, regresó a sus dominios. Su indignidad llegó a tales extremos, que al enterarse de una victoria de Napoleón sobre sus súbditos, le escribió: Felicito a Vuestra Majestad por el triunfo de las armas imperiales sobre los facciosos.

En 1820 estaba presta a zarpar de España hacia Venezuela una inmensa flota, transportando 20.000 veteranos de las guerras contra Napoleón. A causa del alzamiento de Riego se frustró la expedición; lo que fue determinante para la renuncia de Morillo y el triunfo definitivo del Libertador en Carabobo, un año más tarde.

En 1823 el Libertador pasa al Perú con un gran ejército. Mucho se ha dicho que además de los nobles ideales de libertad mucho pesó para aquella decisión el peligro que para los países liberados representaba el poderío militar español en el hermano país.

El ejército español en el Perú, además de estar sumergido en la anarquía, era insuficiente por sí mismo —como se demostraría al poco tiempo en Junín y Ayacucho— para enfrentarse a los ejércitos libertadores. Riva Agüero, presidente del Perú, cuando recaba su auxilio al Libertador le pide armas y no hombres.

¿Era acaso la insensata compulsión del Libertador de seguir guerreando, sin importarle un pito la tranquilidad de su gente? ¡En modo alguno!

Fernando VII, luego de vencer a Riego y a sus partidarios apoyado por la Santa Alianza formada por Francia, Austria, Prusia y Rusia preparaba una invasión a sus dominios americanos, parecida a la frustrada de 1820.

Rusia prestaba a España sus barcos para el transporte de las tropas.

El Callao, a pocas leguas de la capital del Perú, y en poder de los españoles, era la única plaza fuerte por donde España podía hacer un desembarco.

Sí el ejército español hubiera tomado el Callao, como cabeza de puente, nos hubiésemos encontrado en la misma situación de 1820. De ahí la necesidad impostergable del Libertador por tomar dicho puerto y ocupar militarmente al Perú.

¿Está claro, entonces, cuáles fueron los verdaderos y justificados móviles del Padre de la Patria de llevar la guerra al Sur?

Por culpa de nuestro último rey Fernando VII, Su Sacra, Cesárea e Imperial Majestad o “sucarreá majestá”, como decían hasta hace poco los echadores de cuentos en Barlovento.

Fernando VII no acabó su historia de abyección y bajeza frente a Napoleón; la continuó y exaltó a todo lo largo de su reinado.

No hay un solo historiador españolo que no deje de condenar y con los peores términos a este rey a quien su pueblo llamó el Deseado y recibió al grito de “¡Vivan las cadenas!”.

Los enviados de Napoleón a Venezuela fueron echados por el pueblo a los gritos de: ¡Abajo Napoleón y los franchutes!

El fervor del pueblo español por el Rey Bellaco era indescriptible. Lo llamaban Narizotas o Cara de Pastel. Y en cuanto a simpatía e inteligencia no hubo rey de España más populachero y de mayor facundia. Carecía, sin embargo, del más mínimo escrúpulo. No respetaba promesas ni compromisos. Prometió respetar la Constitución de Cádiz, cuando retornó del cautiverio en 1814. Apenas pudo, la desconoció, encarcelando y dando muerte a sus autores.

Era tan abyecto, que un día en que su servilismo ante Napoleón llegó a extremos, el Duque del Infantado le gritó estentóreo, para indignación del Emperador: ¡Vamos, Majestad, que sois el Rey de España!

A sus padres, viejos, pobres y exiliados en Roma, los hizo objeto de toda clase de persecuciones.

En el mismo año de su retorno al trono tiene que enfrentar la rebelión de Mina, que se opone a su absolutismo. Revuelta tras revuelta se suceden hasta 1820, en que estalla la muy célebre de Riego. Le imponen una constitución y un gabinete liberal. El rey simula aceptar mientras conspira.

En 1821, al grito de “Viva el Rey Absoluto” se sublevan cuatro batallones a su favor. Estalla la guerra civil. Fernando VII solicita la intervención extranjera. Cien mil hombres procedentes de Francia, Prusia y Rusia, “Los Cien Mil Hijos de San Luis” invaden a España y lo reponen en el trono el 1º de octubre de 1823. De inmediato declaro sin valor todos sus compromisos.

Restauró la Inquisición. Riego fue fusilado. Ciento doce liberales fueron ahorcados. Se habla de exterminar a los familiares de los liberales hasta la cuarta generación. Es enemigo jurado de los intelectuales. Muchos de ellos son encerrados en presidio en Ceuta. Se reúne con individuos de la más baja estrofa. Chamorro, un simple aguador, es su alter ego. Vivía rodeado de truhanes y malandrines. “Pocos soberanos —escribe el historiador Castillo— ha habido que estuvieran más de acuerdo con los más bajos instintos del más bajo de sus súbditos”.

Como es evidente, aquel “bellaco” —como lo llamó Madariaga—, aquel solapado mozo destinado a ser el más ineficaz y funesto de los Borbones —como afirma el historiador Ballesteros— por sus múltiples vicios y defectos, no las tenía todas consigo, ni siquiera para mantener la paz en la propia España. Vivió hasta su muerte en 1833 en una conspiración. No era posible, por consiguiente, que arriesgase su poder enviando a América un ejército infiltrado de liberales, que al menor revés podían volverse en contra suya. ¿Qué respeto podía merecer aquel rey felón carente de honor, honestidad y limpieza de corazón? Por todo esto no pudo organizar un ejército para reconquistar el Imperio perdido. Por esta misma razón el Libertador promete a los españoles ir a la Península con su ejército para liberarlos del que, hasta 1811, fuese nuestro último rey.

Así eran Carlos IV y Fernando VII. ¿Tenía o no razón cuando decíamos que la mayor contribución a la libertad de América fueron la imbecilidad de Carlos IV y la perfidia de su hijo Fernando VII?

¿Cuánto tiempo más el pueblo español seguirá calándose a los Borbones?

¡Viva la República!

¡Gringos Go Home!

¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!

Hasta la Victoria Siempre y Patria Socialista.

¡Venceremos!


manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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