El Presidente Santos: es arrogante y ofensivo

La experiencia histórica ha demostrado y continuará demostrando que todos los políticos arrogantes y ofensivos terminan, en corto o largo tiempo, siendo rechazados por las mayorías de los pueblos que antes creyeron en ellos. La modestia, especialmente para un Presidente de un país caracterizado por casi medio siglo continuado de guerra, es un arma esencial para no perder los estribos a la hora de los grandes combates políticos o, mejor dicho, de opiniones trascendentales para su régimen. Napoleón Bonaparte fue, sin duda alguna, un genio de la guerra, pero en Waterloo perdió los estribos precisamente por su arrogancia, por su terquedad, por creerse con el derecho de gozar, en todas las circunstancias de tiempo y lugar, de razón para mantener la ofensiva, de pensar que siempre tenía a Dios agarrado por la barba y de considerarse el verdadero dueño de todas las verdades. No pudo darse cuenta que el tiempo venidero –en lo particular- para Francia y –en lo general- para Europa ya no necesitaba de sus hazañas y de sus políticas.

El Presidente Santos, a diferencia de otros mandatarios e incluso de aquellos que nada tienen que ver con las ideas socialistas, es un rico o millonario de cuna, por lo cual está súper comprometido con los intereses más leoninos de la rancia oligarquía colombiana y, fundamentalmente, con los del imperialismo capitalista. Es mentira, es falso que sea un amante y un verdadero servidor público de la paz y de la justicia social. Ninguna nación o pueblo de este mundo, mientras exista y sea predominante el capitalismo, puede gozar de todas las garantías de una paz verdadera, porque ésta necesita, como la humanidad del sol y el agua y el aire, de su hermana gemela: auténtica y equitativa justicia social. El Presidente Santos, como todos los hacedores y vividores de la guerra para sustentar un régimen sobre la esclavitud o explotación de mano de obra asalariada en Colombia, siguen creyendo, más por oportunismo o conveniencia que por convicción científica, que la causa única del conflicto armado y político colombiano es el cultivo y comercialización de las drogas, y para nada hablan o mencionan a la propiedad privada sobre los medios de producción y del Estado que se levanta sobre ella para que una clase ejerza su dominación y explote y oprima a otras.

El Presidente Santos, en las primeras semanas de su mandato, por lo mucho que le convenía para restablecer buenas relaciones diplomáticas con sus vecinos antes adulteradas por el propio Estado colombiano del cual él era figura importante, hizo uso de un lenguaje demagógico, no tan virulento, no tan arrogante, no tan agresivo. Necesitaba confundir a la opinión pública internacional y nacional… Y lo logró. Conquistado el objetivo político deseado, se le soltó el moño y ahora habla y actúa tal como es en esencia: un Presidente recalcitrantemente reaccionario al más completo servicio de los intereses contrarios a las reales y apremiantes necesidades y esperanzas del pueblo colombiano. Lamentablemente, en Colombia, el político que más ofrezca violencia y una paz resultante de la mayor cantidad de cadáveres de sus enemigos es quien mayor posibilidad, desde que se aprobó la reelección presidencial, posee de garantizarse ocho años mandando desde la Casa de Nariño. El expresidente Uribe inició esa historia de reelección que se construye sobre la sangre, el sudor y el llanto de los pueblos para favorecer a las oligarquías capitalistas.

Es verdad, que la aplastante mayoría de la sociedad colombiana (especialmente venida de las clases y sectores sociales más afectados por la economía capitalista y anarquizada) añora ese tiempo, sabiéndolo o desconociéndolo, en que ni existe paz verdadera ni tampoco guerra verdadera. Sólo el socialismo es capaz, dominando completamente el mundo, de crear las condiciones en que la paz auténtica sea el producto de un régimen de auténtica justicia social. El Presidente Santos jamás gobernará para ese último fin. Este será obra, tarde o más temprano, del pueblo colombiano –en general- y del proletariado -en particular- cuando un día se arrechen y se subleven invencibles y conquisten el poder político y echen a andar todo el andamiaje que los conduzca al socialismo.

Los dirigentes políticos buenos, con reales probabilidades de ejercer mandato favoreciendo los intereses económico-sociales del pueblo golpeando los intereses de las oligarquías, han sido asesinados antes de barrer en las urnas electorales a sus contrincantes. Gaitán, Galán, Pardo, Jaramillo y Pizarro (todos candidatos a la Presidencia de Colombia) están bajo tierra. Centenares de luchadores sociales, están bajo tierra. Y la familia Santos sabe mucho de eso, porque, entre otras cosas, han sabido crear mentiras, engañar gente, hacer guerra desde un periódico que todos los colombianos y las colombianas saben de su existencia, de su poder y de su influencia: “El Tiempo”. Incluso, hubo toda una época en que para creer que una persona hubiese muerto era imprescindible que saliera publicado en el obituario de ese periódico. En la historia colombiana ha habido y persisten unos cuantos “Santos” que han tenido y tendrán grandes responsabilidades en las políticas de guerra, de muerte y de dolor. Actualmente, con un Santos en la Presidencia, quieren hacerle creer al mundo –en general- y a la sociedad colombiana –en particular- que son los más fieles y sinceros abanderados de la paz y justicia verdaderas en Colombia.

El Presidente Santos reacciona con arrogancia, virulencia y hasta cinismo ante todo gesto de deseo de paz o de diálogo que haga la insurgencia colombiana para buscar o intentar ponerle fin al conflicto armado y político actual mediante soluciones concertadas. El Presidente Santos y sus más allegados servidores no quieren entender que eso es política en determinados momentos de tensión en la historia. De nada valen las liberaciones de rehenes de guerra por decisión de la insurgencia. Santos quiere más, exige rendición total a través de la entrega de armas y desmovilización sin condición alguna. Medio siglo de historia convulsionada le parece, al Presidente Santos, un episodio semejante a un juego de fútbol entre Santa Fe de Bogotá y Nacional de Medellín. Para los gobiernos oligárquicos todos sus adversarios, al dar pruebas de luchas arriesgadas por disputar el poder político, son “bandidos”, “delincuentes”, “terroristas”, “narcoguerrilleros”, “narcoterroristas”, “criminales”, “desfasados” y cuanto epíteto se les pueda inventar para hacerlos aparecer, ante la opinión pública, como los diablos verdaderos, enemigos de la paz, de la justicia, de la libertad, de la vida, de la alegría, de la igualdad y de la solidaridad. Sin embargo, aun los que mantienen buenas relaciones políticas con el Estado colombiano, saben que el Presidente Santos no es santo de devoción de los verdaderos amantes de la paz para los colombianos y las colombianas.

El Presidente Santos es tan arrogante, tan agresivo, tan cínico y burlista que aun cuando no hayan puesto en libertad a los rehenes de guerra anunciados por la insurgencia, se da el lujo de decir: no existe posibilidad de diálogo, la puerta del diálogo está cerrada, mi gobierno no dialoga con bandidos, los estamos persiguiendo y los vamos a aniquilar, al bandido Alfonso Cano le estamos soplando en la nuca. Y lo que es peor, lo que realmente demuestra su espíritu guerrerista y de criminalidad, dice: le espera lo mismo que al bandido Mono Jojoy, es decir, la muerte. El Presidente Santos sabe, como los militares colombianos, que el camarada Mono Jojoy no murió producto del bombardeo ni de unas botas infiltradas en la guerrilla. En este momento el Estado colombiano no puede confiarse en las informaciones de sus infiltrados en la guerrilla. ¿Acaso la experiencia no enseña?

El Presidente Santos cuenta, para sus políticas de guerra, con militares que viven y sueñan con producir la muerte a quienes no congenien con sus postulados. Si triunfase, por una década, un período ni de verdadera paz ni de verdadera guerra, serían muchos, pero muchísimos, los militares que deberían ser juzgados por crímenes de lesa humanidad. ¿Acaso no tienen sus manos, como muchos altos funcionarios del Estado colombiano, realmente comprometidas y manchadas de sangre en todas las masacres y en todos los genocidios cometidos por los paramilitares? Dicho y comprobado por los mismos paramilitares, lo cual asustó al mismo gobierno que los conminó a decir verdades y no mentiras. Los militares colombianos se inflan de alegría anunciando que diez mil soldados andan detrás del comandante Alfonso Cano en el Cañón de Vista Hermosa para darle de baja, es decir, muerte. Seguro, si lograsen el objetivo y quieran Dios y el pueblo colombiano no lo logren, publicitarían que fue abatido el peor asesino de la historia colombiana. Unos meses atrás dijeron lo mismo del camarada Mono Jojoy y al poco tiempo mataron a un delincuente que nada tenía que ver con política y lo catalogaron como el peor asesino de todos los asesinos. ¡Simplemente: contradicción en el lenguaje de los funcionarios del Estado burgués y del mismo Presidente Santos!

Cada vez que matan a un guerrillero tratan de vender la idea que era el jefe de seguridad del camarada Alfonso Cano. Inmediatamente, el Presidente y sus altos funcionarios, derrochan alegría anunciándolo por los medios de comunicación. Mientras el camarada Alfonso Cano ha hablado de la posibilidad de un diálogo, el gobierno colombiano lo rechaza en el acto. Incluso, el Presidente Santos se ha dado el lujo, prácticamente, de pensar por los presidentes de Venezuela y de Ecuador, tratando injustamente de comprometerlos, en contra dela verdad, hasta los tuétanos en sus políticas de guerra. Juan Manuel Santos, lo sabe la historia colombiana, toda su vida consciente ha estado comprometida con políticas de guerra, con genocidios, con explotación y opresión al pueblo colombiano. Pero así como nacen y se hacen los Santos, nacen y se hacen los Marulanda, Raúl Reyes, Mono Jojoy, porque la historia conduce, inevitablemente, al triunfo de la causa emancipadora del ser social. No importa que la oligarquía y los militares colombianos, el Presidente Santos y su gabinete, rían primero sobre los cadáveres de los revolucionarios muertos. El pueblo reirá de último y para siempre sobre la libertad que nunca más nadie se la arrebatará de sus manos.

Por más que los ideólogos del capitalismo y de la oligarquía colombiana y extranjera traten de vender la idea de que el Presidente Santos es diferente al expresidente Uribe, para garantizarle desde ya su reelección, no podrán engañar todo el tiempo a todo el pueblo colombiano. Santos es la continuación de Uribe con la sola diferencia de que promete más guerra y más muerte de revolucionarios. Es todo.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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