Concierto negro para todas las razas

Hace unas pocas décadas atrás se creía que el Apartheid en Sudáfrica entraría, aún, vigoroso al siglo XXI y que Mandela fallecería en las mazmorras carcelarias. Demasiada sangre, demasiado sudor y demasiado llanto había costado a los negros y negras, considerados por los blancos como herramientas que sólo hablaban pero se les negaba el derecho a pensar; se les maltrataba y se les trataba como si fueran bestias, como esclavos con deberes de servilismo incondicional a los racistas, quienes eran los amos y señores de Sudáfrica, su destino y con la potestad de disponer de la vida de millones de negros y negras que conformaba más del 90% de la población sudafricana.

Hubo luchas de todos los géneros contra el Apartheid; hubo muchas represiones y torturas de blancos contra negros; hubo demasiadas muertes de hombres y mujeres que ansiaban naciese y luciese luz para toda Sudáfrica y su gente; hubo años de silencio con gritos atravesados, como nubes de agua, en las gargantas de millones de negros y negras que clamaban un día lloviera para toda la población sudafricana sin distingos; hubo mucho odio contra la muerte y la tristeza pero también mucho amor por la vida y la alegría; hubo mucho egoísmo de los pocos contra los muchos pero también mucha solidaridad de los muchos para los pocos atrevidos que rompieron, primero, con el miedo y el terror y se alzaron contra la opresión de los blancos… Y Mandela, en la cárcel, junto a sus camaradas de cautiverio, pensaba, meditaba, contemplaba y reflexionaba sobre el sufrimiento y el destino de su pueblo… Y nació una luz en 1990 con la libertad de Mandela y comenzó a brillar como cuando brilla una idea asumida como libertaria por todas las estrellas y todos los luceros guiados por el abrazo clamoroso de sol y luna… Y empezó a faltarle fuerza a los músculos y huesos del Apartheid, comenzó a fallarle su corazón y su respiración y vino el infarto que le paralizó el cerebro…Y surgió, entre vítores y aplausos, el grito de liberación de una raza que erróneamente, unos pocos blancos, creyeron eternizarla en la esclavitud. Mandela ganó la presidencia de Sudáfrica en 1994… Y La palabra Apartheid empezó su proceso de extinción, porque la aplastante mayoría del pueblo sudafricano no quiere –nunca más- ser una enamorada de los recuerdos ingratos o dramáticos del oscuro pasado que vivió bajo los rigores de un régimen político perverso e inhumano hasta la saciedad.

Bueno, apartémonos del pasado del Apartheid y concentrémonos en el Concierto negro para todas las razas.

Que hermoso es ver a todas las razas abrazadas, alegres y unidas por la canción en un momento de paz y recreación, mientras que el mundo se debate en los rigores y peligros de grandes conflictos violentos, producto de profundas crisis económicas que conllevan a profundas crisis políticas por la agravación, cada vez más extrema, de la pobreza, la desesperación y el dolor para los muchos y, al mismo tiempo, el acrecentamiento de la riqueza y el privilegio, cada vez más extrema, en los pocos. Definitivamente, la paz de la vida es mucho menos costosa en sangre, sudor y lágrimas para los muchos (si éstos se deciden conquistarla) que hacer la guerra los pocos matando para imponerle a los muchos: la paz de los sepulcros, porque la casi totalidad de los muertos salen de las entrañas de los explotados y oprimidos, que son los soldados de los ejércitos del régimen burgués

Luminarias de la canción del mundo, especialmente del Africa, desfilaron por el escenario del Concierto negro para todas las razas y brindar su canto como plegaria y esperanza por la paz. Cada cierto número de canciones, subían al escenario grandes personajes de la política y del deporte para saludar a la multitud presente y a los miles de millones de televidentes. Habló el presidente de la FIFA, quien presentó al presidente de Sudáfrica (Zumu); habló el reverendo Tutu, ganador del premio Nóbel de la Paz de 1984, quien bailó, hizo chistes derrochando gran humorismo con sus palabras y sus movimientos y sonidos guturales, pero cuando de su voz se dejó escuchar el nombre “Mandela”, la multitud hizo estremecer el auditorium con sus vítores y aplausos, como si aquel hubiese sido el más importante de todos los artistas invitados; hablaron prestigiosas figuras del deporte de tiempo pasado y que escribieron gloriosas páginas, con sus pies y sus cabezas, del deporte rey: el fútbol.

Dicen, que Mandela es la persona viva más importante del mundo. No se discute ni se niega, pero esa importancia es humana mucho más que política o ideológica. Lamentablemente, el humanismo sigue estando muy por debajo del viviente más poderoso, políticamente hablando y hasta la actualidad, del planeta: el que sea presidente de Estados Unidos, porque se cree -cada quien en su período de mandato- el amo y señor de todos los anillos como de todas las naciones. Sin embargo, con todo el respeto y con toda la admiración que merece el grande Nelson Mandela, particularmente y me disculpan que lo manifieste, creo que el ser vivo más importante, juzgando de manera global el papel del personalidad en la historia, es el camarada Fidel Castro. La caída del Apartheid y la liberación de los negros y las negras sudafricanos de tan horrible régimen racista, se quiera o no reconocer, deben agradecerse, en mucho, a la revolución cubana, a los miles de miles de cubanos y cubanas que con heroísmo y sacrificio ejercieron el internacionalismo revolucionario en tierra africana donde, entre otras grandes acciones, le produjeron una contundente derrota al ejército del Apartheid y lo frenó de su alocada carrera expansionista y colonialista. Además, Cuba fue quien logró, en mesa de negociación producto de sus victorias en el Africa, la Independencia de Namibia. Y eso, sin lisonja, en gran medida, se debió a la sabiduría del camarada Fidel Castro dirigiendo, muy concentrado y preocupado, una guerra desde lejos y, en honor a la verdad, descuidando soluciones a necesidades propias de su pueblo. ¡Eso es, realmente, un gesto de solidaridad demasiado grande y demasiado hermoso, aunque afecte algunas condiciones socioeconómicas en su propia nación! Amén.

Bueno, volvamos al Concierto. No se olvidó recordar a la famosa cantante Mirian Makiba que popularizó el recordado “Pata pata”. Todas las razas se entendieron, aun no habiendo un idioma universal, y se sintieron identificadas en el arte totalmente ideológico, la música. Cada canción era un clamor de paz, de alegría, de vida, de solidaridad y de ternura. ¡Nunca más Apartheid en el mundo!, porque si la poesía es Neruda, Vallejo, Whitman, Machado, Hernández, Lorca, Byron, Pushkin y tantos que compusieron sus versos para recomponer el mundo que ha andado, desde siglos atrás, patas arriba, la canción es Africa, América, Asia, Europa y Oceanía, encontradas y agarradas de las manos en un Concierto en Sudáfrica para cantar por la paz en el mundo.

Cuando cantaba la hermosa Alicia Flyn o Lyn –no recuerdo bien el apellido-, se produjo un apagón que nos dejó a oscuras y nos quedamos sin energía eléctrica con las ganas ansiosas de mirar y escuchar a Shakira. Minuto tras minuto esperamos ansiosos que volviese la luz, pero todo fue en vano. Shakira será, por nosotros vista y escuchada, en otra oportunidad. A la hora de esto escribir no hemos tenido noticias sobre la marcha de los primeros juegos del Mundial de Fútbol, porque los amigos de la empresa de electricidad que le corresponde la zona donde vivimos, ni siquiera han echado una miradita para saber de las necesidades de energía eléctrica de sus habitantes. Y eso, en nada es culpa del camarada Chávez sino de una gerencia que debe estar bien informada de las realidades de la zona que le compete.

El Concierto negro para todas las razas, aunque cantaron blancos, fue maravilloso, de una altísima calidad artística y humana y aunque no entendí ni pío las letras de los cantantes y las cantantes de Africa y de otras regiones (salvo Juanes que lo hizo en español), me parecieron preciosas todas. Y fue un concierto como si los artistas le hubiesen robado luz al sol en pleno día para que la noche también brillara no en el neón que en las grandes urbes ilumina la mercancía que se oferta en ofensa a las necesidades de los demandantes, sino en la canción que por sí sola hermana a las razas todas en el sueño común que brille y luzca para toda la humanidad.

La mala nota, como si a Mandela lo persiguiera siempre una tragedia, a las horas después de haber concluido el Concierto, se le mató una biznieta. Sentido pésame.



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Freddy Yépez


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