Esto es una lucha de clases, camaradas

El irrenunciable mandato de la conciencia revolucionaria

Decir que hace casi once años el verdadero espíritu revolucionario socialista (camino al comunismo ¡Ah Manuel!) estaba en aquella aventura que emprendimos de la mano del Comandante Chávez, no significa que ese mismo espíritu revolucionario estuviera también en todos y cada uno de los que emprendimos esa marcha.

De hecho, el tiempo en su molienda inmisericorde, fue demostrando que no siempre fue ese espíritu revolucionario el que empujaba la decisión de marchar, sino más bien otras motivaciones, en muchos casos inconscientes y ocultas incluso para los propios interesados. A riesgo de simplificar un panorama humanamente tan complejo nos atrevemos a establecer la siguiente tipología:

a) Se dio la marcha de los enmascarados, es decir, de aquellos que quizás inconscientemente y sin ellos mismos saberlo, ambientalmente, camuflaban sus verdaderos problemas sociales, económicos, de personalidad o vocacionales en este caminar junto a un proceso que exige compromisos radicales. Aquellos que encontraron en la marcha, desde satisfacciones en sus relaciones interpersonales hasta una respuesta a sus frustraciones y resentimientos pero que encontraron en la “camaradería” y el culto a Chávez un remedio mágico a sus insatisfacciones, sus problemas de comunicación y también a sus miedos. Aquellos que angustiados y sin alternativas caminaban por sobre los recuerdos de Puente Llaguno solidarizados con la viejita del semáforo o amasando sueños astrales. Estos son unos.

b) Se dio la marcha de los voluntaristas, los que en el grupo, en los colectivos y hasta en las reuniones encontraron un “lugar” en el que eran “alguien”. Algo así como estar en “algo” de primera línea. Una decisión que los convertía en algo así como luchadores o guerrilleros románticos. Una decisión que muchos tomaron más por una generosidad voluntarista que por una experiencia consciente. Pero el voluntarismo por sí sólo cansa, agota, quema, no funciona porque está apoyado en la voluntad y los deseos y estos siempre estarán sometidos al desgaste de la rutina. Sobre todo, el voluntarismo cansa y agota en cuanto los resultados que se esperan no son brillantes. Son quienes tienen objetivos personales mimetizados en el colectivo. Son quienes buscan hacerse valer por sí mismos y por sus “obras” siempre magníficas y heroicas en su propio concepto, claro, todo para descubrir más temprano que tarde que ni uno ni las otras tienen el brillo ni la consistencia soñada. Es el momento en que o bien se reconvierten las motivaciones, se apela a la ciencia –de allí viene la conciencia- o se produce la “quema”, que conduce inexorablemente al agotamiento y la entrega a los pañitos calientes.

c) También se dio la marcha de los llamados por la conciencia revolucionaria, o de aquellos que –de herida en herida- asumieron la experiencia con todas sus consecuencias. De esta praxis nace el gozo, la movilización y la resistencia que mantienen a la Revolución en el lugar que le corresponde para que sea verdadera.

¿Cuál ha sido en todo este panorama el papel desempeñado por los colectivos populares o por las insipientes comunas? Lo que puede afirmarse con mayor claridad es que su postura ha ido evolucionando hacia mayor y más clara conciencia con el paso del tiempo, que no es poca cosa. En un primer momento no pudo hablarse de un camino claro ni mucho menos de una conciencia revolucionaria iluminadora. Lo impedían la inmadurez de la inmensa mayoría de estos colectivos deformados por la cultura capitalista y sólo revestidos de la emoción que proporciona la esperanza-utopía.

Hoy, bajo muchos puntos de vista, las cosas han cambiado sustancialmente. Mucho de lo que esos colectivos se planteaban como sueños ha ido deviniendo en realidad. Podría decirse que el modo de vivir el compromiso es mucho menos pavoneado y mucho más discernido. De todas formas creemos que es interesante fijarse en algunos rasgos muy serios de nuestro presente. Nos referimos en primer lugar a la dureza material que muchas veces presenta la fidelidad a la Revolución, dada la condición de colectivos sin abierto acceso al poder constituido que habría de convertirse –como lo señala el Comandante- en poder constituyente, y en segundo lugar a las dificultades de tipo comunitario que aparecen cuando las “conquistas” tienen a ser fragmentadas o individualizadas.

a) Es lógico que la actividad de todos los días presente un frente de desgaste y arroje sobre nuestro pueblo la penosa impresión de impotencia e ineficacia en la que muchos de nuestros compatriotas viven en este momento. Además de no renunciar a la imaginación, nos será necesario no perder de vista la paciencia, forma revolucionaria de lograr que las dificultades no determinen las formas de nuestro compromiso y nuestra vocación. Paciencia equivale aquí a “resistencia revolucionaria”, a fortaleza mezclada con confianza en los objetivos: la que tuvo Simón Bolívar en su laberinto; los guerrilleros del Gramma cuando apenas quedaron doce de ellos o Jesús de Nazareth la noche de los resultados desastrosos.

b) El paso del tiempo va produciendo un cierto agotamiento. Nos conocemos más íntimamente, vamos viendo las deserciones, las inconsecuencias o los malos ejemplos y eso también agota. Este es un cansancio que viene de adentro y al que debemos percibir y dominar con una fuerza especial. La vida comunitaria tiene sus propios demonios domésticos, demonios cuyos nombres más comunes suelen ser los “problemas de comunicación”, las “tensiones y problemas personales”, los “problemas económicos”, los “malos ejemplos de vida de compañeros”, y tantos otros. Que se experimenten de forma intensa no tiene nada de anormal, por dos razones. La primera porque van siendo muchos los años de vida en común y saltan a la vista las incoherencias; y la segunda, por las condiciones de trabajo en que convivimos, las tensiones reales y por la poca atención que hemos puesto a la formación teórica. Tenemos la impresión de que a este respecto, la generosidad emocional ha ido muy por delante de la lucidez, el deseo muy por delante de las condiciones reales.


¿Qué soluciones tiene esto? Veamos:

Hacer de la condición de revolucionario-socialista una experiencia llena de vida y conciencia. Para las comunidades todo tiene que ser anuncio profético de una utopía que se va haciendo realidad, absolutamente todo: personas, cosas, acontecimientos, trabajos, estudios. Todo debe ser experiencia de conquista, de triunfo frente al enemigo capitalista.

De la inserción comunal, por lo tanto, debe hacerse una experiencia comunitaria de generosidad, de amor, de imperativo ético y gozo. Esto acontece cuando la conciencia emerge como escudo ante esas situaciones de cansancio, de agotamiento y confusión, y es la esperanza, la alegría y la fe profunda en el conocimiento las que dominan. Cuando eso es así la pertenencia deja de vivirse como el fruto de nuestras decisiones y de nuestra voluntad y empieza a percibirse el fenómeno de la tarea colectiva. Aunada vendrá la acción, el coraje, el análisis dialéctico, la reflexión, la internalización positiva, sin los cuales poco podremos hacer verdaderamente eficaz por la Revolución; pero más al fondo de todo esto, y sin negarlo, uno percibirá que el “ser ahí” y no “estar ahí” es fruto de un irrenunciable mandato de la conciencia revolucionaria, es decir, de ese algo que desde el fondo de la historia nos llama a derrotar el egoísmo, la injusticia y la desigualdad, esa conciencia que nos convoca a derrotar el imperialismo, el capitalismo y todas las formas de explotación o alienación del ser humano.

Antes que ser acción, ser revolucionario es tener conciencia de clase en medio de una batalla tan larga como la humanidad misma: la lucha de clases. Es saberse agente de cambio, protagonista de un éxodo hacia la libertad para reivindicar la sangre, la muerte y la injusticia padecida por nuestros antepasados. Es saber que estamos salvando de la muerte a la humanidad y al mundo.

Hay que hacer de cada uno de nuestros espacios comunales un lugar de construcción y conversión para hacerlos verdaderos. Una experiencia diaria que alcance a nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos, eso que en lenguaje filosófico llaman: ortodoxia, ortopraxis y ortofrenia. Así evitaremos que la experiencia de inserción solidaria se convierta en dominio o reproducción de los viejos vicios heredados de la cultura explotadora, hoy capitalista. ¡Hay tantos valores naturales en nuestras comunas! ¡¡¡Tantos!!!, tantos y tan abiertos a la vida que lo lograremos.


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Martín Guédez


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