Reflexiones sobre la formación de la vanguardia revolucionaria

El tiempo presente demanda una reflexión a fondo acerca de la posibilidad de construir el socialismo sin una vanguardia. El resultado de la reflexión, luego de variadas actividades por comunidades de base, es que esto es imposible. No hay Revolución sin teoría, del mismo modo que no habrá Partido de la Revolución sin una vanguardia capaz de garantizar una acertada conducción del proceso. Hasta el momento –en el mejor de los casos- se percibe más emoción que conciencia. Lo emocional es vulnerable frente a los desencuentros, el voluntarismo o el individualismo en la lucha. La emoción, si no se apoya en una recia conciencia, pasa y termina fatalmente herida por lo transaccional, vale decir por la adhesión por transacciones.

“El cuadro es pieza maestra del motor ideológico que es el Partido de la Revolución”, nos decía el Che. Sólo si se construye una estructura de cuadros profundamente leales, orgullosos de sus ideas, satisfechos con el enorme privilegio de alcanzar ese escalón más alto de la humanidad que es ser un cuadro revolucionario sin esperar ninguna otra prebenda, sólidamente formados y por tanto conscientes, podrá desarrollarse la capacidad para resistir los embates interminables del capitalismo nacional e internacional. El cuadro debe ser un combatiente de élite. Un luchador incansable que asume la responsabilidad de asegurar el cumplimiento efectivo de todas las tareas sin más recompensa que la satisfacción del deber cumplido. Tiene en sus manos la tarea insoslayable de sembrar conciencia del deber social allí donde en principio sólo existe el instinto, la emoción, el voluntarismo o los sueños.

En la formación de esta vanguardia debe evitarse el deslizamiento hacia los extremos infecundos. Si por temor –en muchos casos justificado- se asume la conformación de cuadros con excesivo horizontalismo podría abrirse la brecha hacia una anarquía ciega y sin capacidad efectiva de respuesta. Irreverencia en el debate pero profunda lealtad, disciplina y obediencia en la acción debe ser la divisa. El justo medio entre la libertad de conciencia y la disciplina debe ser la respuesta. La formación de cuadros revolucionarios debe ser piedra fundamental para abordar esta fase del proceso.

Cuadros capaces de comunicar con fidelidad y coherencia absoluta entre la ordoxia y la ortopraxis la teoría y la práctica socialista; cuadros que orienten a las masas actuando en el corazón mismo de ellas; cuadros que capten las ideas y los momentos del pueblo; cuadros que armonicen solidariamente con las necesidades populares y que acompañen eficazmente en la solución de sus problemas; cuadros capaces de captar el estado de ánimo de las masas; cuadros capaces de fecundar con semillas de conciencia socialista los poderes creadores del pueblo; cuadros que no dependan económicamente del poder constituido ni aspiren a serlo ellos mismos, siendo el Partido el que satisfaga sus necesidades; cuadros genuinamente populares de modo que se impida toda forma de separación entre ellos y el pueblo, al mismo tiempo que conserven total independencia para ejercer su labor contralora frente a los factores del poder constituido; cuadros de inserción moviéndose como peces en el agua en medio de las comunidades; cuadros que no hagan valer su condición de tales como jerarquía sino como irrenunciable privilegio de servicio; cuadros -en fin- capaces de superar el triunfalismo o el desaliento debido al voluntarismo.

La Revolución es el camino, y la doctrina la antorcha que lo ilumina, la brújula y la guía segura. En la doctrina recibida de los revolucionarios que nos antecedieron como nuestros Simón Bolívar, Simón Rodríguez o Carlos Marx, Federico Engels, León Trotsky, Wladimir Lenin, Mao Tse Tung, Che Guevara o Fidel Castro, están las antorchas si tenemos claro cual es el objetivo. De allí que el eje central de la formación de cuadros tiene que darse en el encuentro fecundo entre la doctrina y la praxis revolucionaria. Al hacerlo, tendremos cuadros a salvo de las ilusiones del voluntarismo, el individualismo o el revolucionarismo idealista plagado de valores abstractos y ajenos a la experiencia y las exigencias propias de la lucha revolucionaria. También estarán a salvo de los etapismos estériles tanto como del veneno reformista que adapta y cede ante las dificultades. La formación arranca al cuadro de los disimulos y las estampidas, de las meras consignas o el oportunismo pequeño-burgués y lo suelta pleno de doctrina y compromiso en las calles, las fábricas, los campos, las universidades, los barrios o las comunas, dándole rostro humano a la Revolución sin cuya encarnación esta se vuelve distante y minúscula.

Se necesitan cuadros revolucionarios que sean los más conscientes y responsables de interpretar con fidelidad inalterable la política del partido permitiendo a la dirección revolucionaria estar ligada orgánicamente a la clase de los oprimidos y explotados a quienes se sirve y por quienes se lucha. En principio, podríamos enumerar algunas dimensiones que deberían estar presentes en estos cuadros para alcanzar con éxito sus objetivos:

DIMENSIÓN HUMANA:

Un cuadro nunca debe ser ajeno a las necesidades del pueblo. El hecho de poseer por el estudio unos conocimientos jamás debe apartarlo de la gente humilde y sencilla, todo lo contrario: nunca debe estar ausente de los conflictos humanos, de sus fortalezas y debilidades, siempre debe estar disponible, asequible y cercano. Que jamás un cuadro revolucionario aleje con su conducta o modo de vida al pueblo al que sirve por amor. No deben mostrar lujos, vehículos u otros vicios pequeño-burgueses que harán de inmediato que el pueblo los reconozca distantes y ajenos. Cualquier actividad debe estar relegada por la entrega al pueblo, aún si no les queda tiempo para comer o dormir. El cuadro debe ser apóstol entregado a su apostolado o de no serlo bien haría si se aleja con su música a otra parte.

DIMENSIÓN DE MADUREZ:

Todos estamos condicionados por nuestro carácter. Casi siempre resalta en nosotros alguna faceta en detrimento de otra; somos, por lo general, presa fácil de la alegría o el desaliento. En ambos casos el cuadro pierde el equilibrio, se muestra frágil, cambiante y poco confiable. El cuadro debe estar preparado para desechar con madurez esas invitaciones de la emoción que no obedecen a la reflexión serena. Sus palabras y acciones deben ser firmemente reflexivas y equilibradas. Sus palabras y acciones deben estar siempre unidas al objetivo que determina la ortodoxia socialista más exigente. Nada que no conduzca a la profundización del socialismo debe ser cohonestado por el cuadro sin importar de quien pudiera venir la propuesta. Sin perder el calor humano que debe signar su presencia, el cuadro ha de ser siempre fríamente reflexivo en el análisis de situaciones. Debe ser, maduro y cálido en la percepción del conflicto humano pero inalterable e inflexible con los principios.

DIMENSIÓN PEDAGÓGICA:

Un cuadro debe ser modelo de maestro. Debe prodigar una pedagogía personalizada revestida del don de la amistad. Debe hacer de la pedagogía revolucionaria mucho más que meros actos masivos prefiriendo los encuentros personales o en todo caso grupales donde la discusión y el debate, abierto y profundo, propicie la adquisición del conocimiento. Debe tratar a todas, todos y cada uno y una como personas únicas e irrepetibles. Ofrendar el don de un amor de amistad verdadero que proteja siempre al niño o la niña, que libere a las mujeres y que llegue como una luz a los más rechazados y excluidos de la historia. Debe ofrecer con total generosidad una amistad realista, sin ilusiones tontas ni ingenuidades, sin amiguismos torcidos, sin permitir que lo engañen, capaz de ver el corazón de las personas más allá de sus caras. Debe entregar una amistad revolucionaria capaz de equilibrar la exigencia irrenunciable del cuadro con la fraternidad del hermano.

El Partido debe estar muy consciente en “qué” consiste la formación teórica y práctica de los cuadros. Los cuadros deben dominar la teoría como arma indispensable para la lucha de clases y deben estar adornados por las más elevadas exigencias éticas. Esa formación científica, al tiempo que esa coherencia en la praxis, será lo que hará posible el desarrollo de una práctica revolucionaria consciente.

No serán pocos los que encontrarán difícil lograr esta formación llena de exigencias máximas para los cuadros. Quienes así pudieran pensar –acaso con razón- deberían pensar que no estamos hablando de cualquier “profesión” o “ministerio”, tampoco de cualquier tarea o dignidad humana. Hablamos de quienes por amor, humanismo pleno y conciencia, asumen sobre sus hombros y al costo de su vida, la tarea de liberar a la humanidad de la esclavitud histórica a la cual ha sido sometida por milenios. Hablamos de personas que no han sido convocadas para viajar a la Luna, recibir un premio Nobel o ganar muchísima fama y dinero, sino que se sienten convocados para algo infinitamente superior a todo esto. Hablamos de personas que deciden tomar en sus vidas y sus manos el testigo de Jesús de Nazareth en el Gólgota, el de Simón Bolívar en Santa Marta, el de Lenin, el del tío Ho Chi Min, el del Che, el de Camilo Torres, el de Argimiro Gabaldón, el de Alberto Lovera, el de Fabricio Ojeda… y el de tantos otros que pagaron con su vida el magnífico atrevimiento de ser redentores de la humanidad. Hablamos de personas llamadas a subir al escalón más alto al que puede subir un ser humano. Hablamos, en fin… ¡de salvar a la Patria, de salvar a la humanidad, de salvar la vida misma, que al fin es la tarea de estos cuadros y apóstoles revolucionarios!
martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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