Los eternos estertores de una izquierda moribunda

No cabe ninguna duda de que la acción del 4 de febrero fue el acontecimiento político más importante de la llamada democracia representativa. Chávez no podía hacer más de lo que hizo; no tenía entonces los elementos ni los cuadros necesarios y suficientes para dirigir a Venezuela. Comprobó en aquel momento que la izquierda venezolana no existía. Que quizá nunca había existido. Entonces produjo un amago terrible de lucha, pero sólo desde el sector militar que casi echa por tierra al gobierno.

Se activaron todas las alarmas de un posible cambio, pero la ultra-derecha fue la que mejor se preparó para tomar el timón.

El presidente Carlos Andrés Pérez, luego de ese inesperado e incontrolable susto, comenzó desmoronarse; no daba pie con bola, nombraba comisiones consultivas, recibía a todo el mundo en Palacio y pretendió engañar una vez más al pueblo con soluciones en las que ya nadie creía; el mundo se le vino abajo; se fue quedando solo, y buitres de todos los colores y tamaños le fueron minando su posición hasta echarlo de Miraflores. En esta tarea de reducirlo a cero políticamente trabajaron incansablemente los doctores Ramón J. Velásquez, Ramón Escovar Salom y Rafael Caldera.

¿Por qué Chávez cambió tan rotundamente el curso de la historia con ese ramalazo? ¿Con qué contaba para sacudir a un estado de cosas tan viejas, y que parecían inamovibles?

Los aliados formidables de Chávez en aquel momento para lanzar su ataque fueron la colosal corrupción del gobierno de CAP, heredada del gobierno del Lusinchi, y éste de Luis Herrera…; la obscenidad descarada de esas amantes que hacían lo que les daba la gana en Miraflores. La élite de altos oficiales que servían prácticamente de cabrones de estas amantes de los presidentes Lusinchi y CAP, y que ponían a sus servicios los sagrados recursos de la nación: aviones, yates, islas exquisitamente atendidas para sus francachelas y caprichos, y la vida ostentosa de princesas que llevaban en el exterior.

Aliados formidables de Chávez fueron en aquella época, la enorme degradación de los partidos; la mediocridad de nuestros dirigentes, la horrible desorientación y la furiosa canalla antipatriótica de nuestros tecnócratas y empresarios.

Cuando se atentó con CAP hubo un suspiro largamente contenido: "-¡Al fin alguien se atreve. Esto no podía continuar!". No se trata como pretendió hacerlo ver el farsante Abelardo Raidi quien estuvo monocordemente machacando que Chávez había tirado por un barranco nuestra economía, él quien era uno de los asiduos visitantes del Palacio de Miraflores cuando allí gobernaba Blanca Ibáñez, para solicitar ayudas para sus frívolas y faranduleras causas. Que el problema de la inestabilidad financiera era sólo culpa de Chávez y que los conspiradores dañaron la "buena imagen" que tenía el país para que aquí llegaran los inversores extranjeros.

Aquí el Estado estaba podrido, envilecido, todo el mundo denunciando, pero el pueblo incapacitado para hacerse oír, para poder cambiar en algo positivo el sofoco de la improvisación, del caos, de la injusticia y del desdoro en todos los niveles del gobierno.

Pero claro, Chávez no tuvo posibilidad alguna de tomar el timón del país, y esto si fue fatal. Los alzados sólo dieron un empujón, pero sólo con ello provocaron un caos incontrolable, y entonces CAP sí supo lo que era gobernar teniendo en contra casi todo el país. Fue cuando nos dimos cuenta de que no existía ninguna izquierda en Venezuela. Que todo era un cuento de viejas. Y se desató una brutal declaradera en la que resaltaba que había que reflexionar. Los que se hacían llamar de izquierda iban a Miraflores a declarar su apoyo a la democracia. Fue Petkoff, fue Pedro León Zapata, fue Cabrujas, Manuel Caballero, etc. La frialdad del pueblo harto de todo provocó que algunos de sublevados se dividieran. Luego los partidos, los empresarios, con todo el poder de la información en sus manos, con las inmensas redes todavía de la banca haciendo sus macabros negocios, pasaron a la ofensiva.

Caldera, sibilino y astuto puso en marcha cincuenta años de arteros golpes contra sus propios conmilitones de partido y la refinada máquina de sus ardides divinas le hicieron ver que sólo tocando las fibras patrióticas de una población en el más alto grado de la degradación moral, totalmente frustrada, podía se manipulada para que el poder no se les fuera de las manos; quedara en manos de los eternos delincuentes nacionales.

Tanto Caldera como Eduardo Fernández hacían lo imposible por salvar a CAP, porque salvándolo salvaguardaban sus propios intereses y sus propias familias; pero Eduardo Fernández no tenía el talento cizañero de su maestro, porque con teatro bestial Caldera se puso a llorar en el Hemiciclo, a lanzar imploraciones al cielo, y conmovió con sus arengas hasta a sus propios y más feroces enemigos. Todos estaban conmovidos por esta llorona, sobre todo eso que aquí se llamaba izquierda. Hoy Douglas Bravo dice que Chávez no le ha cumplido a la izquierda. ¿A qué izquierda del carajo, si nunca ha existido?

Caldera, claro, no podía estar explicando su plan magistral a sus viejos conmilitones, y fue moviéndose por todas partes con la espada de la redención en plazas, calles y mercados. Mucha gente estaba asustada, pues como había capitalizado las simpatías de los enemigos al sistema que eran la inmensa mayoría, bajo cuerda, comenzó a reunirse con algunos mafiosos de la banca, con militares de derecha que habían sido desechados por CAP y les hizo saber que todo iba a volver a su antiguo cauce, pero que tuvieran paciencia, y que le dejaran a él jugar sus cartas.

Cuando triunfó de nuevo, se fue de bruces creyendo que ya Chávez era un "desperdicio" y le ofreció un cargo; pero el doctor Caldera se equivocaba: Chávez no era Arias Cárdenas y no se iba a convertir en el funesto intérprete y canalizador de su gran trampa.

Recuperado el sistema, salvadas las eternas lacras de los partidos, abierto el campo para las elecciones, Calderpo creyó haber inhabilitado a Chávez moral y políticamente; creyó haberlo arrinconado, sin banderas y sin empuje social, porque creyó Caldera que del modo más asombroso la Nación estaba volviendo de nuevo al pantano de su pertinaz sofoco y frustración. Hasta tal punto lo creyó, que una mafia de dueños de periódicos y de televisión comenzó a prepararle el regreso a CAP.

Chávez tuvo que aprender una manera diferente, audaz y novedosa de hacer política; él estaba aprendiendo de su fracasó porque pensó en los demás (en la Causa R, en el PCV y hasta en el MAS) para que le ayudaran a gobernar: error fatal. Ahora trataba de escuchar a mil diferentes sectores, escuchando sobre todo a su corazón, a la confianza en sí mismo, como lo hacía Simón Bolívar.

Al mismo tiempo Caldera ganaba tiempo conociendo profundamente a toda la podredumbre política del país, y pretendía que también podía asesinar el sentimiento que Chávez había sembrado en el pueblo.

Caldera había hecho el milagro que nadie pudo imaginarse: el de desagraviar históricamente a CAP, hacer que CAP volviera a la política como un héroe, como dios y salvador. Caldera logró un milagro realmente fabuloso, al estilo de aquel Rómulo Betancourt que nos hizo amar profundamente la época de orden, de trabajo, disciplina que aquí supo implantar el general Marcos Pérez Jiménez. Una historia que da arrechera. La verdad.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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