Cristo de nuevo crucificado en el Pueblo

Tomo este título de una novela de Nikos Kasansakis que en su oportunidad me conmovió. Es también Pablo de Tarso, en la carta a Romanos que se la atribuye a él, quien afirma que cuando no se ama, cuando no se da la vida por el pueblo, entonces es uno mismo quien toma a Jesús, lo pone sobre una cruz, martilla los clavos en sus muñecas y pies y lo crucifica de nuevo.

Es preciso reflexionar que Jesús es el pueblo, está en ese pueblo y en él vive; que Jesús está en cada persona que sufre injusticia, exclusión o tortura. Es en la humanidad actual, esta humanidad hambrienta y sometida a la explotación en la cual Jesús es crucificado de nuevo. ¿Por qué?, porque al permitir el sufrimiento del pueblo estamos esterilizando o haciendo inútil su sacrificio. Así también es con Bolívar a quien perseguimos hasta la muerte de nuevo, o a Ernesto “Che” Guevara, o a Argimiro, o al Chema, o tantos y tantos otros cuyos sacrificios gloriosos convertimos en simples anécdotas Entonces, tiene que resonar en los oídos de nuestra conciencia las palabras de Bolívar en Santa Marta: "¿para qué tanto sacrificio?"

La humanidad entera se encuentra ante esta dolorosa paradoja. Por millones, en pueblos y pueblos enteros, el capitalismo crucifica por ambición y egoísmo a la humanidad y asesina a la madre tierra. Alguien podría decir que en la historia, al menos desde la aparición del “pecado original”: (la explotación de unos hombres por otros), siempre ha habido pobres y pobreza. Eso es cierto, la historia humana es una cadena de crucifixiones sin tregua, pero nunca como hoy esa paradoja es más inhumana y absurda. Ha alcanzado la humanidad estadios de dominio de la ciencia y la tecnología tales que el hambre, la miseria, la injusticia y el terror sólo tienen anclaje en la voluntad de unos pocos. No mueren de hambre millones de criaturas no porque no haya capacidad para producir alimentos, mueren de hambre por voluntad de un sistema que los condena a la muerte como condición para preservar sus repugnantes privilegios de los amos capitalistas.

Este dolor por la crucifixión tiene que ser superado por la humanidad entera con la gloria de la resurrección. Una resurrección que tiene que ser antorcha que ilumina y esperanza para todos los crucificados del mundo. Hay una relación directa entre crucificados y resurrección como la hay entre pobres y socialismo. El socialismo como salvación y resurrección, y como libertad y plenitud de la humanidad crucificada por el capitalismo tiene que convertirse en símbolo universal de esperanza, que dejará de ser utopía en la medida en que los hombres y mujeres participen en su construcción con claridad y coherencia.

Los crucificados de la historia esperan la salvación socialista. Para ello es necesario el poder; un poder que se use para transformar las relaciones de producción, distribución y consumo de bienes; un poder que transforme las superestructuras condicionantes del pensamiento; un poder que no le enajene al pueblo su poder para ser libre y pleno; un poder creíble.

Un poder creíble lo es, cuando ortodoxia y ortopraxis son coherentes, absolutamente coherentes. Las promesas por sí solas no desencadenan necesariamente la esperanza, como no lo hacen las consignas por maravillosas que estas sean; esto sólo se logra cuando las promesas y las consignas se pronuncian desde la credibilidad. Por ello es tan importante manifestarse socialista y vivir como tal. Esa credibilidad necesaria es vapuleada cuando –lo decía el Che- se viaja a cumplir una misión y se hospeda en los más lujosos hoteles, libando las bebidas más caras y comportándose inmoralmente tal como lo haría un burgués cualquiera.

El socialismo y quienes lo encarnan tienen que apuntar hacia un futuro absoluto, pero también al presente histórico. No nos detendremos ahora a señalar las perniciosas consecuencias que tienen sobre la esperanza del pueblo los malos ejemplos de conducta. Bastaría con señalar que los más rechazados y hasta maldecidos por Jesús en su Evangelio fueron precisamente los fariseos. ¿Quiénes eran los fariseos?, ¿gente mala acaso?, ¡no!... gente buena, gente cumplidora y gente que parecía y no era. Esto último, según mi criterio, lo peor para la credibilidad de un cuadro o misionero por el efecto letal que tiene sobre la emoción de la gente.

No tenemos tiempo, el pueblo venezolano y la humanidad entera tienen su esperanza puesta en este proceso revolucionario. ¡No los traicionemos! Con seguridad, la sabiduría del pueblo sabrá distinguir el oro de la bisutería barata, bastará llevar la palabra acompañada del ejemplo para que ese pueblo se suba al carro de la esperanza y seremos invencibles. Vamos hacia las elecciones de noviembre armados de coherencia de vida, de conciencia de clase, de solidaridad militante, de amor del bueno y…¡VENCEREMOS!

¡CONCIENCIA Y COHERENCIA RADICAL!
Nuestras primeras necesidades.
¡VENCEREMOS!


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Martín Guédez


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