La Revolución de Octubre

En este octubre-noviembre se cumplen noventa años de uno de los más
formidables acontecimientos de la historia, amasado en esperanza,
coraje, ira, generosidad, fuerza de pueblo y puesta masiva de la vida
en la determinación de transformar las relaciones entre los seres
humanos.

En el país más extenso del planeta, habitado por muchedumbres que ya
no podían soportar más la opresión multisecularmente ejercida (y
sintetizada hasta hacía poco en el "soberano" padrecito zar), la doble
explotación de su trabajo en las tierras y las fábricas y la
carnicería en que los poderes imperialistas habían convertido Europa
buscando un nuevo reparto colonial, se fundieron en un solo nudo la
revolución proletaria contra la burguesía, la revolución campesina
contra los terratenientes, la revuelta de los soldados contra la
guerra y la decisión mayoritaria de crear un nuevo tipo de poder.

"Diez días que estremecieron el mundo" --como testimonió el gran
periodista norteamericano John Reed, reportero de dos revoluciones, la
primera "México Insurgente"--, iniciaron una conmoción que signó con
fuego el siglo XX y partió en dos la geografía, el acontecer histórico
y la concepción de la sociedad y de la vida.

En febrero de 1917 fue derribado el zar y se abrió cauce a la
revolución liberal burguesa contra un orden en el que el feudalismo
primaba sobre el capitalismo. Pero el gobierno provisional encabezado
por Alexander Kerensky desatendió los problemas de la tierra y el
trabajo y prosiguió la guerra imperialista.

Y a partir de abril, cuando el exiliado Vladimir Uliánov, con nombre
de batalla Lenin, retornó a ponerse al frente del pequeño partido
bolchevique, se desencadenó una lucha de ideas y combates sociales que
fue transvasando el apoyo de las mayorías, de las organizaciones
burguesas y pequeñoburguesas a la dirigida por Lenin.

Éste demostró ser un jefe político genial, maestro de la estrategia y
de la táctica, del desarrollo teórico cimentado en el socialismo
científico de Marx y Engels y del "análisis concreto de la realidad
concreta". Siete meses después, el 25 de octubre por el viejo
calendario juliano que hasta esos días rigió en Rusia, 7 de noviembre
por el nuevo, llamado gregoriano, de vigencia universal, la
insurrección encabezada por los soviets (consejos) de obreros,
soldados y campesinos derribó el gobierno de Kerensky, y Lenin anunció
desde el Palacio de Invierno, en Petrogrado (antes y ahora San
Petersburgo), que comenzaba "la construcción de la sociedad
socialista".

Sus dos primeros decretos fueron el de la paz, para traer de vuelta a
los soldados, y el de la tierra, para reivindicar a los trabajadores
del campo, y luego la supresión de la propiedad privada sobre los
medios de producción y su transformación en propiedad social
estatalmente gestionada. Catorce ejércitos burgueses intentaron "matar
la criatura en la cuna" (Churchill) y no lo consiguieron; tampoco pudo
hacerlo la hambruna, provocada en gran parte por la acción de ex
propietarios y campesinos ricos (kulaks), ni la posterior arremetida,
orientada por las "democracias", de la maquinaria bélica más potente
de la época, la de la Alemania nazi, de cuyos sombríos propósitos el
Ejército Rojo salvó al mundo.

Pudo hacerlo, sí, la inconsecuencia interior. Lo que bajo la dirección
de Lenin fue democracia máxima relativa, con el pueblo en la calle y
discusión ilimitada, con un gobierno de obreros y campesinos que por
vez primera creaban un Estado de la mayoría, donde la dictadura que
todo Estado representa per se dejaba de serlo de la minoría, se
transformó progresivamente en un régimen burocrático, donde los
gerentes supeditaron a los trabajadores y los agentes de gobierno a
los ciudadanos. Ello nacido tal vez de la necesidad de la defensa
contra la hostilidad a muerte de los poderes mundiales dominantes,
pero acunado en mentalidades que no confiaban en las multitudes y se
fueron encerrando dentro de círculos cada vez más reducidos, que
confiscaban el poder colectivo en la misma medida en que perdían su
perfil de revolucionarios verdaderos.

La "dictadura del proletariado" se fue convirtiendo en una dictadura
de gobierno, crecientemente lejos de Marx y de Lenin y ajena al
apotegma de que "un marxista no acepta jamás la opresión". Y lo
hicieron engañando al pueblo, usando la misma suerte de mecanismos con
que la burguesía viene alienando al mundo.

Pero el Gran Octubre puso a temblar al capital, probó que puede ser
vencido, le arrancó para los explotados concesiones de temor, creó
desde el atraso feudal un poderosísimo país y nos dejó el sabor de la
esperanza a todos quienes tenemos hambre y sed de justicia.
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Yo le agrego:

Aprendamos de ella para que no caigamos en el mismo error.

Jose Q.


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Freddy J. Melo


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