La política woke, un producto creado para que finalmente los llamados progresistas la hayan utilizado para poder decir a las gentes que tienen algo que vender con la etiqueta de progreso, ha sido calcada de las estrategias del capitalismo global, dirigidas a vender más. Ambas tienen claros objetivos comerciales, la primera, orientada a ganar votos y, la otra, exclusivamente a hacer dinero en el mercado. En cuanto al punto de arranque, sucede lo mismo. El eslogan de despierta, viene a decir que todas las personas, debidamente agrupadas, cuentan, incluso las que no contaban, entendido tanto en términos de propaganda como de publicidad, pero siempre y cuando cumplan con la exigencia de mantenerse fieles a la doctrina capitalista. En definitiva es un promover el despertar, pero de boquilla, con la condición de se siga durmiendo, para que el negocio tome nuevos bríos, aprovechando el sueño de la igualdad y la mejora de la calidad de vida, dejando claro aquello de que los sueños, sueños son.
Que las gentes despierten, es decir, que recuperen su individualidad, no está realmente en el programa, solamente se trata de que determinados grupos se sientan protegidos por el mandante estatal de turno, mostrándose confiados y agradecidos a la política burocratizada. Entiéndase, más votos fieles a cambio de poca cosa real, mucha verborrea política y el dinero efectivo, que lo pagarán los verdaderos contribuyentes. En términos económicos, el asunto de los favorecidos grupales por la política woke se resume en que los que tienen dinero gasten más, animados por la euforia de sentirse socialmente importantes y, los otros, que gasten también, pasando la factura a la hucha común de la ciudadanía. Entiéndase, en este caso, que se trata de promover un mayor negocio para el mercado, apoyado en el despilfarro del dinero público. Las objeciones al modelo se reconducen a que si bien procurar una buena vida a las gentes, en términos de igualdad, sería acertado, no lo es si el plan va dirigido a privilegiar a determinados grupos y hacer del asunto simple espectáculo mediático, y poco más. Lo que supone llevar el tema al terreno del negocio y el engaño. Negocio para el que vende y engaño para el que consume ingenuamente, entregado a la creencia doctrinal de que pinta algo en la escena, cuando solo está sentado en el patio de butacas. Entretenido con el espectáculo, el favorecido, que no vive su vida, porque se ha encerrado en el gueto grupal, se nutre de las creencias y fantasías de grupo, alimentadas por la política woke. Este pasa a ser el objetivo del llamado despertar, es decir, continuar durmiendo con otras imágenes mentales, creyendo aparecer en el centro de la escena, mientras se permanece como espectador. Se trata de vivir de apariencias y sentir conforme ordena la moda del momento, que exige estar al día, cumpliendo con la publicidad, lo que se corresponde en términos reales con seguir durmiendo.
Si para determinadas personas, la política del despertar aplicada por aquí solo anima a la fantasía, manifestada en la creencia de algunas gentes de ser protagonistas sociales, cuando en realidad se trata de hacerles objeto de consumo político y de mercado, para los artífices no es así. Primero, es un negocio que les concede mayor poder sobre las personas, porque se encargan de transmitir creencias a las gentes, especialmente haciendo ver que ellos, como gestores del invento, son los mejores, los selectos, los herederos de la aristocracia, las elites necesarias para conducirles a buen puerto. Segundo, se trata de crear dependencia política, infiltrando en los colectivos beneficiados la creencia de que son sus salvadores, los que les van a resolver todos sus problemas, los buenos de la película, y que sin ellos todo será maldades para el clan —luego la realidad vendrá a decir que les dejarán tirados en la cuneta a la primera de cambio—. Tercero, con la etiqueta progreso, como base del negocio, los selectos políticos y económicos, se limitan a vender ocurrencias, mirando exclusivamente a sus respectivos negocios, porque son buenos vendedores de ilusiones, pero de progreso social nada, Cuarto, la política pasa a ser puro espectáculo de diversidad en términos de entretenimiento mediático, y las divergencias sociales ante el avance de los privilegios, impide cualquier intento de entendimiento social; mientras para el mercado, a mayor diversidad, mayor negocio. Quinto, crece el número de creyentes serviles, incapaces de ser ellos mismos fuera de la manada. De cuidarlos se ocupa la burocracia pública que les protege, al ser blindados con sus leyes y subvenciones, mientras la burocracia privada, además de explotarlos comercialmente, les exige cómo deben dejarse explotar.
Para los favorecidos, la política woke es dejarse llevar cómodamente por la burocracia, que anuncia el despertar de algunas gentes, cuando en realidad, lo que interesa es que política, económica y socialmente sigan durmiendo. El método es útil para el poder dominante en algunos países porque, si tuviera lugar el despertar real de todos, las gentes descubrirían que la situación es deprimente, sencillamente porque así no viven su vida, sino una existencia prestada, alimentada por el espectáculo de adormecimiento que suministran los mandantes y sus asociados para entretener al personal y continuar explotando las distintas facetas del negocio. Al final, en un plano de generalidad social, más allá de los privilegiados ocasionales, resulta que imponiéndose tal dependencia de las elites, porque es de lo que se trata, las masas son incapaces de tomar su papel real, que no es el de servidoras de las minorías dominantes, sino el de encargadas de regir su propio destino sin condicionantes, manejos e intereses de mercaderes, clases y grupos sociales.