Las cartas sobre la mesa y una mano adelante y otra atrás

Desde que escribo artículos de opinión, me preguntan constantemente qué
pienso sobre ciertos aspecto de la política como si yo fuera experta en
la materia. Me halaga mucho que consideren mi opinión como algo
importante pero de ahí a creerme una taquititaqui hay un enorme trecho.
Confieso, para aliviar mi alma y mi buzón, que mi formación política es
nula. Las cartas están sobre la mesa.

La teoría me aburre, debo admitir no sin un poco de vergüenza. Recuerdo
que cuando era una pava besaba el suelo por donde caminaba Rodrigo. El
era un estudiante de economía brillante que logró ser el único muchacho
al que mi papá miraba con ojos de suegro.

Rodrigo era perfecto, un lector insaciable, estudiante destacado,
guapo, responsable, inteligente y respetuoso. Intercambiamos libros e
ideas por temor a intercambiar fluidos corporales, aún cuando había
algo entre nosotros que el llamaba química y yo, mas simplona, lo
llamaba no se qué.

Un día mi no se qué y su química decidieron que debíamos ir juntos a
una fiesta a ver si podíamos hacer cuajar algo que nunca cuajó. ¡Ay!
Les conté el final. Bueno, que sea como esas películas que empiezan con
el protagonista muriendo desangrado y van de atrás para adelante.

Rodrigo se presentó aquella mañana en mi casa, sus manos siempre
seguras, estaban sudadas y temblorosas. Carola, –dijo con voz
entrecortada y mi cuerpo se puso como sus manos. Me lo va a decir.
–Estaba emocionada como aquella adolescente que había dejado de ser
hacia apenas unos meses atrás.

El hecho es que sus palabras me dejaron boquiabierta, sudorosa y un
poco desinflada. No se bailar –dijo. Pero no te preocupes porque he
tomado clases. Unas palabras inesperadas a cambio de otras que llevaba
meses esperando. Había tomado clases, pobre Rodrigo , pero como era tan
inteligente y destacaba en todo lo que hacía, no perdí la esperanza y
le sonreí como para calmarlo… como para calmarnos.

Muchacho baila esta cumbia que esta cumbia si esta buena… Esa me la
enseñaron, vimos cumbia merengue y salsa. – Pobre Rodrigo, bailaba
mirándose los pies y contando en voz baja. Un, dos, tres, un dos tres…
La Cumbia Cienaguera que se baila sabrosona…

Supongo que si se baila sabrosona en la ciénaga pero en esa fiesta, esa
noche y con Rodrigo no. Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba, disfruta
las cosas bueeeenas que tiene la vida. –Suplicaba el sabio merengue de
Willy Colón, pero Rodrigo insistía en mirarse los pies, un, dos, un,
dos, a ritmo de merengue académico.

¿Seguimos? ¡Siiii!, ¿Paramos? ¡Nooo! –gritaba la multitud sumida en la
sabrosura. Rodrigo también decía si y no cuando correspondía y como
correspondía. Yo gritaba lo contrario y pedía parar de una vez la
cadeneta de pisotones, traspiés y desilusiones que estaba padeciendo.

Yo no era una pava banal, realmente no habría importado tanto el hecho
de que Rodrigo no diera pié con bola en lo que al baile respecta. Lo
que pasa es que, a medida el que tropezaba, resonaban en mi cabeza las
palabras de una amiga ninfómana que yo tenía entonces: ‘’Si tira como
baila…

Hay cosas que no se aprenden el los libros y bailar es una de ellas. Al
final de la noche Rodrigo me llevó a mi casa, me acompañó hasta la
puerta y bajo la luna menguante me besó. Me quedé paralizada viendo
como partía canturreando un merengue que no supo bailar. ‘’Si tira como
baila…’’

Nunca lo supe, solo supe que besaba como bailaba y mi amor, igual que
la luna, fue menguando hasta desaparecer.

¿Qué por qué cuento esto? Porque hay cosas que se sienten mucho antes
de que nos las expliquen. Hay cosas que sabemos hacer, o no, muy a
pesar de la teoría.

Discutían sobre política unos amigos el otro día y yo, pepita
preguntona, pregunté. Yo quería saber si podía ser una buena
revolucionaria a pesar de no haber leído nunca a Marx. Es verdad, nunca
lo he leído y tengo tanto por leer que siempre lo voy dejando para un
más tarde que nunca llega. Hay tanta literatura, siglos y siglos de
escritores y poetas para leer en una sola vida tan atareada, con dos
niñas un marido, cuentos, artículos, una casa en construcción,
almuerzos por cocinar… Termina uno convirtiendo el baño en una sucursal
de la biblioteca. ¡Bendita sea la gastroenteritis!

Obtuve diferentes respuestas, como suele suceder cuando uno habla de
estas cosas, Desde no lo leas que ni los marxista se lo calan, pasando
por es bueno leerlo porque no está de más, algún tienes que leerlo y te
lo calas, hasta una serie de descalificaciones solo porque me atreví a
preguntar.

Todavía no contenta con las respuestas me dispuse a leer al hombre que
inspira tantas pasiones y le estoy entrando despacito, como con miedo.
No ese miedo necio de los que temen al comunismo por que los comunistas
comen niños. Tengo miedo a confirmar una sospecha.

Yo estudié en un colegio católico, ya les advertí que vamos para
adelante y para atrás. En los años que estudie allí me embutieron la
palabra de Dios, te alabamos señor. Leíamos la Biblia y al principio
nadie entendía nada, entonces un experto cura nos traducía las
parábolas de Jesús. La traducción en nada se parecía a lo que yo había
leído, pero el que sabe, sabe y uno va y se lo cree porque si no, te
quedas sin recreo.

Más tarde y mas madura, me dio por revisar un poco aquellas parábolas,
es que no me podía tragar todo aquello que en lugar de acercarme, me
alejaba más de Dios. Así descubrí que la palabra de Dios viene con
libre albedrío incluido, que cada uno entiende lo que le conviene, que
hay quien la hace suya y se endiosa, que si a algunos eleva a otros
aplasta contra el suelo, que nos clasifica en mejores o peores, en
aptos e ineptos. Cosa complicada la palabra de Dios.

La palabra de Marx me ha venido dando esa misma sensación, aun antes de
leerla. Demasiadas interpretaciones de gente que se supone apunta al
mismo blanco. Parecen ajustarlas a sus propias necesidades. El nivel
emocional que adquieren las discusiones sobre el tema hace muchas veces
que la pasión nuble a la razón. De ahí mi miedo de entrar en aguas
oscuras donde una vez nadé como loca tratando de mantener la cabeza a
flote.

Sigo preguntando si es posible ser un buen revolucionario sin saber ni
papa de marxismo. Pregunto como para ver si algún día nos ponemos de
acuerdo. Y pregunto más cosas: el sentido de justicia que se tiene,
quien lo tiene, desde siempre, ¿cómo se teoriza? ¿Se agudizará más
leyendo sobre la opresión que viviéndola junto a los oprimidos? y la
lucha de clases, ¿no es evidente? ¿es que nadie ha visto a un conserje
humillado por un presidente de junta de condominio? ¿nadie se ha dado
cuenta de la necesidad de que se respete la labor de un obrero igual
que la de un doctor?

Si pero ¿cómo se lucha, como se hace una revolución? ¿hay una formula
única y patentada para hacerlo? Yo no lo creo. Yo creo, en medio de mi
ignorancia y dejándome llevar por mis seis sentidos femeninos, que
todas las revoluciones han sido, son y serán la continuación de la
primera batalla que libró algún cavernícola que se sintió despojado de
sus derechos primordiales. Aquel que cazó al oso y le tocó comer
pellejo.

La revoluciones, según mi instinto, son la búsqueda de igualdad y
justicia. Que cada pueblo libra su propia revolución tomando lo que le
sirve de luchas pasadas y creando nuevas estrategias que se adapten a
su situación particular. Que la lucha es en el fondo la misma, pero el
entorno y el tiempo no.

Una de las cosas que más me perturbó en esta discusión fue la sensación
de que si se acababan las diferencias sociales, comenzaría otra lucha
de clases: la de las clases intelectuales. Como tu no sabes nada de
Marx yo soy mejor revolucionario que tu, soy más necesario, soy quien
dirige tus ideas. Como que el mismo negro con otro cachimbo.

Yo se del capitalismo lo que aprendí viviendo dentro del sistema, jamás
leí teoría alguna, se lo que no quiero, se a donde quiero ir, se que
tipo de mundo quiero para mis hijas, les enseño a vivir en el aún
cuando este no exista porque yo voy a hacer todo lo que esté a mi
alcance para no defraudarlas. Es mi compromiso con la revolución no
faltarle a mis gorditas y a sus amigos y a los amigos de los amigos.
¿Qué mi compromiso sale de mi propio ombligo? Si, y eso me compromete
más.

Ya voy leyendo a Marx muy a mi pesar y no se por cuanto tiempo. Jorge
Amado, Cortazar, El Ché y siglos y siglo de literatura me esperan
impacientes en las estanterías de las bibliotecas. Así que ya conocen
la verdad desnuda, aunque, con un poco de pudor, dejé una mano adelante
y la otra por detrás y un paraguas al ladito por si cae un chaparrón.

carolachavez.blogspot.com
tongorocho@gmail.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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