Y su vida, ¿tiene sentido? El venezolano, su tragedia y el sentido de la vida

Venezuela lleva más de un lustro en hiperinflación, y ya casi una década en una crisis inenarrable. Millones de venezolanos han huido del país, otros millones solo sobreviven dentro de él. La actual agudización de la pobreza viene de la mano de la acelerada devaluación del dólar, tanto de la mano del gobierno (tasa oficial que ya superó los dieciséis bolívares por dólar), como del llamado "Dólar criminal" que, qué duda cabe, es manipulado para la creación de malestar económico social.

Ante esta exasperante situación devenida en tragedia, aderezada por un infame bloqueo económico financiero, el venezolano, en general, se percibe a sí mismo como sujeto cuya vida no tiene sentido. Carlos Marx, en un claro error que le ha sido enrostrado muchas veces, pensaba que, al satisfacer las necesidades económicas del individuo, éste sería, básicamente, pleno. Era una visión economicista. Lo material es necesario, muy necesario y hasta mortalmente necesario (comida y medicinas), pero no es lo único, ni siquiera lo más importante; pero para el venezolano sí lo es, y es por eso que la situación que atravesamos nos es más trágica aún. Pareciera que si no tenemos acceso al consumo entonces nuestras vidas carecen de sentido.

Destacaré dos pensadores que, a pesar de que parecen estar en las antípodas el uno del otro, en mi criterio se complementan y pueden ser de mucha ayuda en estos momentos. Ellos son Viktor Frankl, psiquiatra, neurólogo, escritor, creador de la Logoterapia y sobreviviente de los campos de concentración, y Albert Camus, filósofo y escritor.

En su libro "El hombre en busca de sentido", Frankl narra cómo fue su experiencia en los campos de concentración alemanes durante la Segunda guerra mundial y cómo pudo sobrevivir. Hay un pasaje en su libro, que transcribiré a continuación, que ilustra también la situación que viven muchísimos venezolanos (salvando las distancias, claro). Dice Frankl:

"En peores condiciones se encontraban los enfermos que necesitaban cuidados especiales; es decir, aquellos a los que se les permitía quedarse en el barracón en vez de salir a trabajar. Cuando desaparecían por completo las últimas capas de grasa subcutánea, y presentábamos la apariencia de esqueletos disfrazados con pellejos y andrajos, comenzábamos a observar cómo nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos. El organismo digería sus propias proteínas y los músculos se consumían; el cuerpo se quedaba sin defensa. Uno tras otro, morían los miembros de nuestra pequeña comunidad del barracón. Éramos capaces de calcular, con estremecedora precisión, quien sería el próximo e, incluso, cuándo nos tocaría a nosotros. Tras repetidas observaciones, conocíamos los síntomas a la perfección, de ahí el certero acierto en nuestros pronósticos, que jamás solían fallar. "No va a durar mucho", o "Ése es el siguiente", nos susurrábamos entre nosotros. Y por la noche, al comenzar la operación de despioje, a la vista de nuestros cuerpos desnudos, todos pensábamos más o menos lo mismo: este cuerpo, mi cuerpo, es ya un cadáver. ¿Qué ha sido de mí? No soy más que una pequeña parte de una enorme masa de carne humana..."

Quién no ha visto, en nuestro país, a amigos, familiares o cercanos convertidos en esqueletos. Creo que todos. ¿Pero qué hizo Frankl? ¿Cómo encontró sentido para su vida?

Frankl nos dice que el sentido de la vida está en hallar un propósito, aun en las peores circunstancias. Si tenemos un propósito de vida, un "por qué", entonces podemos conseguir los "cómo". Él había trabajado mucho en una nueva teoría terapéutica e incluso llevó su trabajo en forma de borrador al campo de concentración, el cual le fue quitado por uno de los guardias y posteriormente destruido. ´Frankl creyó firmemente en que recuperar su trabajo (volver a escribirlo) le daba sentido a su vida y, entonces, encontró los cómo. Para este autor, el ser humano no tiene la obligación de darle a la vida un sentido universal, es decir, llenar este tema de abstracciones; más bien, indica que es cada individuo el que debe darle sentido a su propia existencia, y que es posible también que mientras dura la vida vaya el ser humano cambiándole su sentido. Pero tiene algo claro, y es que es fundamental darle sentido a la vida para poder vivirla lo más humanamente posible, lo más plenamente posible, evitando así lo que llama sufrimiento inútil.

Nótese que aquí el hombre no es un sujeto pasivo en su propia existencia, no es un bambú que mece el viento de un lado a otro sin que pueda hacer nada; no, el hombre es sujeto activo y responsable plenamente de su vida, y dentro de sus responsabilidades está la de darle un sentido.

En su forma de terapia indica que es posible darle sentido a la existencia a través de la consecución de tres tipos de valores, estos son: valores de creación, valores de experiencia, valores de actitud. Los valores de creación están relacionados con aquello que hacemos, la intensidad con la que nos entregamos a una tarea y el compromiso personal que ponemos en ella y su realización. Así vemos la radical importancia de tener algo que nos apasione o nos motive profundamente. Los valores de experiencia son aquellas emociones, vivencias y momentos significativos que recibimos a partir de nuestra interacción con el mundo y con otros seres humanos (importancia del hombre como ser social y el consiguiente aprendizaje). Por último, los valores de actitud son posturas sobre la vida que se desarrollan frente a la posibilidad de enfrentar adversidades, son la maduración de nuestra capacidad de lidiar con el sufrimiento y sobreponernos a él. Dice Frankl: "Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino".

No son las cosas que nos suceden (no enteramente, al menos), entonces, lo que nos hace padecer, sino nuestra actitud hacia ellas, lo que nos decimos a nosotros mismos ante aquello que nos ocurre.

Por su parte, Camus nos dice de plano que la vida no tiene sentido, pero no por no tenerlo no vale la pena vivirla. Al contrario, por carecer la vida de sentido es que más debe ser vivida. Según este filósofo el sentimiento que nos lleva a concluir y nos quita el deseo de vivir es el absurdo: Tenemos que vivir sabiendo que nuestros esfuerzos son en gran medida inútiles, nuestras vidas serán pronto olvidadas y nuestra especie es irremediablemente corrupta y violenta. No obstante a esto, concluye Camus que el único bien necesario es la vida.

Tenemos aquí coincidencia entre ambos pensadores en cuanto a que en sí misma la vida no tiene sentido, pero también tenemos coincidencia entre ambos en el aserto de que la vida merece ser vivida (frankl) y es el único bien necesario (Camus).

El venezolano, como método de defensa ante la tragedia que vivimos, adopta muchas veces la apatía como forma de comportamiento, pero no está aquí la solución. Señalé arriba que nuestra gente -al igual que la gran mayoría de la gente del mundo entero-, imbrica el concepto de sentido de vida y felicidad al hecho de poder adquirir mercancías, bienes; es decir, a la consecución de la mayor cantidad de placer posible. Si el venezolano fuera una persona más educada y culta, esto no sería tan así. Al arrimar el sentido de la vida a lo material, a la consecución de placer, al cumplimiento de falsas necesidades, es obvio que toma un camino directo al desasosiego y la ruindad espiritual, más aún en momentos en que hasta lo básico resulta casi inalcanzable.

Los venezolanos tenemos que tomar la acción de darle sentido a nuestras propias vidas (aunque esto requiera un gran esfuerzo), más ahora en esta situación de calamidad. Que el sentido de nuestras vidas no sea solo la búsqueda de lo necesario material (que no solo lo necesitamos, sino que lo merecemos), sino adquirir motivación, pasión por algo que nos engrandezca, que nos ayude a superarnos como humanos, que nos haga mejores. Que cada quien, entonces, decida cuál es el sentido de su vida, pero que le dé sentido, porque esta es la única manera de seguir atravesando de la mejor manera posible el desastre en el que vivimos y que seguramente tardará aún tiempo en terminar. Lo otro sería esperar a que el presidente Maduro o la oposición (Estados Unidos) nos resuelvan el panorama, lo cual no va a ocurrir. No dejemos, por ejemplo, que ni el Gobierno ni la oposición nos dañen, nuevamente, la navidad.



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José Miguel González Villalobos

Abogado, Magíster Scientiarum en Derecho Procesal Civil, Cristiano, Bilingüe, con baja tolerancia a la estupidez. Entrenador personal.

 miguelvillalobos9@hotmail.com      @jomigovi

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